viernes, 31 de diciembre de 2010

Episodio 39: Dos mil diez

«De recuentos y balances»

Bien vale hacer un recuento. Debo decir previamente que no me agradan los que realiza el periodismo, siempre con la verborreica forma de hacernos parecer que la realidad de cada uno está inmiscuida en esta verdadera vorágine de tragedias que han tenido que padecer miles de chilenos. Que en febrero se comenzó el año con un trágico terremoto; que a mediados de año el país vio matizado su llanto con partidos del mundial de fútbol sudafricano. Seguimos con los treinta y tres mineros atrapados a setecientos metros de profundidad en la mina San José: las maniobras de rescate, la televisión transmitiendo las veinticuatro horas del día esos momentos de angustia, que hacían finalizar la cruda incertidumbre de cientos de familiares de éstos, el abrazo del primer minero rescatado; expectación mundial, cámaras de todo el mundo formando un verdadero babel, esperando en el lugar de los hechos lo que iba a pasar con los treinta y tres. Finalizando el año con la tragedia de los ochenta y un reos fallecidos en la cárcel de San Miguel, y el broche de oro del año, la Teletón.

Todo esto agregado con el "año malo de todos los chilenos” que te obligan a creer que esa tragedias te afectaron. Por más que, durante las extenuantes transmisiones televisivas lograste sacar una lágrima de lo que fueron estos cruentos episodios, ¿Por qué debemos hacerlos propios? ¿No podremos tener un recuento personal en donde no todo haya salido mal? Es ahí donde comienza el cuestionamiento objetando si realmente el ejercicio de dudar la calidad de este año haya sido malo o no. Repito: No me gustan los recuentos del periodismo. Llegamos a fin de año y hago mi propio recuento. El balance comienza con la muerte de mi tío Óscar en noviembre pasado a causa de un cáncer incurable y detectado de forma tardía, no puedo evitar desde aquí enviarle un saludo y que descanse en paz.

Después de eso el resto fueron de múltiples cosas buenas. Empezando por el entendimiento del ambiente capitalino, la vida en Santiago no es tan trágica como se la observa desde las provincias en que, el mismo periodismo, nos llena de cosas malas de dicha ciudad hasta el hartazgo. Fue un año de una menor reflexión y una mayor acción. De partir de un lado a otro. Entre los detalles de este año leí bastante. Comencé el año con “Primera parte” de Alberto Fuguet, libro que me acompañó durante mi estadía en Dichato previo a ser devastado por el terremoto. Destaco algunos otros como “Prueba de sonido” de David Ponce el cual inicia una buena cronología de todas las agrupaciones de rock chilenas de toda la historia. Sigo con “Para gritar, para cantar, para llorar” un libro que retrata crónicas de fútbol de afamados periodistas y cronistas. Estos dos libros me llegaron de regalo de amigos, a los cuales agradezco mucho el gesto. Continué con las “Crónicas ociosas” de Francisco Mouat, libro con el cual pasé algún fin de semana en la capital, mientras visitaba la tienda de completos “Dominó” lugar en el que me maravillé por su increíble sabor: el alemán y el jugo de frambuesa fueron mi elección predilecta. Finalicé mi año con “No leer” de Alejandro Zambra el cual hace un recuento de crónicas sobre literatura, un autor joven que bien merece ser leído. Sobre discos “The Suburbs” de Arcade Fire fue mi elección como un gran disco a tener en consideración en este año 2010 que nos deja. De bandas locales, We Are The Grand, es una excelente recomendación, radicados en Inglaterra, dejan a muchas otras del circuito viñamarino y porteño como simples agrupaciones de colegio.

Este y otros detalles o hitos personales hacen de mi 2010 un año excelente. Agradezco a todos los que aparecieron en mi propia escena de éste. Estoy muy agradecido por sus gestos, no puedo nombrarlos a todos, si me olvido de alguno me regañaré al no hacerlo.

Amigos, no dependamos de calendarios, hay que vivir la vida día tras día. Paso a paso.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Episodio 38: Crítica: Libros y librerías

«Este es el ensayo más progre que pueda encontrar de este espacio. Pues en mi humilde opinión, la delincuencia no se soluciona construyendo más cárceles, sino con una mejor educación»


En Chile no se lee, o mejor dicho, no se lee lo que un país debiese leer, para poder salir de las garras del tercermundismo que ha sido disfrazado, hasta nuestros días, por el apellido "en vías de desarrollo”. Si bien los libros se encuentran en las librerías y bibliotecas, curioso resulta hacer referencia a lo primero: Las librerías.

Este país es bien singular, el libro es tomado como un privilegio. Pocos tienen como costumbre acercarse a las tiendas para comprar un libro del contenido que sea. Los libros son caros, no he descubierto América con esa última afirmación, pero lo curioso es que, frente a este problema, existen dos posturas. Los que detectaron este problema (no descubridores de América) y a los que el tema no les importa en lo absoluto.

Frente a este primer grupo de ¡nosotros los descubridores! Están los que abogan por la derogación de la carga impositiva presente en cada uno de los libros. Ese diecinueve por ciento hace que los libros sean -aún- más caros. Sin embargo, existe otro grupo de descubridores de América –donde más me siento identificado- que piensa que quitar ese diecinueve por ciento seguirá siendo un absurdo, por más que la buena intención y benevolencia esté presente en esto. Pues bien, me explico, la operación es básica: el diecinueve por ciento de un libro promedio, por ejemplo, de un valor cercano a los quince mil pesos es un despropósito. No se necesita ser un experto en las matemáticas para constatar que, dicho porcentaje de posible rebaja en el precio, es un ápice del real valor de las obras.

Sigamos en nuestro llanto. Para las librerías el negocio no resulta del todo rentable, sin embargo, sobreviven. Porque “los mismos de siempre” ingresan a sus tiendas y con eso se logra vivir y bien. ¿Qué hay de las librerías? Pues lo que usted ve al acercarse a ellas. Personal de atención parados, apoyados sobre los libreros que, a veces, te saludan. Siempre me ha llamado la atención que tenemos el derecho a desmerecerlos. Claro, con excepciones –en este lado del mundo es común no atreverse a afirmar nada ni defender nada y anteponer puros condicionales como el “tal vez” o el “quizás”-. Ese trabajo dentro de la librería lo puede hacer cualquier mortal, claro, si cada libro está etiquetado con su respectivo código de barra. Los tipos hacen una labor menos ardua que los conserjes. Me explico, equiparemos sus funciones. Tienen una función física, como es la noble tarea de mover libros, algunos pesados, y ponerlos en su correcto lugar. Ayudarse por las escaleras para llegar al estante más alto donde poder dejarlos. Pues, el conserje, se puede mover de un lado hacia otro y también, algunos cautos, se ganan sus pololitos limpiando vidrios, entre otras labores extra.

Me dirán, con razón, que lo de los tipos de las librerías es una labor intelectual. Debiese ser, hay buenos casos de personas que aman las letras y la literatura en general, uno los observa porque, muchas veces, están en sus mesones de atención con libracos de cinco kilos sobre sus manos, leyendo. Pero la realidad es otra, los tipos que te atienden –si es que lo hacen- toman el libro, buscan el código de barra y lo pasan por la maquinita, la cual señala el nombre del autor, el título de la obra, la editorial y el valor de este. ¡Nada más! ¿Me podrá decir ahora que la labor de los conserjes es más ardua que la de estos sujetos?

Sobre otro plano, en el que no sigo descubriendo América, más bien digo puras obviedades. No está en el común del chileno, comprar un libro. Y, el tema ha llegado a tal nefasto nivel que muchos en gestos vanidosos se pasean con libros en las plazas y los cafés. Inclusive existen otros que anuncian la obra que están leyendo en ¡las redes sociales! Todo para atestiguar frente a sus pares el “yo leo, yo soy culto”.

Los flaites no compran libros y no les importa ese hecho de no hacerlo. Me permito citar al gran historiador Gabriel Salazar que describe a estas personas: « (…)¿Cuál es el pobre típico hoy? Ya no es el cabro harapiento y sin zapatos, no es la vieja con el saco pidiendo lechuga: el pobre de hoy es el flaite. Y el flaite, que no estudia, es una especie de vago, tiene blue jeans de marca, zapatillas de marca, polerón de marca, celular, peinado con estilo que necesita de una serie de cuestiones para dejar el pelo parado. Y, por lo tanto, no se siente pobre». Me permito además agregar que, con el valor de las ultra-blancas zapatillas Lacoste, que más de algún flaite ostenta, podría comprarse un buen par de libros. Pero no es prioridad y no tiene por qué serlo, la poca aspiración como sociedad hacia la cultura hacen que para ellos, leer sea una lata.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Episodio 37: Memoria

«Para mi tío Óscar, al que tanto queremos, recordamos y extrañamos»


La historia del Finado Vargas es una bien particular, es un hombre muerto en vida. En sus certificados aparece como una persona fallecida, pero que, sin embargo, sigue viviendo. Con un segundo matrimonio, una mujer y siete hijos; dentro de los cuales hay cinco hombres y dos mujeres. Así es como sigue esta simple, pero inusual historia, que se caracteriza por el propio testimonio de Vargas quien cuenta que los funcionarios del Registro Civil le dijeron que no “puede sacar certificados, porque está muerto”, desde ahí se gesta un verdadero "Lázaro nacional".

Así como el recuerdo, tanto del periodista del diario Las Últimas Noticias, como para Francisco Mouat; el capítulo de personajes de éste último, en sus livianas y entretenidas “Crónicas Ociosas” retratan a un personaje del pasado. Luego de leer este breve fragmento, que se caracteriza por la singular historia y detalle de Vargas, me apresuré en prepararme un café colombiano que ya va escaseando en su tarro. No pude evitar escribir algo sobre el pasado que, sin embargo, tengo muy presente.

Como se dice que el que no aprovecha sus virtudes “está desperdiciando algo”, me permito recrear una escena que guardo con orgullo y silencio entre mis recuerdos más preciados:

Chillán, casa sin número. La primera de toda esa hectárea y, probablemente de muchas otras. Entramos por el imponente portón de piedra de la casa de mis queridos abuelos. El perro de turno te ladra, se ubica a un costado y, por su fiereza, está más encadenado, como condenao. Entramos por la puerta donde se ingresa cotidianamente, no la de visitas. La puerta está a maltraer, hay un signo de Cristo sobre ésta. Al ingresar están los tantos gorros de mi primo Gonzalo. Se supone que es el lugar donde las visitas dejan sus cosas, chaquetas y sombreros. Sin embargo, ese espacio está para las artimañas de mi primo, en la mesa hay uno que otro cachureo, si preguntas por qué el desorden en Chillán nunca se sentirán ofendidos, dirán que así es la usanza del campo donde todo es más desordenado que en la ciudad. Sigues caminando y te encuentras con la sala de estar. Hay un mueble que cubre toda la pared. Vasos, platos, uno que otro cajón con cachureos de mis tíos están ahí. Hay figuras decorativas en el mueble, así como cuadros de los primos de Antofagasta, Santiago, Chillán y nosotros los de Viña. De repente algún curioso que trata de buscar algo de ese mueble se manda algún comentario. En la foto aparecemos casi todos bien chicos, unos niños que nos veíamos alegres enmarcados en estas fotos que, más de alguna vez deben haber alegrado a mis abuelitos.

