sábado, 26 de diciembre de 2009

Episodio 12: Solitaria Navidad

«valorar.
1. tr. Señalar el precio de algo. 2. tr. Reconocer, estimar o apreciar el valor o mérito de alguien o algo. 3. tr. valorizar (‖ aumentar el valor de algo). 4. tr. Quím. Determinar la composición exacta de una disolución
»

El veinticinco de diciembre pasado me metí a facebook para ver los diferentes saludos de cercanos. En mi búsqueda encontré más de alguno con la intención de expresar la idea de la navidad inmaterial. Esa que se vive únicamente acompañados de la familia, y no de un desbordante materialismo.

Días atrás escuché de cercanos que, efectivamente, existen personas que pueden esperar estoicamente ese día veinticinco para un único fin material: el encargo que efectuaron en dichas fechas. Con ese pedido ya se fue la navidad.

Luego de leer tanto mensaje por las redes sociales, me dispuse a escribir uno propio. No encontré alguna palabra o idea que no sonase como un cliché más en este compendio de buenas –y algunas, vanidosas- intenciones. Simplemente envié un par de correos a las personas que, con sus pequeños gestos, hicieron que mi año fuese uno bueno. El agradecimiento en silencio y personalizado lo encontré razonable. A otro par de buenos amigos los llamé por teléfono deseándoles prosperidad a ellos y a sus familias.

En esta navidad quería valorar pequeñas ideas que no había valorado. Esa palabra la había pensado únicamente en un tono enunciativo.

El año anterior había pasado navidad como muchos chilenos: solo. Tuve que regresar de Santiago y dedicarme a los estudios. Recuerdo llegar al terminal de buses y darme cuenta que ese veinticinco de diciembre del dos mil ocho estuvo nublado, sin posibilidades a que las nubes se abrieran y pudiese salir el sol en el atardecer. Estas nubes, oscuras en su mayoría, hicieron aún más tenue mi día.

Saliendo del terminal las calles estaban vacías, yo pensaba en que cada cual estaba en su casa durmiendo con los suyos. Nadie se daría el trabajo de caminar en esta festividad a las nueve de la mañana. Las calles del centro eran un triste desierto. Y el día recién estaba comenzando.

Durante la tarde, y al ver que a la hora de almuerzo pocas opciones encontraría; fui a una tienda de comida rápida. Saqué mi bandeja, subí las escaleras y me senté. El panorama era desolador, únicamente esperaba devorarme con todas mis ganas lo que había comprado, quería estudiar, pues para eso me di el funesto día. Luego del almuerzo unipersonal, estaba preparado para muchas horas de estudio.

Sacando los textos que tenía que aprender en ese entonces, miraba por la ventana teniendo la esperanza que el día dejase de ser nublado y fuera un poco más alegre. De pronto eso aplacaría mi soledad en esta festividad. Sin embargo las nubes permanecieron donde estaban, es más se hicieron acompañar de otras más negras. Lo cual hacía que el panorama resultase desolador.

Comenzando con mi estudio, lo pude hacer en períodos de tres horas. Hacía un alto en cada período. Podía estudiar con más fuerza, la rabia del estar solo, ese pensar que me tuve que dar la lata de venir a otra ciudad mientras mi familia estaba celebrando en otro lugar. Si alguien pensó que la rabia no era buena en ninguno de estos casos, creo que le podría decir que está equivocado. Utilicé toda la rabia para que fuese energía en mi estudio, lo cual significó que mi jornada diaria fuera absolutamente satisfactoria. Consuelo y precio a costa de mi soledad auto inferida.

Tarareaba noche de paz, y algunos cantos de misa que dantescos coros romanos realizan en navidad. Mientras en cada momento recordaba el piano de Yann Tiersen con Rue de Cascades.

Luego de ese día, comencé a valorar mucho más el precio de estas festividades. Espero no tener que repetir la experiencia, y si me llegase a tocar, creo que realizaría la misma rutina que hice en ese entonces.


Mi saludo y respeto para todos aquellos que sólo buscan un saludo en navidad.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Episodio 11: El Periodista y El Abogado

«El relato es un verdadero tejido de voces. Cada personaje tiene su estilo particular y, sobre todo en la última parte del relato, la lengua se hace ampulosa, pomposa, arcaizante, intencionalmente literaria» Ryszard Kapuscinski sobre su obra “El Emperador”
Llegaron a un café. El periodista y el abogado se acomodaron y ordenaron la carta. El primero pidió un cortado, el segundo un capuchino.

Con la orden servida. El periodista preguntó al abogado cómo le había ido. El abogado le dijo que bien; luego éste contra preguntó con lo mismo. El periodista le respondió que él también estaba bien, un poco atareado y falto de tiempo; pero, a fin de cuentas, bien.

