sábado, 9 de junio de 2012

Episodio 47: El Guardia Feliz

«Cuando deseamos aquello que disminuye si se le comparte con otros, entonces la envidia atiza en el corazón de fuego de la melancolía; mientras que si nuestro anhelo se cifra en el amor de la esfera suprema, no sentiremos ansiedad alguna en el corazón, porque mientras mayor es ahí el número de los que consideran cualquier bien como nuestro, es mayor el gozo que cada uno tiene de ese bien, y también se gana en caridad (…)»

Dante Alighieri – La Divina Comedia



Son pasadas las ocho de la mañana de un miércoles otoñal mirando de reojo a un polar invierno, ahí aparece don Hernán Moscoso, guardia encargado de la seguridad de un recinto médico. De corte de cabello estilo Elvis Presley, patillas curtidas, cortaviento color negro que le hacen juego a sus guantes de cuero del mismo tono, en la izquierda de su pecho su credencial que señala su puesto de trabajo. La jornada laboral de don Hernán comienza a las ocho de la mañana concluyendo a las seis de la tarde. Ahí permanece, el Guardia, conocido por los que transitan en esa cuadra como: El Guardia Feliz.

Bien puesto tiene el adjetivo “feliz”, porque don Hernán no sigue el perfil del guardia común; ese templado, parco, serio y cara de pocos amigos. Menos es de aquellos que están pendientes de su walkie talkie viendo qué es lo que sucede en el sector que deben resguardar con recelo. Don Hernán permanece parado en la entrada del lugar con una sonrisa permanente. Cada persona que lo queda mirando se hace merecedora de su saludo afectuoso, algún comentario sobre el clima, o alguna mención positiva sobre el día en particular: “Ya es lunes, va quedando poquito” es alguna de las frases que esboza para reírnos de la ridiculez de ese día, ese lunes que aparece tan alejado de ese anhelado y apetecido fin de semana. Si se lo saluda de apretón de manos, don Hernán no repara en despojarse de su guante derecho para estrecharla, y preguntar a aquel que saluda, el “¿cómo está?”, en este caso, de manera desinteresada pero atenta.

En una jornada extensa, el guardia feliz, permanece en su posición constante, parado en el marco de la puerta de ingreso a un servicio de salud. ¿Qué será lo que él tiene que resguardar? Si es tan sólo un servicio médico, ¿tendrá algo importante que resguardar ahí? ¿ocultará algo secreto ese servicio que su personal debe ser resguardado de forma constante? Nunca hemos podido preguntarnos qué ocultará la labor principal del guardia. Quizás dicho departamento merezca la atención necesaria, y su cuidado y el velar por la seguridad de todos en su interior, sea una actividad de suma relevancia.

Las horas pasan, las piernas cansan, permanecer parado la mayor parte de la jornada no debe ser fácil. No todo el común de los mortales se daría la osadía de permanecer tanto tiempo plantando los dos pies contra el piso manteniendo la misma posición. Don Hernán sí lo hace, con fuerza de voluntad y, más aún, lo hace con una sonrisa en el rostro. Todos los días me detengo un par de minutos para intercambiar ideas con él, nos preguntamos cotidianeidades, además de hablar de algo de contingencia, donde don Hernán plantea su punto de vista. 

¿Qué será lo que don Hernán pensará durante las diez horas en que permanece parado mirando hacia el frente? Allí sólo tiene la calle, muchos hechos curiosos y anécdotas en ese escenario. La calle, un paisaje dinámico desde todo punto de vista. La calle es un verdadero proscenio, uno en que la obra no encuentra su descanso y que, más bien, consigue territorio fértil. ¿Cuánta gente debe haber pasado por al frente exclamando algo, gritando, riendo o llorando? ¿Cuántas marchas deben haber ocurrido? ¿Cuántos robos? ¿Cuántas risas? Es la calle dentro de todo su dinamismo. Es un escenario, una exposición de todo tipo. Es ese escenario en el cual don Hernán toma palco de forma diaria y es en ella en que él adquiere el personaje del guardia feliz, un personaje surrealista dentro de su especie. Don Hernán nuevamente se despide de forma atenta ¡Hasta mañana!