Siguiendo por la sala están el sofá pegado a la pared color ocre. Una silla contigua a ese sofá era donde mi abuelito se sentaba para ver la televisión. Decía que le caía bien Marcelo Salas, que era bueno pa`la pelota, que Zamorano no tanto. Que Álvaro Salas no era un buen humorista, en tiempos en que la mayoría pensaba lo contrario. En ese lado de la sala hay un recuerdo enviado a mis abuelitos de algún amigo, un círculo de cobre sobre el cual aparecen grabados los nombres de mis abuelitos, junto a un huaso practicando el rodeo, arriba de un caballo con su poncho y su sombrero, haciéndole collera a un ternero. En el otro muro está la radio que, de vez en cuando, se corre hacia el patio donde compartimos cuando vamos de visita. En esa misma pared hay una puerta que da con el patio frontal de la casa. En ese mismo muro se ubica otro sillón, donde mi tía Sonia se queda dormida casi todos los días en que estamos de visita. Si le preguntas si quiere irse a dormir te dirá que no, que ella está bien sentada y despierta, que sólo está “descansando los ojos”. En ese mismo lugar está el calendario del año de turno, que por lo general es de papel y con la marca de una carnicería. Hay un reloj y más allá aparece un cuadro del año ochenta y dos, donde salen mis papás en su matrimonio. Junto a ellos, están todos los hermanos de mi mamá. Cinco hermanas y dos hermanos. Estos últimos muy jóvenes y delgados, los dos con ternos color celeste, iguales. Mi tío Daniel y mi tío Óscar, el callado, el buena persona, el que hoy nos observa y al que tanto extrañamos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Episodio 36: Récord Guinness

« (…) este evento que busca potenciar este paraíso lacustre con una actividad a la altura de un gran Record Guiness (sic), todo con el objetivo de pulir este diamante en bruto que es Licán Ray».

Diario "La Opinión", 19 de julio de 2009


Los Récord Guinness son un verdadero misterio, una incógnita que si lo piensa carece de todo sentido. No es sorpresa que al común de los mortales nos llame la atención aspectos que sobresalen de nuestra propia cotidianeidad. Así el hombre más alto del mundo, el más enano, la mujer con las uñas más largas, la con los pechos más grandes, etc. La resistencia, habilidad; en fin, aspectos que salen de toda lógica quedan impresos en un registro llamado Guinness.

En nuestro país el tema no resulta indiferente. Es así como estuve presente en una de las más nobles hazañas en cuanto organización y unión para hacer de Licán Ray, ubicada en la décima región, la ciudad con el “asado más grande del mundo”.

En mis vacaciones familiares, mediados de los años noventa, nos quedamos en esta hermosa ciudad donde se ubica la rivera del lago Calafquén. Licanrade, como la llamábamos, es un pueblo tranquilo, perfecto para turistas que buscan un relajo, caminar por la playa, leerse un libro por la tarde o simplemente el diario. En el centro de la ciudad, el asado récord comenzaba a gestarse con días de anticipación. Carteles por toda la ciudad, hacían recordar a sus habitantes que el hito era importante, que debían aportar para esta gesta con su presencia. El alcalde de la ciudad, junto a los funcionarios municipales también estaban pendiente de este proyecto veraniego. Es así como a partir de las siete de la mañana, en la calle principal el asado comenzó a tomar forma. Se unieron mezas formando una interminable hilera donde iban a participar los comensales del asado más grande del mundo. Éste no iba a ser hecho en un horno gigante, y probablemente los propios productores del evento no habrán previsto que, quizá –pienso-, el asado más grande del mundo debió haberse efectuado en la parrilla más grande del mundo. Pero, en resumidas cuentas, era la larga fila de mezas unidas más grande del mundo. Sin embargo, todos estábamos convencidos de que esta ciudad iba a quedar impresa en la publicación de los Guinness del año siguiente. Se logró la meta, y muchos vecinos debieron sentir un espléndido regocijo, al haber participado para erigir a su ciudad en la cúspide de lo sublime.

En 1995, la ciudad de Curicó se unió a los buscadores de récord Guinness al preparar “La torta curicana más grande del mundo”. Montero, nombre de la empresa líder en la elaboración de este dulce en la ciudad, propuso realizar esta gesta heroica, también con el afán de escribir a Curicó en uno de los sitiales de estos registros que, a muchos, les genera un placer incontenible; un orgullo, aunque efímero, es orgullo de todas formas.

Muchos de los impulsores de ideas cómo éstas, lo hacen con el fin de beneficiar y potenciar el nombre de sus ciudades. Que se abran al mundo, y dejen ese oscuro anonimato que la propia historia ha hecho de ellas. Así, a primera vista, podría potenciar el aumento del turismo y otros factores con lo cual busque que dicha ciudad crezca, puede ser una buena interpretación al conseguir estos hitos. O simplemente un afán de querer demostrarle al resto del mundo que en una ciudad hay algo que el resto de las ciudades no tiene o que, incluso, nunca imaginó tener.

La idea de un récord Guinness es curiosa y alegre. Una buena instancia para unir fuerzas, de esparcimiento y convivencia entre los habitantes de una ciudad, o un grupo de personas que se unen en una labor poco común. Sin embargo ¿ha tomado un libro de Récord Guinness? Si es así ¿cuánto tiempo lo revisa hoja por hoja?

sábado, 20 de noviembre de 2010

Episodio 35: Me han dicho (Fetichismos)

«fetiche.
(Del fr. fétiche).
1. m. Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos».

Los fetichismos son parte de mi día a día, para las personas que viven de las simplezas que nos da la literalidad, estas líneas les resultarán absurdas con fundadas razones.

Esta semana caminando por las calles de Providencia me di cuenta que no puedo tolerar pasar por debajo de los cables de soporte del tendido eléctrico. Alguna vez escuché el mito urbano el cuál decía que eso daba mala suerte. Más aún si se trata de escaleras puestas en las tiendas, que por lo general usan la mitad de la vereda, tampoco puedo pasar por debajo de ellas. Me podré arriesgar a pasar por la calle transitada arriesgando más de algún bocinazo, sin embargo, me sentiré complacido del hecho de respetar el no transitar bajo una escalera. Dicen que da mala suerte.


Me tomo la licencia de utilizar el término situación fetichista. Estas situaciones se prolongan aún más para la celebración del año nuevo. No puedo desear un feliz año nuevo si el nuevo año no ha ocurrido hasta el momento, siempre me dijeron que era de mala suerte. Caso contrario era el hecho que la primera persona que debiese abrazar sea del sexo opuesto. Llegada la hora exacta mientras todos se abrazan para desearse un feliz año, me puedo hacer el desentendido si la persona que se aproxima es un hombre, no lo abrazaré. Tengo que cumplir, año tras año, la costumbre de abrazar a una mujer para esta festividad antes que el resto de las personas con las cuales me rodeo.

La nana de un buen amigo siempre nos decía que mascar chicle hacía mal. Te dejaba la mandíbula endeble, y apuntaba a la gente que “se le salía el cajón” fue víctima del consumo diario de chicle. Luego seguía argumentando que la composición de la goma de mascar está conformada por tripas de cerdo que “luego le ponen colorantes y con eso se forma el chicle”.

Así las mañas, costumbres buenas o malas y fetichismos siguen. Sigo creando mi propia sugestión. La última que encontré fue el último día de universidad. Hace un par de semanas esperaba el resultado de un examen. Los minutos pasaban, y tenía que estar acompañado de un cigarro para seguir la espera. Como no tenía cómo encender los cigarros, le pedí a una niña cara conocida de Viña que me prestara su encendedor, fueron unas cuatros veces las cuales solicité que me facilitara su encendedor, había que prender un cigarrillo tras otro, con el paso de los segundos la espera se hacía más intensa. Logrado el resultado recordaba su encendedor fluorescente color verde. Tenía que reconocer ese hecho ¡Ha nacido un verdadero fetiche! En ese mismo día quise ese encendedor, pues creí que me traería recuerdos después. Ese encendedor me iba a recordar que ese preciso día era un día bueno. Seguiré en busca de días buenos. Son fetichismos de un ser normal, no me malinterprete, claro.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Episodio 34: La logia

Comienzo esta historia con la inquietud acerca de cómo se escribe realmente esta palabra inserta en el vocablo inmobiliario: «La logia». Estás en Viña del Mar, son los últimos días de febrero, el verano presenta una leve retirada, comienza el «Festival de Viña», no tienes entrada para ir. Sin embargo estás en la ciudad y, al no ser grande, sí puedes escuchar el ruido de lo que allí ocurre.

Me preparo un café, quedan pocos días para volver a la rutina anual, ese marzo que nadie quiere que se apresure en aproximarse, pero que al precederlo el mes más corto del año, su aparición es inminente. Cerca de mi casa se pueden escuchar los ruidos de las presentaciones del festival. Para todos los que vivimos en los alrededores de la Quinta Vergara, un detalle es ostensible: en el primer día de este evento, los fuegos artificiales que ve en su televisor son sobrepuestos, éstos los tiraron el día anterior.

Desplazándome por los rincones de mi casa, encuentro un lugar para fumar. Pretendo evitar el humo del cigarro para no molestar. Abro la puerta de la cocina, luego sigo y me encuentro con esto: La logia. Sólo tengo que cerrar la puerta trasera de la cocina y otra puerta de la pieza de servicio y el lugar es mío. Al interior de éste está la lavadora y la secadora, un tendedor de ropa y un fregadero; el resto del espacio está disponible. Abro la ventana para fumarme un cigarro, y comienzo a descubrir este –hasta ahora- anónimo lugar de la casa. Está a mi merced, quedé de fumar ahí antes de irme a dormir. Así fue como en el primer día podía ver al fondo como los gritos, las luces y más gritos del festival hacían gala en una noche de febrero. Al día siguiente lo mismo, hasta el último día con el cierre. Luego, seguía en mi ya nueva adquirida tradición el fumar cigarrillos en la logia. Podía ver que era el mismo escenario, la calle de al frente, la Quinta Vergara de marzo, esa que permanecen con una solemne quietud esperando para el próximo año ensordecer nuevamente con ruidos de artistas que visitan esta ciudad. Seguimos, y en abril el cuento es el mismo, y así sucesivamente. Había adquirido un espacio, un hábito, la logia era mía.