Luego de preguntarse nimiedades personales. El abogado afirmó que todos los periodistas eran unos cínicos y que no podían serlo. Le leyó una cita que había encontrado tiempo atrás de Ryszard Kapuscinski: «Nuestra profesión no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico. Es necesario diferenciar: una cosa es ser escépticos, realistas, prudentes. Esto es absolutamente necesario, de otro modo, no se podría hacer periodismo». El periodista afirmó desconocer la obra de dónde fue extraído ese texto, pero el abogado le rectificó que fue en una conferencia que ofreció hace muchos años el autor citado.

El periodista le dijo que hay de todo en su profesión y que obviamente cínicos habían y en abundancia. Luego le tiró la pelota al abogado, diciéndole que en su profesión, cínicos existían y en cantidades considerables. Ambos rompieron en risa.

El abogado no se podía explicar por qué existían periodistas metidos en farándula o en cosas relativas a temas intrascendentes, como las modelos que se insertan kilos de silicona en su cuerpo, cada vez en cantidades más descomunales. El periodista asintió con total sinceridad, argumentando que en el gremio de abogados también existían algunos que eran parecidos a los periodistas de las cosas livianas, como los defensores de violadores y asesinos. El abogado también asintió dándole la razón, diciendo que todo correspondía a la estructura del “debido proceso” y con eso le explicó las razones de lo que ello implicaba, haciendo un punteo de ideas mediante sus dedos. Al punto diez el periodista ya se miraba el nudo de sus gastados zapatos.

El periodista luego de darle un sorbo a su café, prosiguió intercambiando ideas. Luego hizo un alto diciéndole al abogado que su ámbito de trabajo era una “cancha rayada”. El abogado no dio respiro y le respondió que eso mismo ocurría con el periodismo. Que si su ámbito era esa cancha rayada, el ámbito periodístico era esa misma cancha pero de tierra y con arcos de palo. La conversación se había tensionado, cada uno buscó otro lugar donde acoger sus miradas impertérritas.

El abogado prosiguió preguntándole al periodista de si ya estaba casado. Él le respondía que en sus pocos años de profesión no tuvo tiempo para encontrar a la persona indicada. El abogado le aconsejaba que esas cosas no había que buscarlas, que llegaban solas. Ante esto el periodista supuso que él tenía más tiempo para solucionar esos asuntos, luego rectificó sus dichos con una caprichosa mirada al maletín lleno de papeles que portaba el abogado. Ambos rieron.

Hablaban de su profesión. El abogado le decía que los periodistas “hablaban de todo, pero que no sabían nada en específico”. El periodista le decía que los abogados eran sólo “maquinitas que repetían códigos, párrafos, artículos, incisos y numerales”. Luego de eso le dijo que, pese a todo, había pensado que era un gusto tenerlo como amigo. El abogado había resuelto lo mismo.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Episodio 10: Héroe Ciudadano

«Luego volví a mi reacción real, lo que hace el común de los chilenos:
No hacer nada
».

Hace un par de años que vivo practicándolo, caminar por las calles de Viña del Mar me resulta una actividad alentadora. El escenario teatral de sus calles me permite imaginar distintas situaciones a las que, los personajes protagonistas, es decir los peatones, se someten día a día. Hay unos cuantos que ya son dueños de la calle como las personas encargadas de cuidar los autos, o la gente que pide limosna en la berma de la calle.

Mi forma de caminar la mayoría de las veces es rápida. Muchos amigos me han dicho que han intentado acercarse a saludarme pero que no lo hacen porque yo, sin verlos, he cruzado la calle o desaparecido. Situación lamentable, pero es la velocidad que empleo de costumbre a fin de cuentas.

Casi concluyendo mi trayecto en una caminata de día lunes, llegué a la avenida San Martín. También como de costumbre miré hacia el mar y sol ya anunciaba el ocaso. Luego de observar hacia el lado regreso a mirar hacia el frente. Me llamó la atención que un sujeto apareciera corriendo de forma afanosa. El tipo de unos diecinueve años, vestía unos shorts, gorro de marca y la polera del Everton. Se movía de forma desesperada. Detrás de él lo perseguía un tipo de pelo crespo y tez blanca. Tenía puesto un traje de baño e iba a pies pelados. Lo había asaltado.

El hechor corría con los ojos desorbitados. Cruzó la transitada calle San Martín de forma fugaz, haciendo de los autos un detalle del paisaje. Por otro lado la víctima perseguía al ladrón a una menor velocidad, guardando cuidado con los vehículos que pasaban por la calle. Por lo cual, en su intento de atrapar a su victimario, se detuvo para cruzarla. Regresó a los cinco minutos sin fortuna.

El ladrón había logrado su objetivo: Unos pantalones cortos, un par de zapatillas con los respectivos calcetines y el motín más apetecido, un bolso negro. Era lo más querido por la incertidumbre que suscitaba el encontrar objetos de valor en su interior. El dilema de ver si el ilícito había tenido sentido, o simplemente se encontraba frente a una Caja de Pandora.

