sábado, 23 de octubre de 2010

Episodio 33: No le entran balas (La empleada del mes)

«Para la gente feliz, para aquella que no le entran balas»


La semana pasada, a la hora del almuerzo, me encontraba camino hacia un local de comida rápida cerca de la avenida Providencia. Como estaba la expectación y posterior júbilo de muchas personas por el rescate minero, la tarde santiaguina era notoriamente tranquila. Al entrar a la tienda de comida, hago la fila como es de costumbre. Dos personas estaban antes que yo, por lo que la atención sería rápida.

Mirando el entorno del local, aparte de los anuncios publicitarios, a mi izquierda permanecía pegado un cartel con el empleado del mes de septiembre. Un gran estímulo laboral. En él aparecía sólo la fotografía de una mujer. Debió haber tenido unos 26 años, de contextura gruesa, tez morena y una leve sonrisa. Precisamente pocos segundos después la misma mujer me tomaba la orden. Pese a tener en el lado izquierdo de su pecho una chapita con su nombre, no pude darme cuenta de él.

En mi reacción pude coincidir de forma rápida la cara de la mujer que me atendía, junto con la mujer de la foto. Era ella, estaba parada con una sonrisa de lado a lado, de voz dulce, amablemente tomaba mi pedido. Esto me resultó curioso. Pude leer entrelíneas que la mujer estaba tranquila, que la sonrisa probablemente no haya sido una de las tantas que tiene que mostrar diariamente en el mismo lugar. En mi espera escuchaba una canción de Vicentico «Soy feliz», lo cual hacía retratar el momento de manera aún más curiosa.

Entre el tumulto de clientes y empleados de la tienda, los primeros, impacientes de que su orden sea cumplida de forma rápida, los segundos corriendo de un lado a otro haciendo lo posible por aprovechar cada segundo de espera. Entre el personal, algunas mujeres que atendían estaban confundidas y se preguntaban insistentemente qué bebida quería Perico que con mirada insulsa apreciaba la objetable lentitud de la atención. Otros tipos tratando de envolver de mejor manera la comida ordenada, corriendo con vasos en las manos, sacando condimentos, renovando estos últimos. Sin embargo, la mujer que me atendía permanecía tranquila, moviéndose de forma normal por el pasillo. Pude apuntar su extremada ocurrencia, el equivocarse de tamaño de un vaso de bebida, donde resolvía estos detalles con rápidas reacciones. Lo hacía con una agilidad que debió haber sido uno de los argumentos por los cuales era empleada del mes. Y lo sentí así, quizá hacía repetir en su inconciente que ella –y sólo ella- era la empleada de ese local de comida rápida por el mes de septiembre. Que su foto permanecería durante todo el mes de octubre sin derecho a que sus pares, pese a la envidia, puedan hacer nada.

Sentía su botón de pausa, mientras todo el personal del restaurante se movía apresuradamente ella estaba tranquila, sin hacer mal la pega. Inevitable era agregarle la canción de Vicentico de fondo: «Soy feliz, ya no me queda tiempo para sufrir». Su panorama pudo haber sido violentado producto que uno de los clientes bajó del segundo piso y acusó a uno de los empleados del local su maltrato. El señor estaba en el baño, y al increpar por el mal servicio recibió una “sacada de madre” del empleado que, posteriormente, se esconde en un pasillo donde sólo el personal de la tienda puede circular. El señor, de unos 50 años, estaba enfurecido, decía que el tipo lo había ofendido y que luego corrió hacia el pasillo. Decía que esperaría cuanto fuere necesario, obviamente, para él, su honra había sido ofendida.

Pese al panorama del señor rabioso, el empleado tincado que ofendió y se escapó; el resto de los trabajadores de la tienda se detuvo por breves minutos para ver lo que había ocurrido. Sin embargo, la mujer que me había atendido seguía en su andar, haciendo la pega de forma tranquila como si el hecho no hubiese ocurrido. Como si el cúmulo de chuchadas entre el cliente embravecido y los empleados que no podían hacer nada, fuera un simple detalle pasajero.

Ahí me seguía dando cuenta de su felicidad. Del ser empleada del mes, del moverse y tirar bromas sin dejar de hacer bien su trabajo. Y qué buen mes debe ser para ella, porque es feliz, porque no le queda tiempo para sufrir, porque si no tiene argumentos para eso, para qué buscarlos. ¿Por qué no dar espacio a la felicidad? Ese camino que sus pares todavía se nota no encontrar. A ella no le entran balas.