Luego empecé a acompañar mis jornadas con música, desde el mismo. Las noches de estudio también estaban acompañadas de una visita a la logia para mirar el ambiente. Quizá se pueda objetar ese hecho, debido a que en cada vista físicamente se ve lo mismo. Calle, césped, vereda, las azoteas de uno que otro edificio, un cerro lejano lleno de puntitos con luces; pero la percepción es errónea. Cada día se ve algo distinto. Cada hora la vista cambia, también varía con los estados de ánimo que tenga. Así podía ver a las cinco de la mañana como el sol aparecía con una luminosidad verde, espléndida. Podía ver las tardes lluviosas, primaverales, estivales en general. Para navidad y año nuevo lo mismo.

Me llama la atención el toque humano, que los lugares estén ahí y que nosotros actuemos para darles forma. Así es como en una simple logia puede contarse una historia, de esos tres años en que estuve ubicado por las noches antes de irme a dormir. Se hace historia que está siempre presente. Luego de ésta quedan vestigios o pistas, en este caso una simple, quemaduras de cigarrillos en el marco del ventanal ¡una historia queda impresa! Así como grandes historias en otros espacios, en palabras de Francisco Mouat «…las historias encuentran, tarde o temprano, su particular forma de ser narradas».

sábado, 23 de octubre de 2010

Episodio 33: No le entran balas (La empleada del mes)

«Para la gente feliz, para aquella que no le entran balas»


La semana pasada, a la hora del almuerzo, me encontraba camino hacia un local de comida rápida cerca de la avenida Providencia. Como estaba la expectación y posterior júbilo de muchas personas por el rescate minero, la tarde santiaguina era notoriamente tranquila. Al entrar a la tienda de comida, hago la fila como es de costumbre. Dos personas estaban antes que yo, por lo que la atención sería rápida.

Mirando el entorno del local, aparte de los anuncios publicitarios, a mi izquierda permanecía pegado un cartel con el empleado del mes de septiembre. Un gran estímulo laboral. En él aparecía sólo la fotografía de una mujer. Debió haber tenido unos 26 años, de contextura gruesa, tez morena y una leve sonrisa. Precisamente pocos segundos después la misma mujer me tomaba la orden. Pese a tener en el lado izquierdo de su pecho una chapita con su nombre, no pude darme cuenta de él.

En mi reacción pude coincidir de forma rápida la cara de la mujer que me atendía, junto con la mujer de la foto. Era ella, estaba parada con una sonrisa de lado a lado, de voz dulce, amablemente tomaba mi pedido. Esto me resultó curioso. Pude leer entrelíneas que la mujer estaba tranquila, que la sonrisa probablemente no haya sido una de las tantas que tiene que mostrar diariamente en el mismo lugar. En mi espera escuchaba una canción de Vicentico «Soy feliz», lo cual hacía retratar el momento de manera aún más curiosa.

Entre el tumulto de clientes y empleados de la tienda, los primeros, impacientes de que su orden sea cumplida de forma rápida, los segundos corriendo de un lado a otro haciendo lo posible por aprovechar cada segundo de espera. Entre el personal, algunas mujeres que atendían estaban confundidas y se preguntaban insistentemente qué bebida quería Perico que con mirada insulsa apreciaba la objetable lentitud de la atención. Otros tipos tratando de envolver de mejor manera la comida ordenada, corriendo con vasos en las manos, sacando condimentos, renovando estos últimos. Sin embargo, la mujer que me atendía permanecía tranquila, moviéndose de forma normal por el pasillo. Pude apuntar su extremada ocurrencia, el equivocarse de tamaño de un vaso de bebida, donde resolvía estos detalles con rápidas reacciones. Lo hacía con una agilidad que debió haber sido uno de los argumentos por los cuales era empleada del mes. Y lo sentí así, quizá hacía repetir en su inconciente que ella –y sólo ella- era la empleada de ese local de comida rápida por el mes de septiembre. Que su foto permanecería durante todo el mes de octubre sin derecho a que sus pares, pese a la envidia, puedan hacer nada.

Sentía su botón de pausa, mientras todo el personal del restaurante se movía apresuradamente ella estaba tranquila, sin hacer mal la pega. Inevitable era agregarle la canción de Vicentico de fondo: «Soy feliz, ya no me queda tiempo para sufrir». Su panorama pudo haber sido violentado producto que uno de los clientes bajó del segundo piso y acusó a uno de los empleados del local su maltrato. El señor estaba en el baño, y al increpar por el mal servicio recibió una “sacada de madre” del empleado que, posteriormente, se esconde en un pasillo donde sólo el personal de la tienda puede circular. El señor, de unos 50 años, estaba enfurecido, decía que el tipo lo había ofendido y que luego corrió hacia el pasillo. Decía que esperaría cuanto fuere necesario, obviamente, para él, su honra había sido ofendida.

Pese al panorama del señor rabioso, el empleado tincado que ofendió y se escapó; el resto de los trabajadores de la tienda se detuvo por breves minutos para ver lo que había ocurrido. Sin embargo, la mujer que me había atendido seguía en su andar, haciendo la pega de forma tranquila como si el hecho no hubiese ocurrido. Como si el cúmulo de chuchadas entre el cliente embravecido y los empleados que no podían hacer nada, fuera un simple detalle pasajero.

Ahí me seguía dando cuenta de su felicidad. Del ser empleada del mes, del moverse y tirar bromas sin dejar de hacer bien su trabajo. Y qué buen mes debe ser para ella, porque es feliz, porque no le queda tiempo para sufrir, porque si no tiene argumentos para eso, para qué buscarlos. ¿Por qué no dar espacio a la felicidad? Ese camino que sus pares todavía se nota no encontrar. A ella no le entran balas.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Episodio 32: La Pasión

«pasión.
1. f. Acción de padecer. 2. f. por antonom. pasión de Jesucristo. 3. f. Lo contrario a la acción. 4. f. Estado pasivo en el sujeto. 5. f. Perturbación o afecto desordenado del ánimo. 6. f. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona. 7. f. Apetito o afición vehemente a algo. 8. f. Sermón sobre los tormentos y muerte de Jesucristo, que se predica el Jueves y Viernes Santo. 9. f. Parte de cada uno de los cuatro Evangelios, que describe la Pasión de Cristo».


Mi fallecido abuelo Pedro, confeso seguidor del club de fútbol Ñublense. Equipo de su ciudad de origen, Chillán. Eran tiempos donde el fútbol, como actividad profesional, no era tomado en serio. Los estadios eran verdaderos peladeros. Las gradas eran de endebles trozos de madera, unidos por pernos en no mejor estado. La pintura de las aposentadurías brillaba por su ausencia. El cuidado era escaso. Con fortuna se podía encontrar alguna caseta de transmisión radial, donde algún comentarista empedernido por el deporte más popular del mundo, podía relatar lo que ocurría. Eran tiempos en que el cuadro chillanejo soñaba con jugar en la primera división del fútbol profesional chileno.

Mi abuelo seguía los encuentros. El estadio de Ñublense, llamado hasta nuestros días Nelson Oyarzún Arenas, no es un recinto donde los grandes equipos caigan; recordado es en la ciudad de la octava región el triunfo por dos goles a cero frente a Colo-Colo ocurrido hace dos décadas atrás. La historia cuenta que Oyarzún, antiguo técnico del cuadro de Chillán, un histórico que antes de morir les pidió a sus jugadores que ganaran el próximo encuentro, petición que fue cumplida por éstos. A don Nelson le llamaban “El Consomé”, porque ordenaba a sus jugadores tomarse un consomé antes de cada partido. Remedio preciso o cábala. El estadio lleva su nombre, el del técnico y asistente del entrenador que llevó a la selección chilena de fútbol al tercer puesto de una copa del mundo, Fernando Riera.

Como en todo aspecto de la vida la pasión aparece en este ámbito. Es tan humano aferrarse a las cosas, darle un valor afectivo adicional. Encariñarse con algo que, desde otros ojos es sólo “algo” que es parte de un todo. Para mi abuelo, Ñublense era un buen pretexto como para visitar su estadio, aunque el equipo fuese en segunda o tercera división. Era su pasión, una buena razón para ver jugar al cuadro de su ciudad. La pasión se agudizaba aún más en los partidos con lluvia, donde los pocos espectadores que visitaban el Nelson Oyarzún se empapaban al intentar ver a su querido equipo jugar durante noventa minutos con una cancha barrosa, y el público empapado pidiendo clemencia a la madre naturaleza, a ella de inciertas decisiones. Con esa sensación que “se cae el cielo”, Pedro veía a su querido equipo. Era tanto el frío y el agua, que en el entretiempo se iba a su casa y volvía con ropa seca para disfrutar del segundo tiempo. Pasión y punto.

Hoy, en un mundo atestado de triunfalismos intrascendentes. En que el término es malformado por disparos entre barristas, hinchas en centros de asistencia médica, microbuses maltrechos por la acción primitiva e injustificada de los mismos hinchas que dicen tener esa misma pasión. Lo invito a comparar.

Y es quizás la exageración del término. Que el sólo hecho de comenzar a seguir un equipo del gusto de cada cual se haya transformado en pasión. En una inexplicable pasión, en un uso indiscriminado de la palabra. Justificando a los violentos, obtusos e ignorantes. Justificando frustraciones personales. Olvidándose que el fútbol se gana con goles, con la simple fórmula que una esfera de color predominantemente blanca traspase una línea del mismo tono. Quizá se olvidaron de todo, utilizando a este deporte como posible fuente para depositar rabia y odio, los peores sentimientos de un ser humano.

sábado, 31 de julio de 2010

Episodio 31: Redes sociales poco sociables

Todos somos víctimas y victimarios. Hace un par de días que me informo que en China, se han realizado estudios que aseguran que el consumo de internet aumenta el porcentaje de padecimiento de depresión. La noticia era empalagosa ¿Cuántas horas de internet consumimos día a día?

Sobre el e-mail, está Fuguet quien cuenta su historia sobre cómo dejó como costumbre a un “mal necesario”. En la crónica habla acerca de la manera en que se contacta con un amigo suyo, para saber, sólo si estaba vivo. En un diálogo que, a simple vista, al lector le parece absurdo y frío; Fuguet cuenta su verdad. Así como, a su vez, deja en claro su alejamiento de los mensajes electrónicos. Aquí, para mí, nace la idea de propender la antigua costumbre de la epístola, esa tangible, la que se percibe.

Con tanto mensaje electrónico, emoticón barato, repetitivo, masticado y poco original; la epístola, la carta que se deposita en el buzón de correos, cobra su sentido más nostálgico. No me parecería extraño si a usted le causara una grata impresión el recibir en la puerta de su casa una carta, escrita en puño y letra de quien la emite. Un gesto o un abrazo a la distancia que se convierte en letras, vertidas de la más noble intención, dirigida hacia el ser querido.