Al ver a este ladrón corriendo y que haya cruzado a un metro de la distancia en la que yo me encontraba caminando, me hizo pensar en que si mi actuar había sido el correcto. Dentro de las escenas que imaginaba me vi deteniendo al sujeto de un codazo en seco contra su rostro. Sin embargo eso me traería consecuencias desfavorables, probablemente el seco iba a ser yo en la cárcel por haber lesionado al delincuente.

Otra forma de ayudar era detenerlo y arrojarlo hacia el suelo, para que luego, y en una acción mancomunada, lo detuviésemos con el perjudicado del delito. Sin embargo, esta situación también me dejaba disconforme: probablemente sería citado de testigo, lo cual considero una tarea tediosa.

Luego volví a mi reacción real lo que hace el común de los chilenos: No hacer nada. Critiqué mi no actuar, sin embargo no encontré una respuesta más adecuada a lo que allí estaba ocurriendo. El recuerdo de que muchos han caído por querer ser héroes, y que la mejor respuesta era la resignación entregando todas las cosas materiales que se tienen en ese momento. La razón me parece de mucha lógica. No obstante, lo malo sería no hacer nada y además quedarse a mirar por un largo tiempo cómo una persona sufre luego del robo. Pero miserable no soy.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Episodio 9: El Cura Fernando

«Los seres humanos sí que somos jodidos;
retorcemos episodios una y otra vez,
y a eso llamamos experiencia»

Fernando un cura de Chillán Viejo, no se esconde tras las costumbres que su credo le impone. Luego de cada eucaristía puede conversar durante varios minutos con alguno de sus feligreses. Y como en pueblo chico el infierno es grande; el curita se suma a cualquier actividad que vecinos del sector realicen en su tiempo libre.

Sentado viendo televisión en el living de la casa de mis abuelos me encontraba cuando mi tía Sonia decía que luego de la ceremonia de bautizo de mi prima Martina, iba a pasar el cura Fernando a saludar a la familia un rato por la noche. Luego de escuchar a mi tía procedí con lo mío.

En la noche todo transcurría como cualquier celebración, la gente hablando cada uno de sus asuntos hasta que llega el cura Fernando. Cuando él llegó yo ya me iba retirando de la mesa, no sé porqué siento el dedo acusatorio de la religión. Sin embargo esta no fue la razón de mi retirada, cada uno se iba donde se le antojara, la sobremesa ya había terminado.

El cura Fernando llega a la casa y se sienta a conversar. Por razones que sólo él conoce no se lleva bien con mi primo Óscar. Nunca había visto un cura que le llegase caer mal a un feligrés. Con eso la visión del cura local comenzó a tornarse en un giro particular.

Esta autoridad eclesiástica se sentó junto a mis tíos, y pidió únicamente un vasito de coñac. El segundo cuestionamiento interior: Los curas beben coñac. Yo pensaba que eran figuras tan importantes que, así como deben respetar su voto de castidad, no podían beber alcohol salvo el vino que utilizan en misa.

El cuestionamiento llegó a un punto crítico. Ya que no era propiamente eso, simplemente una forma poco convencional de conocer a una persona con la que no compartes en una casa y que solamente ves los días domingo en misa. Pero el “es humano como yo” apareció reconfortando y limpiando mi ignorancia.

Pasadas las horas, yo seguía viendo televisión. Seguía mi familia conversando con el cura. Mi primo Daniel por enésima vez pedía que le prestara mi teléfono celular para jugar un rato, pero que al hacerlo sabía que estaba obligado a decirle “quién era quién” de las personas a las que tengo anotadas en mi listado de números. Y luego por enésima vez la respuesta fue no. Sin embargo algo raro había de todo esto, el cura Fernando ya se iba de la casa, yo me iba a despedir de él -aquí también hay una mezcolanza entre miedo y vanidad- me paré del asiento para darle la mano; pero el padrecito se quedó mirando fijamente la bosca de la sala. Luego comenzó a hacerle la cruz, la estaba bendiciendo. Acto seguido comenzó a bendecir el televisor, luego un cuadro que había en el lugar, una foto de mi familia, el padrecito comenzó a bendecirlo todo.

No me explico porque fui yo el único presente de semejante acto.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Episodio 8: Para ti


«No todos viven la vida que quieren vivir».

Ha pasado un año desde que supe la noticia, esa que anunciaba tu final. En ese entonces, en la cocina a la hora de la once, mi mamá me comentaba que una niña se había suicidado tras haber desaparecido. Que ella había estudiado en mi mismo colegio y que incluso había vivido en una casa que se ubicaba al frente de la que nosotros vivimos años atrás.