En los últimos años, en otro compendio de ideas acerca del mundo web, encontramos las redes sociales, junto al recocido cúmulo de crónicas, críticas o noticias que en ellas se informan. Que una de ellas, la de logo azul de fondo y letras blancas, mostraba su génesis. En que unos cuántos mortales de una prestigiosa universidad de Estados Unidos se conectaban para intercambiar mensajes, entre otros datos. De la anécdota de su creador, un complejo nerd que decidió echar andar este motor que no ha parado. Sea tenebroso como el mismísimo Frankenstein o noble como una Cadena de Favores, este medio ha logrado dejarnos a todos pendientes de lo que uno de nuestros seres queridos -y de lo no tanto-, hagan. Farándula pura en la pantalla de su computador ¿Cuántos ingresarán para saber la vida del otro? ¿Cuántos otros ingresaron simplemente para no quedar fuera de los temas de conversación coloquiales? ¿Cuántos sólo ingresaron para no salir perjudicados con algún mensaje, alguna abominable foto de su persona que los difame o simplemente por miedo? Aquí es donde el factor vanidad/miedo abunda en las mentes de unos cuantos.

Luego están otras redes como la de la palomita icónica que tienen a muchos –entre los que escribe- locos por su sinsentido, que se matiza, con el argumento que la “información llega más rápido por este medio”. Luego un sinfín de otras redes que abarcan todo el plano ya visto de internet ¿Qué nos queda después de todas estas invenciones?

La deshumanización, querámoslo o no. Es lo que nos queda producto de estar sentados como pergeños frente a un computador, pensando que toda la vida transcurre mediante ese aparato y no en el mundo real, como sentarse en una plaza, cerca del mar. Leer un libro en una cafetería. Comentar con el vecino el detalle ínfimo que haya pasado en el barrio. Saludar al conserje, pasear al perro, o simplemente el hecho de caminar por caminar, para regocijarnos y gritar al cielo ¡Estamos vivos carajo!

sábado, 17 de julio de 2010

Episodio 30: Café Journal

«Este es el episodio treinta»

En Viña del Mar, ya iba la tercera jarra de cerveza que compartía en compañía de mis cercanos. Es el Café Journal, la noche de un viernes. Con el rubor de nuestros rostros permanecíamos ya acalorados por la cantidad de cerveza digerida. El cenicero sobre la meza atestiguaba una noche larga. Ya en mi enésimo pucho, lo miraba fijamente, pensaba en qué placer me podía dejar fumármelo si ya no sentía el humo que ingresaba a mi cuerpo. Sin embargo, iba a mitad de camino y la misión era quemarlo por completo. Con su precio actual, dejar un cigarrillo medio consumido es casi un lujo que pocos se pueden dar.

Luego de hablar cada uno de nuestras vidas, dio pie para mirar el entorno. El Café Journal es una casa antigua. Una de las pocas que van quedando en la calle Álvares, en el cruce con Agua Santa. Da pie, además, para hacerse la idea de lo que fue realmente esa ciudad en sus años dorados. Un balneario inhóspito, exclusivo; de un curtido y tallado estilo inglés.

Destacan dentro de su estética, innumerables recortes de diarios, revistas y carteles cinematográficos de épocas pasadas. Banderas de embarcaciones, que hacen recordar que estamos próximos al puerto de Valparaíso, y uno que otro aviso rimbombante y colorinche tapiando la idea de que el sitio esté pasado de moda. El Café Journal es un clásico para muchos.

En el primer piso del local, existe un gran cuadro de un grupo nacido en la ciudad: Los Jaivas. Entre el griterío, los cigarrillos, los pitcher de cerveza y una que otra risa; aparece esta imponente obra, retratando de armónica forma al grupo de la ciudad jardín.

El cuadro tiene por autor a don Fenelón Guajardo López, el Charles Bronson chileno. El año 2004 Francisco Mouat, periodista, va de visita hacia su casa en Viña del Mar. Para su sorpresa la entrevista no fue unipersonal sino más bien familiar. Ahí es donde don Fenelón de cuidados 82, cuenta sobre su mayor afición: La pintura: «Pero mi obra mayor es esta otra: el mural del Café Journal de Viña. Este cuadro cuesta como cinco millones de pesos, y los pintores de la zona me han felicitado. Vea: aquí está el dueño del negocio, aquí el Gato Alquinta, aquí un periodista que se llama Telmo Aguilar, aquí la Juanita Parra, aquí el otro Parra, aquí Álvaro Mutis. Fíjese en el brillo del vaso porque se le acabó el vino, ¿le gusta mi cuadro?”». Mouat, ante la pregunta, le responde que sí. Y es poco probable que un cuadro de tal calidad aparezca desapercibido entre los visitantes que diariamente acoge el Journal.

El cuadro arranca una historia. La de ese grupo que se formó en esa misma ciudad, Viña del Mar, el año 63. Y que, pese a parecer una fecha lejana, los integrantes de Los Jaivas aparecen retratados con total espontaneidad compartiendo como si fuese ayer, haciendo lo que muchos hacen en ese café. El cuadro arranca además la historia de un chileno que, décadas atrás, se presenta a un concurso de los Sábados Gigantes, con la convicción de ser el Charles Bronson chileno, por su apariencia desafiante, su desplante rebelde y su bien cuidado bigote.

Habrá que ir más seguido para ver si nos encontramos con otro hallazgo, otro que arranque historias, crónicas, comentarios o cuñas.

sábado, 19 de junio de 2010

Episodio 29: Dichos futboleros

«Entró hasta la cocina» Entrar hasta la cocina es sinónimo de pasar por encima a los diez jugadores de cancha. Entrar hacia el área chica y concretar un gol. Que, en el peor de los casos, puede ser una oportunidad errada que luego quedará entre las "chambonadas” del encuentro. Puede ser un festejo o una tomada de frente explicando lo inexplicable, por qué esa jugada no se convirtió en gol.

«Le pegó con el diario» Pegarle al balón con el diario es sinónimo de un tiro errado. Fuerza y precisión son factores que son tomados en cuenta en su conjunto, más aún lo primero. Pegarle con el diario, es imaginarse la situación literal de un tiro manso hacia las manos del arquero o simplemente desviado fuera de los tres tubos metálicos que conforman un arco. Sólo intente empujar un balón con un diario.

«Lauchero» Este es el arquetipo de un delantero que permanece adelante, siempre. Los laucheros son más comunes en las pichangas de barrio, donde no existen árbitros guarda-líneas que cobren fuera de juego. Sobre esto último, es un concepto difícil de entender por muchas personas.

«Comilón» No es cuestión de peso, calorías o porcentaje de grasas saturadas. Este tipo de jugador es el que no piensa el fútbol colectivamente. La ocasión propicia puede ser seguida por un compañero a pocos metros, a veces a centímetros, pero el comilón tiene que hacer valer su condición y no da un pase a uno de los suyos que, en el mejor de los casos, no recibe marca de algún jugador del equipo contrario. El título comilón se lo otorgan sus compañeros de equipo al ver que ha errado una oportunidad que pudo ser aprovechada de mejor manera pasándole el balón a otro en mejor posición, sin embargo, no lo hace. El comilón que sigue en su senda “comilona” puede recibir el título perpetuo de “comido”. Que muchas veces limita a que sus compañeros le den el balón a sus pies, porque el comilón deberá morir con la suya. Las condiciones de "comilón" y "lauchero" se pueden reunir en una sola persona.

«Ratón» El equipo ratón es aquél ultradefensivo. Para los que gustan de un fútbol vistoso, este arquetipo futbolero no será agradable. En Italia se conoce como catenaccio, una trampa mortal. Donde defensores, medio-campistas y delanteros se confunden para llenar su propia área y así lograr el objetivo de no sufrir un gol por parte del equipo rival. Lo de ratón es notorio, baste ver algún episodio de la serie Tom y Jerry, donde este último se escondía en su ratonera; pues bien, en este caso la ratonera es el arco. Este concepto puede ser entendido también como aquél equipo que se “cuelga del arco”, aquí hay que imaginar a los once hombres colgados del travesaño metálico de la portería, con el fin de mantener el marcador en cero. Por lo general, estos equipos ratones buscan mantener el empate y con mucha astucia podrían conseguir la victoria.

«Concentrados» Jaime Bayly escribe al respecto “Si un futbolista "está concentrado", no significa que está pensando, meditando o reflexionando, sino que se encuentra durmiendo fuera de su casa, en un hotel”. La expresión suena a campos de reflexión como la rutina de los monjes trapenses, pero que sin duda, es un término en sentido figurado.

«Calificar» Un errático concepto que muchas veces se confunde. En especial en México, calificar significa pasar de ronda en un campeonato. Lo que el resto del mundo entiende con el término clasificar, ellos lo entienden como calificar. Un equipo puede no clasificar siendo muy calificado.

«Timorato» El cliché de muchos periodistas que quieren rememorar relatos de uruguayos como don Mario Benedetti o Eduardo Galeano. En Chile en este ámbito se recuerda al difunto Julio Martínez, quien con un excelso lenguaje lograba darle mayor condimento a un relato. Recordado es su “justicia divina” en el mundial de fútbol de Chile en 1962. El periodista que usa el término timorato, probablemente, quiera llegar a ser como los personajes recién citados, sin éxito.

sábado, 12 de junio de 2010

Episodio 28: Ideas inconexas (Mundial Sudáfrica 2010)

«Eduardo Galeano se atrinchera en su hogar de Montevideo para ver "el juego bien jugado" del Mundial»

Diario "El País", 12 de junio de 2010


Cuando Santiago Cañizares, entonces arquero español, supo de su lesión, remeció el mundo del fútbol. Estaba listo para abordar el avión junto a la selección de fútbol española que los llevaba al Mundial Corea y Japón 2002. Un mísero frasco de colonia le cayó sobre el pie. Envase que, al quebrarse, logró cortarle un pequeño tendón. Detalle suficiente para dejarlo fuera de la justa mundialista.

La suerte del árbitro Pablo Pozo no es desigual. Junto a todo el comité de árbitros, se encontraba el juez de nacionalidad chilena. Trotaba junto a todos, probablemente compartió experiencias con sus pares de todo el mundo. En una actividad recreativa, Pozo, supongo que de muy buen ánimo, jugó animosamente un partido de voleibol. Para la sorpresa de muchos, se esguinzó un tobillo. La consecuencia, se pierde toda la primera fase del campeonato mundial 2010. Detrás de su lamento, se esconden lúgubres recuerdos de jornadas de instrucción sobre las reglas arbitrales del juego. Pasando por clases de inglés y una adecuada preparación física. Sin embargo todo resultó distinto a lo esperado.

Para la cantante Shakira la suerte es dispar. Hoy la canción del mundial es un tema no menor. Pocas han sido las que han quedado para el recuerdo. «La Copa de la Vida» de Ricky Martín es una de ellas. La cantante colombiana logró inmiscuirse entre los competidores, como el cantante español David Bisbal que con su insípido tema «Waving Flag» era el candidato a adjudicarse el trofeo de “Canción oficial del mundial de Sudáfrica”. Shakira, con poco pudor, tomó un tema de un grupo cualquiera, logró darle algunos retoques contemporáneos pseudo tribales, pseudo africanos; la base pop del momento y lo consiguió. Su tema «Waka-Waka» es el fiel reflejo del poco esfuerzo, un ligero movimiento de caderas y una coreografía que hace recordar al grupo Los del Río con su tema «Macarena» y nada más. Como el plato único del menú que estás obligado a degustar.

Los canales de televisión chilenos hacen sus notas divertidas. Los enviados especiales son los “envidiados” por millares de hinchas deseosos de estar en su posición. Estar en el lugar que todo el mundo del fútbol quiere estar. Tener viáticos generosos, estar todo el día reporteando asuntos que a nadie le incumben y decir que están “cansados y atareados de la labor empeñada”. Siendo que, para muchos, pasearse de un lugar a otro, compartir experiencias con colegas de la misma profesión de todo el mundo, tener entradas a los principales partidos y ser testigos en primera persona de los mismos, es un regalo caído del cielo.

Este tiempo, donde la sobreexcitación de los fanáticos de este deporte es provocada por el bombardeo de información a toda hora. En desmedro de las personas que no gustan del fútbol, quedando en un segundo plano.

Las tiendas ofrecen «créditos mundialeros». Televisores de «alta definición» para el fetiche de ver 270 minutos de fútbol por cada equipo participante como mínimo. Promociones mundialistas de todo tipo. Celulares con televisión para no perderse ningún detalle de lo que ocurra en el continente africano. Centenares de descuentos, algunos sin conexión alguna hacia el deporte en cuestión. Ofertas de supermercados con rebaja en el precio de las carnes, para tener asados a las siete de la mañana donde el cuerpo no pide proteínas ni grasas, simplemente una liviana merienda. Y para los más entusiastas, el cotillón; productos que, luego de este tiempo, quedan fondeados en el lado más recóndito de la bodega.

¿Qué relación tienen los párrafos anteriores? El fútbol; sí, el mismo. Donde una pelota trasciende todo. Donde provoca el mejor de los sentimientos de algunos y la cólera irascible de otros. Pero todos debemos entender que, al final del día, el equipo que haga más goles, gana.

sábado, 5 de junio de 2010

Episodio 27: La cita predilecta

«Él es Gabriel, él no es nada…»

Hace casi dos años, estaba en el avión de vuelta desde la ciudad de Punta del Este hacia Santiago. Cruzando el Río de la Plata. Como el trayecto era sólo de casi 3 horas, tenía el tiempo suficiente para terminar de leer El Túnel de Ernesto Sabato. Muchas fueron las citas que anoté al leer el libro, sentía que Sabato hablaba a través de su obra. El físico de profesión, estaba inmiscuido dentro de su protagonista, Juan Pablo Castel, un tipo extraño, desencantado de la propia vida. Voraz, crítico y sencillo. La derrota estaba presente en su diálogo, haciéndole guiños a la realidad.

Con la música del grupo Bajofondo, músicos rioplatenses, algo adecuado para seguir en mi intención de finalizar el segundo libro que llevé para ese viaje, saqué algunos pasajes que dieran lugar a algún comentario personal. Ahí fue donde me encontré con una cita portentosa. «Realmente, en este caso hay más de una razón. Diré antes que nada, que detesto los grupos, las sectas, las cofradías, los gremios y en general esos conjuntos de bichos que se reúnen por razones de profesión, de gusto o de manía semejante. Esos conglomerados tienen una cantidad de atributos grotescos: la repetición del tipo, la jerga, la vanidad de creerse superiores al resto» La desazón en el diálogo se hace latente, pareciese como si don Ernesto Sabato nos estuviera relatando algún pasaje de su historia personal como su desencanto por su dirección política emprendida, en especial su deserción del Partido Comunista. Quizás otros pasajes nos hablen de su abandono de las ciencias exactas o cuando se juntaba junto a su círculo de amigos a idear «cadáveres exquisitos».

Sin embargo, dicho esto, no pude ubicar la cita perfecta. Era una declaración de principios del escritor argentino. Algo tan revelador que el texto debía girar entorno a aquella cita, ésta no merecía ser un somero acompañamiento de alguna idea fundante.

Lo intenté, en muchas ocasiones, alguna vez vi en un mismo espacio a muchos jóvenes pertenecientes a juventudes de partidos políticos. Hablando del «tú eres de derecha y tú eres de izquierda… ¡Miren quién viene llegando…el “radical”!». Miraba impaciente, alguna vez fui a uno de estos encuentros de jóvenes políticos, caso en el cual fui invitado sin advertirme que era un encuentro de esta índole. Un buen amigo me dijo que había cerveza gratis en el Café Journal, la palabra “invitación” fue un motivo suficiente para ir con un buen amigo a beber algo y conversar sobre las nimiedades de cada cual.

Llegando me encontré frente a un grupo de jóvenes políticos, futuros cracks de la demagogia, según algunos; esperanzas de un futuro próspero, para otros. Así fue como me encontré con mi amigo, no estaba él nada más, en la cita estaba presente otro amigo de la infancia, daba la coincidencia que escucháramos a la edad de 6 años cassettes de The Beatles en su casa. Así fue como, mientras tomaba mi cerveza por cortesía, llegaron otros aliados de un partido político amigo. Cada uno de nosotros, sentados en la mesa, fue presentado con nombre, obviamente seguido del “también es del partido”. Aquí comenzó lo decidor: Cuando fue mi turno fui presentado con un “Él es Gabriel, él no es nada”.

Fue en este punto donde la cita predilecta de Juan Pablo Castel, junto a lo anterior, eran dinamita. Detonante de conflictos. Una cita interesante, debatible, sencilla y directa. Magnífica por sí misma, un as bajo la manga, una granada a la mano en algún bolsillo cercano. Es la cita predilecta, que con el paso de los años, sigue vigente.

sábado, 22 de mayo de 2010

Episodio 26: Releer: Catch 22

«paradojo, ja.
(Del lat. paradoxus, y este del gr. παράδοξος).
1. adj. desus. paradójico.
2. f. Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas.
3. f. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera.
4. f. Ret. Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción. Mira al avaro, en sus riquezas, pobre»


Si tuviera la oportunidad y el tiempo ¿Volvería a leer un libro ya leído? Me pasó hace un par de días. Un buen amigo me pedía un libro bastante interesante: “Catch 22” del escritor Joseph Heller. La casualidad dio para ver la historia de cómo lo encontré. Al pedirme prestado el libro y poder intercambiarlo, nació en mí las ganas de volver a revisarlo de nuevo, releerlo una vez más.

Dentro de un mar de ideas y frases que contemplan una suerte de collage fonológico que conservo en la memoria. Recordé que alguien, durante estos días, me planteó el hecho que ocurría con el leer libros y el estado de ánimo en el que uno se encontraba en ese tiempo, lo que se estaba pensando; las alegrías, penas, amarguras, desenfrenos, que se estuviesen viviendo en el momento preciso en que se toma una obra. Aquí nació mi interés por leer el libro de Heller por segunda vez.

Mi primer encuentro con aquel libro nació hace un año atrás. Escuchaba el tema Walking Contradiction de la banda estadounidense Green Day. Me llamó la atención que en un pasaje de la canción apareciera la frase: «Constant refutation with myself / i'm a victim of a catch 22». Quería investigar acerca de, la entonces, incoherencia que suscitaba para mí la palabra “atrapar” junto con el número veintidós («catch 22»). Suponía que era un término inglés no traducible de forma literal. Así fue como comencé a buscarlo, debía encontrarle el sentido a lo anterior. Dentro de lo que logré averiguar acerca de esto, fue que catch 22 hacía alusión a una paradoja. El libro tenía que ser leído para entender dicho término fundamental y así acallar mis dudas sobre lo anterior.

Catch 22, fue un libro de un muy difícil encuentro. Los encargados de las tiendas no podían encontrarlo a través del catálogo en sus computadores. Mi búsqueda siguió adelante, en los libros usados, nuevamente mi misión había sido un rotundo fracaso. Finalmente tuve que encargarlo. El desasosiego posterior luego de haber cumplido el objetivo de tenerlo era grande. Pasado una semana el encargo había llegado. Tenía “Trampa Veintidós” entre mis manos, podía dilucidar mi curiosidad antojadiza.

Esta gran paradoja, se situaba en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Pilotos para no ir a combatir en sus aeronaves podían excusarse alegando demencia, al hacerse los locos no irían al combate y evitarían la guerra. Así es como un ser humano tiene que ser lo suficientemente inteligente para ser/parecer un hombre lo suficientemente loco (catch 22).

Leer este libro, significó en mí un cambio en el mensaje. Así es como el punto de vista de una obra en particular cambia porque también cambiaron las circunstancias del tiempo en que uno vuelve a tomarlo. El volver a leer un libro no significa un retroceso en el camino, sino un avance y repaso de lo que se pensaba en ese tiempo. Al leerlo, pude repasar una parte de mí por esos días.


Existimos los que no nos molesta ir a vacacionar por segunda vez al mismo lugar.-

domingo, 9 de mayo de 2010

Episodio 25: Fútbol per se (2)

«Un televidente más»

Soy un empedernido televidente del fútbol. Cada vez que se presenta la oportunidad me siento frente al televisor para verlo, disfrutarlo. Los partidos del Arsenal inglés o del Real Madrid español, son mis bocados favoritos. Tengo una serie de costumbres que sigo semana tras semana. Me gusta ver el fútbol sentado y no echado en mi cama. El televisor debe quedar de forma horizontal ante mi vista. El volumen de éste aumenta, dependiendo de la importancia del encuentro que pretendo ver.

Pero la situación cambia cuando juega la selección chilena de fútbol. Es tan poco continuo ver a estos equipos jugar, que el panorama cambia acorde a la entidad del partido que quiero presenciar. Estos equipos juegan, en promedio, siete partidos durante el año. Por consiguiente, el sentarse para seguir uno, es una regla que sigo ya por costumbre desde que tengo memoria. Durante el encuentro me concentro frente al televisor, no me gusta comer ni beber algo durante éste. Un vaso con agua o bebida es lo que tomo sólo en el entretiempo, me fumo un cigarrillo, pierdo mi vista en el paisaje y, pasados los quince minutos de receso, vuelvo a seguir el segundo tiempo. Es así como han pasado los años y muchas veces, yo como espectador, me vuelvo irritable cuando el equipo juega mal, en especial cuando noto que los jugadores son “pecho frío”, aquellos que no exhiben su máximo rendimiento. Aquellos que no mojan la camiseta.

A algunos de mis amigos les he advertido que me gusta ver los partidos de fútbol en mi pieza, solo. Puedo verlos con otro amigo entendido en el fútbol y así comentamos, aunque sepamos en el fondo que las instrucciones que hagamos, los cambios de estrategia; y los alegatos de cobros de faltas, off-sides o penales, son sólo expresiones que quedan en el lugar de cada cual.