Al comienzo la noticia no me llegó, sin embargo y de forma paulatina comenzó a llamar mi atención el hecho de que perteneciste a un mundo similar al mío, un mismo escenario. Ese trayecto por la pequeña calle Blanco Encalada, que se llenaba de automóviles y de alumnos en la entrada del colegio. Es de suponer que entre el lugar repleto de los mil quinientos alumnos que éramos en ese entonces, te encontrabas tú entrando quizás conversando con alguna compañera o compañero, o simplemente escuchando música en silencio. O caminando directo a clases. Ese hecho de que tú estuvieses entre la multitud hace que esto me llame aun más la atención.

No te conocí, pero mi hermano Andrés me comentó que te vestías siempre de negro, que de un año a otro optaste por tendencias góticas, esas en que el existencialismo es un tema resuelto con la negación, en que la delgada línea entre la tristeza y la depresión confluyen. Pese a todo, eso no dice nada, quizás tenías otra concepción de la vida de la que se prejuzga.

Días después de tu noticia di un paseo por la Quinta Vergara para reflexionar más aun sobre lo ocurrido. No sentía la necesidad de ver el lugar exacto de los hechos y menos la de reconocer tu rostro. Simplemente pensar que el ser humano así como no puede decidir su comienzo sí puede hacerlo con su final. En el lugar te imaginé echada en el pasto del paseo. Sola, dándote un tiempo para hallar respuesta, esa que finalmente no encontraste y que la razón por la cual ahora lamento tu partida fue más fuerte.

Quizá todos aportamos a tu motivo. Quizá todos te matamos en silencio, siendo cómplices de tu decisión. Desde el momento en que te juzgamos e ignoramos, y la de tus cercanos que no entendieron el motivo final. Sin embargo fuiste culpable al igual que todos nosotros. Pese a todo, buscar las explicaciones ya no tiene sentido, sólo queda el recuerdo. Desde el momento en que me siento a escribir estas líneas, tu muerte tiene un profundo significado para mí, un perfecto desconocido.

Te extraño sin haberte conocido, y pienso en el porqué de todo. Intento darte la razón, porque acá en el mundo de los egoístas, el riesgo al camino final se hace más cercano. No todos viven la vida que quieren vivir, y más que mirar el vaso medio vacío da lugar para narrar el porqué no se obtiene lo querido, más aun escribirlo o expresarlo. De eso se trata todo esto que llamamos vida.

Para ti es mi reflexión. Hubiese querido que no partieras nunca.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Episodio 7: Refranes

«Soldado que arranca, sirve para otra guerra». Un soldado que arranca es una persona temerosa que no quiere estar en la situación en la que se encuentra. O su arrepentimiento o giro vocacional fue tardío, tan extemporáneo como cambiar de parecer en el mismo campo de batalla.

Otro caso de un soldado, sería producto de una guerra injusta. Vaya a saber uno los motivos por los cuales, ese soldado se encuentra temeroso en el campo de batalla, y pretende arrancar. Este refrán es muy antojadizo e ingenuo, si una persona arranca de un lugar, lo lógico sería no verla nunca más allí. En especial si ese lugar es un campo de batalla, por lo cual el tenor literal de dicho refrán no es del todo pedagógico o aplicable en la vida cotidiana. Y menos en estados de excepción, como lo puede ser un conflicto bélico. En conclusión, un soldado que arranca de una guerra, en la mayoría de los casos, sería porque él no quiere nunca más participar de otra.

«Al que madruga Dios lo ayuda». Sólo se trata de un refrán con un oportunismo de carácter vocal. Palabras entrelazadas que suenan bien, que no esconden un trasfondo consistente con la realidad. Me pregunto si usted alguna vez ha recibido ayuda divina para levantarse de su cama, le hayan encendido el calefón, le hayan preparado el desayuno e incluso hayan planchado sus camisas; si su respuesta es afirmativa omita mis cuestionamientos al respecto.

«Las cosas caen por su propio peso». Sería indicado mirarlo desde un punto de vista metafórico. Ya que desde una mirada literal, sería una frase que no resiste un mayor tipo de análisis. Las cosas caen por su propio peso debido a la misma fuerza de gravedad que atrae a los objetos hacia el centro, en este caso el suelo.

Muchas personas he visto en un tono de sabiduría diciendo : “no te preocupes, las cosas caen por su propio peso”. Eso es lógico. Tan obvio como decir sale hacia afuera o cae para abajo.

«Al que le roba a un ladrón, cien años de perdón». Este refrán contiene magistrales errores. Es un grave error tanto por la persona quien creó dicha frase, como para el sujeto que la utiliza con motivos de enseñaza hacia sus pares. Este mensaje contiene caracteres extremadamente ambiguos, el que le roba a un ladrón, también es otro ladrón. E incluso un ladrón más astuto, debido a que tuvo la habilidad como para poder robarle a una persona que tiene un grado de experticia en el asunto, y que por consiguiente pudiese tener distintos elementos como para repeler el robo.