Más allá de una transmisión televisiva imagínese que, muchas veces, una vorágine multicultural es la que se encuentra matizada tras los colores del equipo afín. Católicos, agnósticos, judíos, protestantes, conservadores de extrema derecha, liberales de izquierda, entre otros. Todos se parecen al momento de ir a las taquillas, comprar un boleto y dirigirse hacia la tribuna donde alentarán a su escuadra favorita. Imagínese la imponente imagen que dejan las selecciones de fútbol como el caso chileno. Donde el estadio se llena hasta las banderas, son setenta y dos mil personas que, en su mayoría, tienen el color rojo lo cual confirma lo que planteo.

Es tanto el matiz que existe, que ya pensarían los alemanes que en un futuro no muy lejano jugadores de color iban a formar parte de su seleccionado, defendiendo la misma causa, dándole una alegría a su propio pueblo. El fútbol tiene esa energía que, muchas veces, trasciende el contexto de discriminación y racismo aún insertos en el mundo. Es así como encontramos a la selección de fútbol francesa que ganó la Copa del Mundo en su propio país en 1998. Ésta estaba conformada por un gran número de jugadores inmigrantes, Eduardo Galeano escribe al respecto: «El padre de Zidane fue uno de los albañiles que levantaron el estadio donde su hijo se consagró como el mejor de todos. Zidane es de familia argelina. Thuram, elevado a la categoría de héroe nacional por dos golazos, nació en el Caribe, en la isla Guadalupe, y de allí llegaron a Francia los padres de Henry. Desailly vino de Ghana, Viera de Senegal, Karembeu de Nueva Caledonia. Djorkaeff es de origen ruso y armenio. Trezeguet se crió en Argentina […] Una encuesta, publicada en esos días por Le Figaro Magazine, reveló que la mitad de los franceses quería la expulsión de los inmigrantes, pero el doble discurso racista permite ovacionar a los héroes y maldecir a los demás».

En lo que a partidos de la selección de Chile se refiere, me gusta ver los programas previos al partido que se realizan con unas dos horas de antelación a éste. Ya veinticuatro horas antes del encuentro, la impaciencia para que comience es grande, el tiempo faltante eterno. La idea que llegue la hora se vuelve una utopía. La espera es casi peregrina. Soy otro ferviente feligrés del fútbol, quizás a muchos les cueste entenderlo.

sábado, 8 de mayo de 2010

Episodio 24: Fútbol per se (1)

«Cualquier reclamo... a la FIFA»

Pedro Carcuro

Corría el año 2003, jugaban las selecciones de fútbol de Colombia y Camerún. Todo era normal como ocurren en estas competiciones, la selección africana iba ganando el partido por un gol de ventaja. Ya cercano al último cuarto de juego, el seleccionado camerunés Marc Vivién-Foé quien se encuentra en la mitad del campo, cae de forma súbita contra el pasto. Geremi, también jugador camerunés, se da cuenta que su compañero de equipo había caído, y con el balón en los pies decide patearlo fuera de la cancha para que fuese atendido. Todo era lo que se conoce como “fair play”, una ley tácita dentro del fútbol. El director de la transmisión de dicho encuentro deportivo, enfocó como de costumbre al jugador lesionado que permanecía en el suelo para que llegaran los ayudantes de campo, luego de esto es común que aparezca la repetición para ver las causas de la caída y ver quién fue responsable; si merecía tarjeta amarilla o roja, o si el jugador estaba simulando de forma teatral. Para la sorpresa de muchos, durante la toma en que el camerunés permanecía sobre el pasto, se quedó quieto y dado vuelta. El jugador que estuvo más cerca de él fue el colombiano Jairo Patiño quien se acerca a auxiliarlo y, al verlo de boca hacia el suelo, lo da vuelta para ver qué era lo que ocurría. Marc Vivién-Foé permanecía con los ojos abiertos, pero con las pupilas dentro de sus párpados. Había fallecido en el mismo campo de juego. La imagen recorrió el mundo.

Minutos más tarde en la misma grama, jugadores camerunenses y colombianos lloraban abatidos, un ser humano había fallecido en un partido de fútbol. La FIFA lamentó lo ocurrido, pero decidió continuar con la Copa Confederaciones efectuada en Francia. El país anfitrión resultó el vencedor. Pero la muerte del jugador camerunés es uno de los tristes recuerdos que aquel campeonato dejó.

Los médicos, al efectuar la autopsia al jugador, determinaron que padecía una hipertrofia cardiaca congénita.

Así como la muerte de Foé en plena marcha de un partido de fútbol. Encontramos otros casos que no dejaron indiferente al mundo del deporte. El entonces jugador del Benfica de Portugal, Miklos Feher también se desploma y muere en pleno terreno de juego. Las imágenes de lo sucedido son lamentables. Tiempo después, España iba a sufrir la partida de un joven jugador con proyecciones en el seleccionado nacional, era el caso de Antonio Puerta. Quien, al igual que el camerunés y el húngaro, cae fallecido en pleno partido.

Otros hechos lamentables, es lo ocurrido este año en la Copa Africana de Naciones. Donde la delegación de la selección de Togo, es víctima de un atentado terrorista en plena competición. El pasado 8 de enero del presente año, el bus que transportaba a la selección togolesa es atacado por un grupo de hombres armados, mientras este se dirigía hacia Angola. Durante el ataque, la delegación se escondía bajo las sillas del bus. Media hora más tarde un equipo de seguridad fue a su rescate. Tres personas murieron, entre ellas, el conductor del bus, mientras que nueve fueron heridas. El Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda se atribuyó los hechos.

La noticia llamó la atención, por la –lógica- retirada del equipo togolés de la competición. Sin embargo, la FIFA continuó con el campeonato pese a la amenaza terrorista, y la Confederación Africana de Fútbol multó a Togo por haberse retirado de ésta, en un hecho insólito que recorrió todo el mundo.

Nos encontramos con la FIFA, que se puso en tela de juicio debido a que daba a entender que la magia del fútbol por gusto, se había transformado sólo en un negocio a secas. Donde los jugadores se convierten en activos, así como los goles y el número de boletos que se venden para los encuentros futbolísticos internacionales. Don Eduardo Galeano, en su libro "Fútbol a sol y sombra” menciona lo anterior en una de las primeras partes de su obra «A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. […] el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable».

Criticable es, muchas veces, la postura de la FIFA como órgano rector del fútbol mundial. ¿Le interesará –a la FIFA- los jugadores en su calidad de seres humanos, o sólo como "activos" haciendo del "show debe continuar" su más preciado caballo de batalla?

sábado, 17 de abril de 2010

Episodio 23: Ideas


«Quizás deseaba que, si bien, su vida no tenía sentido para él, su muerte pudiese tener sentido para el resto»


Si usted en su rutina diaria sale de su casa y toma desayuno en alguna cafetería ¿Qué haría si su escena cotidiana se destruye? Imagínese la aparición en la tienda de un tipo de pelo crespo, corto, con barba de 3 días, paseándose entre la multitud. Con un coro que va siguiendo lo que él propone. Que habla del amor, de lo efímero que pueden resultar algunas cosas que parecen más profundas. Probablemente se quedaría ahí sin reacción.

Hace dos años atrás me encontré con “7.35 de la mañana”, un cortometraje del director Nacho Gabilondo, que nos presenta en algún momento lo que le acabo describir. Un tipo derrochando histrionismo frente a usted que sólo busca unas tostadas, un periódico y buen café como lo es de costumbre. El tipo en cuestión, se convierte en protagonista de su propia desgracia, transformándola en un acto de lo absurdo. El reparo, el tipo está con un chaleco de dinamita, obligando al resto de los clientes a seguir lo que él está cantando. Detallista como ninguno, en su dantesca tragedia hay atisbos de pulcritud. La gente, que lo sigue a la fuerza, tiene un parlamento que debe ser cantado. Todo el ambiente está detenido. Los meceros, estupefactos, se quedan en la barra del lugar. Dos personas apoyadas contra una pared, una de ellas tocando las cuerdas de una guitarra, lo cual da impulso a este sujeto que sólo busca una memorable retirada suicida.

Sobre el suicido ¿Ha pensado cuántas personas han estado convencidas en cometerlo en un ciento por ciento? Díficil es asegurarse que exista un rasgo de absoluto acuerdo. Siempre queda ese pensamiento fugaz y vacilante. Que hace que, el convencimiento no sea del todo absoluto.

Con las ideas ¿A cuántas hemos dado una muerte no merecida? El quedarse quieto y no pensar lo que realmente se desea pensar para luego concretizar. ¿No cree que algunas ideas merecen ser oídas? La idea que no es exteriorizada, nunca va a poder ver si ha de ser exitosa o siquiera llamar la atención, y así lograr algún sentido. Matar una idea propia ¿Podría entenderse como una suerte de suicidio no físico?

Este cortometraje español, en tan sólo siete minutos reúne: misterio, comedia y tragedia. Todo en un contexto cotidiano, al hueso. Sin rodeos ni insinuaciones innecesarias. Su protagonista, luego de ofrecer su acto hacia el público, que también las hacen de actores secundarios, se despide de todos con una somera reverencia y se escapa de la cafetería con una bolsa de confeti que abraza en contacto con la dinamita que porta en su torso. El acto tiene que terminar, y cuando eso ocurre se tiene que hacer a lo grande. Quizás haya correspondencia entre el confeti y su muerte. Quizás él deseaba que, si bien su vida no tenía sentido para él, su muerte pudiese tener sentido para el resto.

No hay que guardarse las ideas valiosas. Luego de estos minutos de un corto de bajo presupuesto, queda ese pensamiento, esa reseña que tal vez las ideas hay que defenderlas, y no hay que esconderse hasta que el resto pase. Hay que hacerlo… no caben dudas
.

sábado, 3 de abril de 2010

Episodio 22: Metro Tobalaba



«I am an outsider
Outside of everything»

Outsider - The Ramones

Curiosidad es la que me ha provocado en estos días el Metro Estación Tobalaba. Mientras caminaba al interior de ésta, pensé en lo que podría denominarse un experimento social. Estar en una grande y complicada estación de metro, en un día hábil en horario punta. Es jueves, son las seis y media de la tarde de un caluroso día. Camino desde Tobalaba dirección norte, hacia la estación de metro del mismo nombre. Esta estación es combinación que une la línea 1 y la 4.

Al ingresar al subterráneo me doy cuenta que no es una estación cualquiera. Hay desde tiendas de comida, espacios amplios, servipack para pagar las cuentas, tiendas de souvenirs y hasta una tienda de ropa interior donde todas las maniquíes son de busco generoso.