«Por la boca muere el pez» No siempre. Siendo literales, hay peces que mueren por la acción del hombre, para luego ser disfrutados en la hora de almuerzo. ¿Qué pasa con los políticos que hablan mucho y suman adeptos?

«Contigo, pan y cebolla» (...)

sábado, 7 de noviembre de 2009

Episodio 6: Por hoy, una maña

«Porque somos de provincia nos miran las caras de huevones»

La línea entre la costumbre y la maña es muy fina. Hace un par de días atrás con unos amigos fuimos a tomarnos un café a una conocida tienda de Viña del Mar, mi experiencia anterior en esa multinacional había sido en Estados Unidos y algunas cuantas tazas en Santiago.

El precio de cada café era considerable, pero no exorbitante ni alejado al de uno estándar. Ya entrando a la tienda notamos el ambiente agradable que rodeaba el lugar. Aire acondicionado tibio, buena iluminación y detalles como las cartas de cada tipo de café y merchandising afín; obviamente por las experiencias anteriores ya se sabe que el entorno es maqueteado, pero no llegando al desagrado.

De la breve observación nos disponíamos a elegir el café que cada uno iba a tomar. Ahora último he elegido el mokka, es un café de mi completo gusto. Para nuestra sorpresa el precio del café más pequeño era un cuarenta por ciento mayor que el de esa misma tienda en Santiago: "Porque somos de provincia nos miran las caras de huevones" -pensé-. Luego nos fuimos a otro café también recién inaugurado.

Tanto con la fallida visita a la multinacional y la cafetería a la que finalmente fuimos, he comenzado a desarrollar ciertas costumbres. No en la mayoría de los casos, pero sé distinguir la diferencia entre un buen café y uno de calidad mediocre. En mis días de estudio y otros de lectura, el optar por un lisonjero Nescafé ya no pasa inadvertido, sino que conozco el sabor de éste, monótono y hostigoso.

La costumbre de tomar un buen café, para mí una buena práctica, para otros una simple maña. Porque me agrada tomar un sobre de buen Haití o Copacabana en grano, molerlo y echarlo en la cafetera. Ya sé los pasos exactos que tengo que hacer para que quede con el sabor perfecto. Un gusto amargo pero dulce a la vez, de milésimas de segundos de crudeza en cada sorbo para concluir con un sabor más dulce.
El olor que expide la cafetera en la cocina de mi casa me parece único, los olores pueden hacer la diferencia entre el buen y el mal café, así como en otros puntos de la vida donde la relación olor-recuerdo se me presenta de vez en cuando.

Y sobre las mañas en particular; sí, confieso tener algunas que camuflo con la denominación sana costumbre, pero que al final de cuentas son mañas. Porque ahora sé que el tomar un café de mala calidad es una diferencia notoria que muchas veces me arruina el minuto. Lo que para algunos es una maña de un perfecto amargado, para mí es costumbre. Acerca de los olores el recuerdo de la obra El Perfume de Patrick Suskind se hace presente; la figura de su protagonista y asesino me hace mucho sentido al hablar sobre la distinción del café.

No todo es olor y sabor, un buen lugar donde sentarse a disfrutarlo es algo importante. En las cafeterías me agradan las de estilo vintage. Esas que se jactan de despreocupación, pero que uno sabe que detrás de toda esa fachada hubo una mente y un esfuerzo para causar una buena impresión.

Ahora admito mi ignorancia sobre el té. No logro hacer una distinción porque no tengo mañas aun sobre éste.

sábado, 24 de octubre de 2009

Episodio 5: Casualidades Necesarias

«My girl, my girl, don't lie to me
Tell me where did you sleep last night
»


Fueron de esos días libres en que intruseaba los cajones de mi pieza. Entre el tiempo libre y la pereza del retornar las cosas a su lugar me quedé dormido en el piso con los audífonos puestos. Dormí durante toda la tarde. Despierto por el ruido de la calle. Acto seguido siento la caída de un envoltorio, uno reconoce esos ruidos de algo envasado, era un disco: Nirvana: Unplugged in New York; ahí estaba sellado y polvoriento, olvidado.

Lo compré en la inauguración de una tienda de música, con motivo de esa ocasión todos los discos estaban rebajados a mitad de precio, como nunca se pueden encontrar en este país. Decidí llevarme tres. Cuando llegué con los tres discos los tiré sobre mi cama.

Al día siguiente nos cambiaríamos de casa, por lo que apurado eché las últimas cosas en unas cajas. Entre ellas el de Nirvana fue el disco que cayó separado del resto de la colección. La mudanza tuvo eso, una cuota de orden inicial donde se embalan ordenada y metódicamente las cosas, se etiquetan los vinos, los libros y los artículos frágiles, -es curioso que el logo “fragile” tenga sentido sólo para su dueño-. Al día siguiente la mudanza comenzaba temprano tipín siete de la mañana.