Nunca he entendido la logística de la estación, antes caminaba por instinto poniendo la tarjeta en el censor para luego ingresar siguiendo los carteles. Para mi sorpresa un día seguí erradamente una señalización, me di cuenta que muchas veces no hay que hacerles caso. Son tantas las señaléticas disponibles en el recinto que, los mismos encargados del orden al interior, podrían haber cometido el error de que un letrero discordara de otro. Qué complicado es ir por las “salidas especiales”, que unido a los accesos para personas con discapacidad, pueden tornan el metro Tobalaba en un verdadero laberinto arquitectónico. La clave, seguir las líneas pegadas en el suelo con el color, el número de línea y la dirección hacia donde éstas se dirigen. Hacer el ejercicio es fácil, un oasis en el desierto.
La hora peak, donde más afluencia de público tiene el metro de Santiago. Luego de haber resuelto el caso de qué dirección tomar, logré llegar hacia los trenes. La línea de espera era un caos, los pasillos de los rieles tenían alrededor de cinco filas de personas que, guiadas en todo momento por personal del metro, hacen que el proceso sea un poco más civilizado. Todo está delimitado por una línea amarilla que no se debe cruzar en ningún momento, sólo para abordar el tren correspondiente. Esto que suena muy lógico ha sido uno de los funestos detalles que le ha costado la vida a más de algún santiaguino que la ha irrespetado o, simplemente, ha sido empujado por la estampida humana, deseosa de llegar a su destino en el menor tiempo posible.

Al interior del tren, el aire está viciado. Como ocurre con todo el interior de la estación Tobalaba, es tanto el aire viciado que da la sensación que se está en un ambiente tropical, donde el calor y la humedad se impregnan con facilidad haciendo caso omiso a la estación del año en la que se vive. En verano el cuento es distinto, sin embargo, los encargados del metro tienen esto previsto, es por ello que tienen ventiladores que expiden aire en los principales accesos.

Antes de abordar el tren, me confundí de combinación. Iba en dirección hacia San Pablo. Fue una afrenta hacia la mayoría, ir en contra de la muchedumbre fue un acto que me hizo sentir un verdadero outsider. El cómo sentir que en muchos rincones de la ciudad de Santiago, aparte de esperar que los vehículos crucen luego, hacerlo con personas. Cosa que en regiones no se ve. Peor aún es la sanción si se llegase a sentir uno atropellado por la gente, el santiaguino en la hora peak está desesperado. Los improperios que te puedes llevar son considerables, estás contra la corriente. Te equivocaste.

También la hora peak ofrece algo muy particular. Distinción entre trenes rojos y verdes. Ambos se intercalan entre las distintas estaciones, algunas de éstas son mixtas entre estos dos colores. Raro es ver un tren completamente de rojo, que efectivamente sea uno verde. Que sólo el detalle es ver una minúscula línea verde que está arriba de cada acceso.

Ya abordé el correcto, es en dirección hacia Plaza Puente Alto, línea 4. Mi parada es pronta, me bajo mirando de reojo como a muchos les queda un largo recorrido. Gané la batalla pero no la guerra.

sábado, 27 de marzo de 2010

Episodio 21: Semblanzas

«Preciso tiempo necesito ese tiempo/ que otros dejan abandonado/ porque les sobra o ya no saben/ que hacer con él/ tiempo/ en blanco/ en rojo/ en verde/ hasta en castaño oscuro/ no me importa el color/ cándido tiempo/ que yo no puedo abrir/ y cerrar/ como una puerta»

Tiempo sin tiempo - Mario Benedetti

Christian es de esos amigos con los que se puede contar. En la semana tenía programado ir a verlo a su departamento en Santiago Centro. Habíamos acordado que él me iba a hacer la paleteada de arreglar mi computador. Debido a que, entre virus y troyanos, era difícil trabajar con un aparato en ese estado. Llegué a eso de las ocho de la noche a su departamento. Obviamente teníamos cosas qué conversar. Él vive junto a su polola Daniela y su hermano Andrés. Es bueno saber que se es bienvenido en la casa de un gran amigo en cualquier ciudad en la que se encuentre. Con prescindencia del lugar, el estado emocional y los problemas de momento. Me senté, y comencé a conversarme unos cigarrillos con Christian, mientras él intentaba darle una solución a mi computador.

Él estaba muy cambiado. Desde hace un par de años que se corta el pelo seguido, se lo peina hacia el lado; y usa la camisa dentro del pantalón. En su trabajo le exigen estar vestido de esa forma. Cómo ha pasado el tiempo. Atrás quedaron nuestras andanzas por Viña del Mar, donde jugábamos fútbol a la hora que se nos antojara. Inventábamos canciones graciosas; él hacía otras más para hacer reír a todo el grupo. Alguna vez llegó con una tapa de la rueda de un auto a la sala de clases, se justificó diciendo que la había encontrado en la calle nada más. También las salidas por las calles de Valparaíso, donde me invitaba a la casa de sus abuelos en el Cerro Cárcel, cuya vista se dirigía hacia una quebrada magnífica llena de coloridas casas achoclonadas, en la cual se podía apreciar, en su esplendor, toda la bahía del puerto de Valparaíso.

Ahora Christian está distinto, enfrentando la vida de un hombre y no de un niño. Siempre me ha llamado la atención esa empatía y preocupación que siente por sus cercanos; además de la entereza para sobrellevar dificultades. Su forma calmada de ver la vida, y las posibles soluciones que se han concretado a su favor.

Montserrat está lejos de su familia de Viña, se fue de viaje a Nueva Zelanda por un par de meses, en busca de nuevos horizontes. Mantenemos contacto permanente, que han dado como coincidencia el comunicarnos los días viernes. Ella está muy bien, hace un par de días atrás vivió la fiesta de la vendimia. Se dedica a trabajar, ha sorteado aventuras, conocido gente de lugares recónditos a Chile; ahora planea un viaje a Tailandia, pero tenía un sutil dilema si ir o no ir. Yo le recomendé que hiciera ese viaje; que, a lo mejor nunca más se le presentaría la ocasión de hacerlo. Ella me comenta sobre su vida por chat, intuyo que es con mucha emoción. La última vez que nos logramos comunicar, hablábamos de la importancia de la palabra a la distancia. El mensaje de apoyo que, a lo lejos en Blenheim, se traduce en un abrazo afectuoso, se convierte en cuerpo.

La Monse estaba preocupada a miles de kilómetros por el terremoto que ocurrió acá. Aquí se agudiza la idea anterior, las palabras se hacían necesarias. Al final, logró comunicarse con los suyos, y el resto logramos contactarla para decirle que aquí todo estaba bien y no tan mal como se mostraban en las noticias en el exterior.

Cómo pasan los años. Sólo coincidencia podría ser el hecho que, pese a conocer a mis dos amigos en el colegio, ninguno de ellos haya estado en el anuario el año en que egresamos del cuarto medio. Nunca me expliqué porqué el Christian y la Monse no tuvieron un espacio en la, en su tiempo, cotizada semblanza. Siquiera un trocito de papel entre las socarronas y producidas sonrisas de algunos, y los discursos de "concurso de belleza" de otros que ya nadie debe recordar. Las semblanzas de otros que habrán sido olvidadas, o botadas al tacho de la basura. Me tomo la plena libertad de hacer una por ellos. Por dos grandes personas de las cuales siento un profundo cariño y admiración. Más que una hoja, un abrazo y un brindis, un fuerte deseo de que la próxima vez que nos veamos sea para reírnos a carcajadas un buen rato.

sábado, 20 de marzo de 2010

Episodio 20: Paredes que hablan



No ha sido un mes fácil para ningún habitante de este país. Marzo siempre es el mes de apretarse el cinturón, de la inversión necesaria, el retorno rutinario, el olvido del verano y la bienvenida al otoño. Además del condimento indeseado: El terremoto que sucumbió nuestro diario vivir hace tres semanas atrás. En este contexto están las paredes que hablan.

Solas y sin tener que explicar, más bien interpretar, están las paredes de la ciudad. Grietas gruesas, estructurales, superfluas o simples desperfectos solucionables con pasta de muro, nuestras paredes hablan por sí solas.

Hace algún tiempo leí un artículo sobre el arte callejero: los «grafitis». Artistas para algunos, vándalos para otros; los grafitis están presentes en la mayor parte de la ciudad, en especial en Santiago. Unos feos, otros no tanto, algunas obras notables y otros rayados simples; el arte callejero nos acompaña en nuestro día a día. Nadie contrató a estos artistas y ningún transeúnte pidió ingresar a un museo. En muchos de ellos, el arte está presente. Las paredes concentran vestigios de tiempos, obras, técnicas pictóricas, entre otras cosas.

Hay algunas grietas notorias de nuestras paredes. Que nos dan a entender lo que fue verdaderamente el terremoto pasado. No se necesita ser un investigador para lograr apreciar el testimonio vivo de lo ocurrido. Las paredes siguen hablando solas.

En cuanto al arte callejero, nos encontramos con un documental llamado «Paredes que hablan», donde verdaderos artistas grafiteros hablan de su experiencia en el territorio urbano. La obra logra acumular testimonios de cómo la técnica y la sociedad se juntan en un dilema que en ésta última se vuelve fundamental: ¿Es un modo de arte, o simplemente, un arte autoimpuesto? La pregunta queda abierta. Cada cual verá lo que hace con el decorado de sus paredes. Si un muro, parte de la propiedad de una persona, resulta rayado sin su consentimiento, es el punto de inflexión en que este modo artístico pudiere ser reprochable.

Encontramos artistas urbanos icónicos. Como el caso de Banksy, artista-grafitero inglés, sus obras revisten, a mi juicio, una respuesta positiva ante la crítica al arte urbano en las paredes de cada ciudad.

¿Serán los grafittis una forma de arte autoimpuesto? De momento es difícil resistir a responder esta pregunta. Sin embargo, podría pensarse que dentro de todo ámbito artístico este se encuentra delimitado por los artistas talentosos y los no tanto; como en toda forma artística. Haciendo la salvedad, de que el arte siempre deberá ser mirado desde un ámbito subjetivo. Una premisa fundamental y lógica.

El magnífico Bob Dylan alguna vez dijo «Los grandes cuadros no deberían estar en los museos. Los cuadros deberían estar en los muros de los restaurantes, en las grandes superficies, en los aseos públicos[…] La música es la única cosa que está en consonancia con lo que pasa. (Lo que debe desaparecer) son los museos» Aquí surge la pregunta. ¿Son los museos los que alejan a la gente del arte?

Paredes que hablan, ya sea por grietas, descuidos o arte. Deja la conclusión de que todas cuentan una historia pasada que, muchas veces, vale la pena recordar.

sábado, 6 de marzo de 2010

Episodio 19: Sueño despierto



«En el oficio del entretenimiento muchas cosas se arriesgan por lograr un aplauso»


Sin aires de grandeza un viejo permanece sentado la tarde de un domingo en el Puente Quinta. A las siete de la tarde, las calles permanecen vacías. El viejo percusionista está agachado, sosteniendo un papel entre sus manos. Es un boleto de micro. Sus utensilios son una caja y dos palos. Hoy domingo no hay show.

Durante la semana el viejo hombre, de tenida deportiva y jockey en la cabeza, medio cruzado medio loleín. Parte su espectáculo. Toca sus dos palos, y comienza a cantar en un lenguaje ininteligible. Toca temas similares al blues y al rock clásico. Haciendo de los indiferentes transeúntes, su público.

En el entretiempo, cuan estrella de rock, se sienta en el pavimento y comienza a hablar solo y en voz baja. Da a entender que es una entrevista con periodistas de aire. Él sigue este sueño despierto que, al parecer, lo ha acompañado durante largos años. No sé, y pocos saben, de su vida anterior. Quizás fue de un pasado tortuoso. Quizás fue lo contrario, acompañado del papeleo rutinario, bolso en mano y corbata bien puesta. Quizás lo dejó todo para llevar esta vida del rock.

En la vida presente, ahí está, un domingo por la tarde echado por las solitarias calles del centro de Viña del Mar. Reposa, tal vez su show comenzará mañana lunes. Donde, nuevamente, le tocará tronar sus dos palos, y volver a cantar. Tratando de seguir transformando su destino. Y es ese sueño despierto que lo hace seguir, el mismo que muchos desprecian. Él sigue el sendero de su no-destino. Llegando al punto de la admiración. La vida del rockstar, la sobrevivencia pendiendo de dos palos, emulando baquetas reales, que sólo son trozos de una caja de feria.

Muchos son los peatones que pasan apurados sin mirarlo. Pero no pocos son los que se detienen para arrojarle una moneda a su caja que cuida con tanto recelo. Sigue su show por la noche, hace de su improvisada profesión, una actividad como cualquier otra. Muchos no podrán entenderlo jamás. En el oficio del entretenimiento muchas cosas se arriesgan por lograr un aplauso. Desde la dignidad de cada cual, pasando por lo económico, son barreras que a muchos les impide admirar lo que ocurre en la pasarela viñamarina. Cuando un sujeto de unos sesenta años de edad se pone a dar el espectáculo que ya todos conocemos. Borracho, drogadicto o pordiosero, insultos tal vez gratuitos que pueden ser los costos de entretener. La afrenta contra la dignidad a costa de unas risas, un gesto de gusto y una moneda que sirva para subsistir un par de días más.

Pocos sabrán qué es lo que pasa por la mente de este hombre. Porque no se detiene a conversar con otros que piden monedas al igual que él. Con el resto tiene la sutil, pero gran diferencia, de no poner una cara para impactar de pena al público. Él reemplaza las penosas caretas, por una cara sonriente, concentrado en su música.

Ya han pasado unos treinta minutos desde que lo volví a ver. Ahí estaba, sentado, sin siquiera pedir una moneda. Porque él nació para divertir. Sueño despierto, es lo más sensato que encuentro entre el mar de ideas que suscitan todo esto. Hay muchos que desearían vivir en sus sueños. Un anhelo, que él ha cumplido con tan poco.

martes, 2 de marzo de 2010

Episodio 18: Catástrofes Naturales (Dichato)

Centro balneario de Dichato, 8va Región

La madrugada del sábado recién pasado Chile sucumbió frente a un terremoto. Este episodio ha sido forzado a ser escrito. Inevitable resulta referirse al sinnúmero de compatriotas caídos por esta tragedia. Cataclismo, desastre natural, maremoto, tsunami o sismo; a estas alturas da igual dar con el término exacto. Punto al que se refiere Alberto Fuguet, en la edición de ayer lunes del diario “La Tercera”. Mucha información circula a estas horas y quizás columnas como la de Marcelo Simonetti, quien nos relata su vivencia personal, nos deje por conclusión que todos tenemos una historia qué contar.

Pensábamos, desde aquí, que Viña del Mar había sido el epicentro de lo peor. Estábamos equivocados, lo peor ocurrió más hacia el sur. Caminando un par de cuadras a la redonda se vislumbran las consecuencias de lo ocurrido. En estos minutos, el agua potable se vuelve un elemento indispensable. Se valoran la luz y el gas. Las pilas que se venden en las tiendas, así como las velas que no deben faltar. Abastecimiento se hizo la palabra por antonomasia, para luego dar paso a saqueo, que ha sido aún más reiterada en todos los medios informativos presentes en las zonas más afectadas. El «¿cómo estai?» fue la pregunta obligada, para luego llegar al «¿cómo te fue?» evidencia de una realidad ya asumida. La gente deambulando con sus teléfonos móviles sin éxito, hablando de un único tema: La catástrofe natural más grande de los últimos 50 años.

Con la vivencia personal de este terremoto, cabía la pregunta de cómo estaban los seres queridos de cada cual, en especial, en las zonas más cercanas al epicentro. Por otro lado, los medios de prensa, repletaban sus columnas con testimonios de víctimas de la tragedia e imágenes de gente saqueando supermercados, entre la muchedumbre se encuentran vándalos que, hasta hoy, amenazan con robar lo poco y nada que les van quedando a las familias más afectadas. Surge la contradicción hacia el periodismo: Que –al parecer- su cliché de turno es la premisa «la vida humana por sobre lo material», pero que siguen condenando a los televidentes con más imágenes de saqueos. Dejando lo primero sólo en la intención.

Dentro de las acciones de ayuda, quizás cuánto vanidoso debe estar ahora aflorando su espíritu solidario para lograr una foto o llenar su currículum de líneas heroicas. Sin embargo, hoy no es tiempo para quejas. Aún así la gente de la Región del Biobío, sigue en sus casas defendiendo lo suyo con los dientes apretados y las armas entre sus brazos. Esto aún no acaba. Las réplicas siguen su curso, y muchas veces me engaño a mí mismo pensando que los movimientos involuntarios de mi cuerpo son parte de las mismas.


Dichato

Hace dos semanas estuve en Dichato, balneario cercano a Chillán y Concepción, ciudades más afectadas por el sismo. Nostalgia es la que siento al haber estado a unas cuatro cuadras de la playa de dicha ciudad. Recuerdo la “Semana Dichatina” con cariño, ocasión en la que iban artistas de segunda fila del país. Como viñamarino sentía envidia de cómo, con lo poco, se apreciaba que se hiciera un pequeño festival, de mucha piel, alegría y humildad. Elementos que ya lo quisiera el festival de mi comuna.

Sigo recordando el centro de la ciudad de Dichato, que puede ser recorrido en tan sólo 15 minutos. Detalles de cuando era sólo un niño que fueron cambiando con el paso de los años. Refacciones como pavimentación, que se agradecen en las pequeñas ciudades, y que para nosotros, es pan de cada día. Alumbrado público presente sólo en la rambla del lugar y en la calle del centro. Un improvisado terminal de buses sobre la tierra, que unía a la ciudad con Tomé, Concepción y Chillán. Los diarios locales, dentro de los cuales llegaba “La Discusión” de publicación chillaneja. Ver el “Bar de Moe”, un pub que hacía referencia al personaje de Los Simpson, a pocos pasos de la playa. La feria de artesanía en la que llegábamos tomando un atajo pavimentado, donde abundaban las máquinas tragamonedas de segunda mano y los cantantes de rancheras. Terminábamos nuestro recorrido comprando churros, algunos bañados en chocolate, que nos saturaban pero aún así comíamos felices. Probablemente, todo lo que le acabo de describir esté destruido a costa del tsunami que sucumbió sin piedad gran parte de Dichato. Inoportuno puede sonar decir esa dolorosa verdad. Pues Dichato ya es historia. Sin embargo queda esa estela de recuerdo. Ahí pasé grandes momentos familiares, que siempre se tendrán presentes.

Estas catástrofes dan pie para humanizar a todos y cada uno de nosotros. La catástrofe que nos marca, en cierta forma, debe humanizar. Sólo quiero proponer, ahora, que usted reflexione y piense que, pese a la condición social, las posesiones materiales que se tengan, el cargo que se ocupe y la ropa que se vista, somos seres humanos y, ante lo ocurrido, nos deja en claro lo pequeños que somos frente a la naturaleza.

sábado, 20 de febrero de 2010

Episodio 17: Chillán



«No olvido la tarde de sábado en que leí en el diario la noticia del hallazgo de Julio Riquelme Ramírez en el desierto, con todos sus huesos tendidos al sol. Guardé el recorte como un tesoro, sin saber aún para qué, pensando que alguna vez podía hacer algo más a partir de esa historia…»


Francisco Mouat, El Empampado Riquelme


Hace dos años estuve en una capilla de Chillán, ubicada al frente de la avenida Bernardo O´Higgins. Emprendí camino desde ese lugar. Quería seguir caminando y disfrutando el recorrido, por una ciudad que he visitado desde que era un niño. El trayecto siempre fue agradable, como es ciudad chica, no existen desagradables bocinazos. La gente disfruta de una sentada junto a sus cercanos; y ahí pueden permanecer durante toda una tarde.

Mi rumbo era incierto, sin embargo decidí ir hacia el centro, lo cual me tomaría unos treinta minutos desde la capilla. En la mitad del trayecto me detuve en un quiosco, en Chillán se suele acostumbrar que, pequeños boliches, se llamen derechamente “supermercado”, aunque en la práctica no lo sean.
Una cajetilla de Belmont de 10 era lo que buscaba. La señora que me atendía era cariñosa. Me miró y me reconoció, ella conocía a mi familia. Luego de entregarme los cigarrillos, el agradecimiento fue como si la conociese de hace muchos años. Ella decía que me conocía cuando yo era bien chico. Uno de los detalles de una ciudad sureña es la constante amabilidad de su gente. Seguí mi trayecto con un matiz de pertenencia hacia esa ciudad que ha ido incrementando con el paso de los años. Ella, al igual que yo, lamentaba la partida de mi querido abuelo Pedro.

En mi camino, la tarde avanzaba y el frío aumentaba. El viaje había sido inesperado, era de aquellos que uno no desea realizar, no por tenerle desprecio a la ciudad. Simplemente hay viajes que uno nunca quiere. Con la prisa de la partida desde Viña del Mar, agarré lo que encontré. Un grueso chaleco verde y mi mochila. Daba la coincidencia que en ese tiempo estaba leyendo “El Empampado Riquelme” de Francisco Mouat. La obra, justamente, mencionaba a la ciudad de Chillán, con una generosa descripción.

Las frías noches de agosto en Chillán hay que tomárselas en serio. Llegué al centro de la ciudad, luego de caminar y reflexionar acerca de la partida de un gran hombre, de aquellos que siempre permanecen en el recuerdo. Es inevitable referirse a algunos detalles de la ciudad. Eso de no percibir lo que Cristián Warnken en una columna alega como avidez inmobiliaria presente en Santiago. Chillán no pretende sorprender a quien lo visita. Su gente la reconoce como “ciudad chica”. Que, muy de vez en cuando, destaca en las noticias nacionales. Donde algún pequeño suceso, para los ojos capitalinos, se transforma en el centro de la discusión local, aquella en donde se agrega el detalle infalible, ese que los periodistas de los grandes del país, no pueden percibir. Es el estar ahí para luego contarlo.

“El Empampado Riquelme” es una investigación para explicar la desaparición de don Julio Riquelme Ramírez. Chillán sirvió a Mouat a reconstruir una vida, lugar que también lo logra con la mía.