Tuvieron que pasar seis años para acordarme que tenía el unplugged de Nirvana entre mis cosas, el movimiento para ordenarlo en un cajón de mi pieza fue inconciente, con lo cual nunca retuve en la memoria que el disco lo tenía. Imaginaba que era un sueño o simplemente el deseo de tenerlo, pues lo había escuchado en muchas ocasiones.

Dio la circunstancia que el disco cayera al piso, lo abriera y comenzara a escuchar su contenido. Indiscutible de su calidad, quizás fue la ocasión perfecta para hacerlo. O fue el tiempo indicado, una casualidad necesaria.

El tener un disco, el efecto tangible me permite vislumbrar más detalles que no encuentras con sólo escuchar un escueto listado de canciones. Este disco es especial, uno de un descuido cuidado. Un reto en su época. Fiel reflejo y mensaje silente de los últimos momentos de Cobain en vida.

Alberto Fuguet en su libro “Primera Parte” habla al respecto: «Lo que Cobain hizo fue tratar de interpretarse […] Los artistas más desgarrados siempre mueren antes de tiempo. Esto no tiene nada de nuevo ni sorprendente…», «Lo que pasa es que el dolor a veces es demasiado. Cobain no trató de escupirle a nadie. Más bien, trató de tragar. Quizás lo matamos todos esperando demasiado de él».

Con el paso del tiempo, las letras cobran más sentido, los riffs de guitarra se tornan más intensos, el mensaje más claro, profundo, incombustible. Pese a sentirlo más actual que nunca, lo de Nirvana ya es un recuerdo, uno que se agradece.

sábado, 17 de octubre de 2009

Episodio 4: Fútbol per se

Estadio Centenario de Montevideo

«Damos comienzo a los noventa minutos del deporte más hermoso del mundo»
Luis Omar Tapia (relator)

Abdón Porte futbolista recordado por suicidarse en el centro de un campo de juego. El motivo del “Indio” fue que su club, el Nacional de Montevideo, le pidiera no continuar en el equipo. Sin fútbol Porte no encontró más motivos por los cuales seguir viviendo y con el estadio vacío en el círculo central del campo del Nacional tomó un revólver y se dio un tiro. El fútbol fue su pasión, la razón por la que vivía. Este hecho ha sido recordado por la afición del Nacional como el amor de un hombre por los colores de su institución.

¿Por qué fue el fútbol el motivo para quitarse la vida? ¿Qué cosa tiene un deporte para que trascienda más allá de su rol literal? El fútbol tiene eso, en este lado de Sudamérica para muchos es la vida. «Dime cómo juegas y te diré quién eres» afirma don Eduardo Galeano.

Si se piensa para practicarlo es de los deportes más sencillos y menos costosos. Se necesita una superficie plana, cuatro poleras para marcar los arcos, los jugadores y lo más importante, una pelota. Esta última a la que Diego Maradona la define como aquella que “no se mancha”.

Como todo en la vida el fútbol tiene lados ásperos, como las astillosas discusiones que pueden surgir por el cobro de un tiro penal, una posición de adelanto o la injusta expulsión de un jugador. Sin embargo, si se lo piensa, las mismas discusiones unen a los equipos en defensa de sus propios intereses; razón por la cual la unión de equipo es un oasis en el desierto dentro de los acalorados debates que pueden surgir en un campo de juego.

Y como el fútbol se disfruta tanto practicándolo como viéndolo, desde el lado de los espectadores don Mario Benedetti, en uno de sus muchos escritos alusivos a este deporte, describe esta situación: «Desde la tribuna es tan disfrutable el racimo humano de los vencedores como el drama particular de cada vencido. Por supuesto ciertos avispados espectadores siempre saben cómo hacer la jugada maestra y no acaban de explicarse, y sobre todo de explicarlo a sus vecinos, por qué este o aquel jugador no logra hacerla».

Pero sigo sin responder la pregunta de qué hace que veintidós jugadores que, en la siga de una pelota, puedan causar el amor más puro y el odio más nocivo en las personas. Debe ser la simpleza de entenderlo, el bajo costo de disfrutarlo, el detenerse y pensar que, el comprender que un gol es un gesto universal, que tanto rusos como argentinos se conmueven con la concreción de una anotación.

Hay cosas que son inexplicables con palabras y que sólo se explican por sí mismas en un sentido figurado. La alegría del fútbol es un elemento más espiritual que material. El éxito de un equipo genera la alegría de sus seguidores, eso resulta lógico pero ¿Qué más? ¿Qué beneficio te reporta que tu equipo de fútbol favorito triunfe en una competición o sólo en un partido?

Es inexplicable la alegría colectiva. Sigo con estas líneas y creo, de momento, que el fútbol es como el amor, el inexplicable amor. El que no puedas encontrar un nexo causal entre el éxito deportivo y la alegría personal de cada seguidor, es algo que se asemeja al verdadero amor. Ese que no se explica, que no sigue ninguna lógica para admitirlo como tal, que sólo nace porque así fue. Es que goles son amores...

sábado, 3 de octubre de 2009

Episodio 3: El consuelo y la vanidad

«La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad»

Ernesto Sabato "El Túnel"

La muerte nunca me ha sido indiferente. En personas cercanas como en otras que no lo eran tanto, el tema siempre ha llamado mi atención; me genera angustia pensar que alguien partió y que nunca más regresará. El cómo los días siguientes pasan, la vida continúa sin esa persona como si nunca hubiese marcado un antes y un después; en ese momento me doy cuenta que el paso en esta vida es más breve de lo que se piensa.

Y sobre la muerte a la que nunca le he quitado la vista, está el consuelo. El consuelo sobre el fallecimiento de alguien que nunca conocí en vida es un tema que no logro comprender con total claridad. Aquí comienzo a pensar en el cúmulo de ideas que se tienen al respecto para poder aplacar la muerte de un ser querido, nace mi propio dilema: ¿Qué se puede decir para consolar a alguien sobre un acontecimiento que no conocemos? Por lo general, cuando fallo en algún ámbito de mi vida personal comienzo a pensar que mirando hacia el futuro siempre habrá una oportunidad; pero ¿Qué hay con la muerte?

Este año en mi entorno han ocurrido muchas partidas lamentables, creo no haber podido hacer nada al respecto más que reflexionar y quedarme con el recuerdo en vida de lo que fue esa persona; nada más. Ninguna visita a funerales, menos mensajes electrónicos de aliento, o alguna alusión al tema. Me resigno a quedarme en silencio mientras los acontecimientos pasan y al mismo tiempo la actitud puede ser maquiavélica, sin embargo es la respuesta más sensata que tengo al respecto.

Ahora siempre he pensado que el consuelo de la muerte podría traducirse en un acto de la propia vanidad de cada uno. En “El Túnel”, su protagonista Juan Pablo Castel se refiere a esto último: “La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad”.

Al hablar de la terminal enfermedad de su madre, agrega: “Algo mucho más demostrativo me sucedió a mí mismo cuando la operaron de cáncer. Para llegar a tiempo tuve que viajar dos días enteros sin dormir…y (yo) sentí dentro de mí, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan pronto”.

Más que dejar persuadirme por lo que dice un personaje ficcional, está claro que como todo en la vida la memoria es frágil. La familia afectada recibe los más numerosos apoyos durante el deceso, que luego se van diluyendo con el paso de los meses. Sin embargo está esa cuota de esperanza, que no es un ácaro entre lágrimas. Eso que exista gente eternamente agradecida por lo que fue esa persona me parece un consuelo sincero.


Sobre el resto de gestos que casi por inercia se reciben, creo que repercute lo de la vanidad. El empapelar mensajes con el sentido pésame. Eso de tratar de encontrar nexos con esa persona que nunca existieron. Siendo duro creo que la actitud más sensata de esas personas sería hacer lo que yo he hecho, simplemente quedarse en silencio. Optar por esta alternativa suena la más sencilla, pero a la vez la más sincera.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Episodio 2: 11 de septiembre

«Mira, sí mira, en el cuarto piso,
Hay mucha gente… ¡Subamos!»

En una pequeña sala del cuarto piso de mi colegio, estaban congregados unos 40 alumnos todos apretados, pero la incomodidad del momento no se alcanzaba a apreciar, todos estabamos consternados con la noticia del día: Las torres gemelas se queman.

Llegando al lugar donde veían el televisor sony, que lo recuerdo porque era el mismo que tenía en mi pieza, mi profesora de historia, de nombre extraño y medio gordita, miraba la televisión y como era la más erudita entre puros niños, decía que si era un atentado era de autoría japonesa. Yo con el estupor de la noticia, además de la impresión que generaba todo, le expresé a mi profesora que no estaba de acuerdo y que tenía que ver con el medio oriente. Ella me miró incrédula, entre mi prontuario de desorden en su clase y la negación a su opinión. Los dos fracasamos en nuestros pronósticos. Sin embargo dentro del error sobre la búsqueda de la autoría del atentado, yo me encontraba más cerca que ella.

El día 11 de septiembre del 2001 pasaba tranquilamente, en un bombardeo de información. Al medio día, y sin tener más noticias al respecto por estar en clases, llego a mi casa, prendo el televisor como era de costumbre, la sorpresa fue dantesca, cada canal tenía transmisiones en vivo sobre el atentado, la noticia era más grave de lo que pensaba. Me quitaba la corbata del colegio y la camisa, mientras veía que el asunto era un atentado terrorista, ya había más certeza, de que miles de personas estaban muertas y muchas otras desaparecidas entre los escombros de estas dos estructuras que, con el paso de los días, fueron nombradas estandartes del espíritu estadounidense.

Durante la noche de ese mismo día, MTV no terminaba de transmitir las escenas, hora tras hora, con el título “Breaking News”. La imagen me parecía triste, no por el amor hacia el status gringo, era todo lo que significaba que unos seres humanos atentaran contra otros, en un gesto que se alejaba a lo que es nuestra especie. Durante la noche mostraban una “teletón”, en memoria de las víctimas. Muchos artistas conocidos tocaban sus cuerdas acústicas y recordaban con un inexpresable dolor todo lo que fue aquel triste día para el mundo.

Recordaba que unos días antes, veía en el mismo canal MTV en sus VMAs. Aparecía Macy Gray un año tras su éxito "I Try", vestida muy brillante color medio tornasol, con grandes letras en su espalda, anunciando la fecha del lanzamiento de su último disco. Lo recuerdo, por el hecho que estaba acompañada de un –en esos tiempos- rebelde DMX, que también anunciaba la fecha de su disco el cual era titulado: The Great Depresion. Daba la coincidencia de ese título, y la circunstancia para darnos cuenta de lo irónico que iba a resultar que cinco días más tarde, Nueva York y Estados Unidos entero iba a sucumbir frente a una gran depresión. Una herida difícil de amortiguar, que pese a las risas socarronas anunciando que todo estaba “OK” y que USA estaba preparado, el americano al momento de acudir a votar, sólo pensaba en su propia seguridad.

Luego de eso creo recordar que Michael Moore se hacía reconocido por sus ingenuas teorías (post-Bowling For Columbine). Y yo seguía en el colegio. Al día siguiente el comentario sobre el atentado era el obligado. Todo lo relacionado con que la «realidad superaba a la ficción» se hacía más patente en mi memoria, el sufrimiento humano en su máxima expresión, el desarrollo de los medios de prensa, el mirar hacia la ventana y desear que eso nunca más vuelva a ocurrir.

lunes, 31 de agosto de 2009

Episodio 1: Comienzo



«Solamente vivo la vida y luego la cuento.
De eso trata más o menos…sólo más o menos...»



Hace algún tiempo he pensado abrir un enésimo blog, y pensé hacer una introducción para esta nueva propuesta. Sin embargo es tan poco el interés que suscita una suerte de inauguración como esa que considero conveniente hablar de lo que callo.

Tras dos meses en que confeccioné con pulcritud y minuciosidad este espacio, para acoger a los lectores tuve que ver cuáles eran los elementos que los atraerían a mi blog. Como primer elemento es el que estoy incumpliendo: “no des una nota introductoria a tu espacio, pasa directo hacia el living, no dejes esperando a las visitas en la puerta”. Hacer una introducción o escribir una columna que tuviese esa intención sería precisamente dejarlos en la puerta del frío exterior de mi casa.

Los elementos fueron siempre: “un nombre que se pueda recordar con facilidad”, “notas-crónicas-anecdotarios cortos, para no latear” y “prontitud en las respuestas”. Son los tres consejos que pude encontrar en un espacio donde explicaban el cómo atraer la atención del lector. Sin embargo, si usted ya sigue en esta línea quiere decir que ya pasé la barrera de las reglas primordiales y podremos continuar.

Guiso de acelga: Episodios, dibujos y otras mentiras, es otro capítulo más en este nutrido prontuario, luego de 22 gramos que también tuvo su ciclo. María José me pedía que no borrara el antiguo blog, quizás en el futuro podría sentir necesidad nostálgica y acudir a esa fuente de recuerdos. Lo encontré un punto razonable, sin embargo el motivo de mi acercamiento nostálgico a ese espacio era el mismo
para repudiarlo. Víctor dijo muy bien hace exactamente un año que su antiguo blog se había vuelto tedioso como comer manjar. Que luego de tantas cucharadas, la octava ya no te alimentaba y satisfacía, sino que te hostigaba.

Ahora sobre los recuerdos, este espacio es episódico, no tiene una lógica o hilo conductor. Son historias y el resto son comentarios. No tiene un carácter confrontacional, y menos podrán encontrar absolutamente todo lo que pienso con respecto a las cosas. Quizás tengamos que crear más de algún espacio para retratar cada uno de nuestros episodios que nos siguen día a día.

Sigo sin cumplir mi no-introducción, pero el no hacerlo sería mentirme a mí mismo, como mentirle a usted. Es más, considero necesario hacerlo por el hecho de que respondan el «porqué carajo llegué hasta acá».

Sólo faltaba la energía del puntapié inicial, y fueron algunas constantes y necesarias preguntas de cercanos acerca de qué había sido de mi blog. Mi amiga Montserrat que recordaba un tema relacionado con una guitarra, y mi amigo Renato que me preguntaba cual era la dirección de mi blog ya que la Papita quería leer algunos.