sábado, 31 de julio de 2010

Episodio 31: Redes sociales poco sociables

Todos somos víctimas y victimarios. Hace un par de días que me informo que en China, se han realizado estudios que aseguran que el consumo de internet aumenta el porcentaje de padecimiento de depresión. La noticia era empalagosa ¿Cuántas horas de internet consumimos día a día?

Sobre el e-mail, está Fuguet quien cuenta su historia sobre cómo dejó como costumbre a un “mal necesario”. En la crónica habla acerca de la manera en que se contacta con un amigo suyo, para saber, sólo si estaba vivo. En un diálogo que, a simple vista, al lector le parece absurdo y frío; Fuguet cuenta su verdad. Así como, a su vez, deja en claro su alejamiento de los mensajes electrónicos. Aquí, para mí, nace la idea de propender la antigua costumbre de la epístola, esa tangible, la que se percibe.

Con tanto mensaje electrónico, emoticón barato, repetitivo, masticado y poco original; la epístola, la carta que se deposita en el buzón de correos, cobra su sentido más nostálgico. No me parecería extraño si a usted le causara una grata impresión el recibir en la puerta de su casa una carta, escrita en puño y letra de quien la emite. Un gesto o un abrazo a la distancia que se convierte en letras, vertidas de la más noble intención, dirigida hacia el ser querido.

En los últimos años, en otro compendio de ideas acerca del mundo web, encontramos las redes sociales, junto al recocido cúmulo de crónicas, críticas o noticias que en ellas se informan. Que una de ellas, la de logo azul de fondo y letras blancas, mostraba su génesis. En que unos cuántos mortales de una prestigiosa universidad de Estados Unidos se conectaban para intercambiar mensajes, entre otros datos. De la anécdota de su creador, un complejo nerd que decidió echar andar este motor que no ha parado. Sea tenebroso como el mismísimo Frankenstein o noble como una Cadena de Favores, este medio ha logrado dejarnos a todos pendientes de lo que uno de nuestros seres queridos -y de lo no tanto-, hagan. Farándula pura en la pantalla de su computador ¿Cuántos ingresarán para saber la vida del otro? ¿Cuántos otros ingresaron simplemente para no quedar fuera de los temas de conversación coloquiales? ¿Cuántos sólo ingresaron para no salir perjudicados con algún mensaje, alguna abominable foto de su persona que los difame o simplemente por miedo? Aquí es donde el factor vanidad/miedo abunda en las mentes de unos cuantos.

Luego están otras redes como la de la palomita icónica que tienen a muchos –entre los que escribe- locos por su sinsentido, que se matiza, con el argumento que la “información llega más rápido por este medio”. Luego un sinfín de otras redes que abarcan todo el plano ya visto de internet ¿Qué nos queda después de todas estas invenciones?

La deshumanización, querámoslo o no. Es lo que nos queda producto de estar sentados como pergeños frente a un computador, pensando que toda la vida transcurre mediante ese aparato y no en el mundo real, como sentarse en una plaza, cerca del mar. Leer un libro en una cafetería. Comentar con el vecino el detalle ínfimo que haya pasado en el barrio. Saludar al conserje, pasear al perro, o simplemente el hecho de caminar por caminar, para regocijarnos y gritar al cielo ¡Estamos vivos carajo!

sábado, 17 de julio de 2010

Episodio 30: Café Journal

«Este es el episodio treinta»

En Viña del Mar, ya iba la tercera jarra de cerveza que compartía en compañía de mis cercanos. Es el Café Journal, la noche de un viernes. Con el rubor de nuestros rostros permanecíamos ya acalorados por la cantidad de cerveza digerida. El cenicero sobre la meza atestiguaba una noche larga. Ya en mi enésimo pucho, lo miraba fijamente, pensaba en qué placer me podía dejar fumármelo si ya no sentía el humo que ingresaba a mi cuerpo. Sin embargo, iba a mitad de camino y la misión era quemarlo por completo. Con su precio actual, dejar un cigarrillo medio consumido es casi un lujo que pocos se pueden dar.

Luego de hablar cada uno de nuestras vidas, dio pie para mirar el entorno. El Café Journal es una casa antigua. Una de las pocas que van quedando en la calle Álvares, en el cruce con Agua Santa. Da pie, además, para hacerse la idea de lo que fue realmente esa ciudad en sus años dorados. Un balneario inhóspito, exclusivo; de un curtido y tallado estilo inglés.

Destacan dentro de su estética, innumerables recortes de diarios, revistas y carteles cinematográficos de épocas pasadas. Banderas de embarcaciones, que hacen recordar que estamos próximos al puerto de Valparaíso, y uno que otro aviso rimbombante y colorinche tapiando la idea de que el sitio esté pasado de moda. El Café Journal es un clásico para muchos.

En el primer piso del local, existe un gran cuadro de un grupo nacido en la ciudad: Los Jaivas. Entre el griterío, los cigarrillos, los pitcher de cerveza y una que otra risa; aparece esta imponente obra, retratando de armónica forma al grupo de la ciudad jardín.

El cuadro tiene por autor a don Fenelón Guajardo López, el Charles Bronson chileno. El año 2004 Francisco Mouat, periodista, va de visita hacia su casa en Viña del Mar. Para su sorpresa la entrevista no fue unipersonal sino más bien familiar. Ahí es donde don Fenelón de cuidados 82, cuenta sobre su mayor afición: La pintura: «Pero mi obra mayor es esta otra: el mural del Café Journal de Viña. Este cuadro cuesta como cinco millones de pesos, y los pintores de la zona me han felicitado. Vea: aquí está el dueño del negocio, aquí el Gato Alquinta, aquí un periodista que se llama Telmo Aguilar, aquí la Juanita Parra, aquí el otro Parra, aquí Álvaro Mutis. Fíjese en el brillo del vaso porque se le acabó el vino, ¿le gusta mi cuadro?”». Mouat, ante la pregunta, le responde que sí. Y es poco probable que un cuadro de tal calidad aparezca desapercibido entre los visitantes que diariamente acoge el Journal.

El cuadro arranca una historia. La de ese grupo que se formó en esa misma ciudad, Viña del Mar, el año 63. Y que, pese a parecer una fecha lejana, los integrantes de Los Jaivas aparecen retratados con total espontaneidad compartiendo como si fuese ayer, haciendo lo que muchos hacen en ese café. El cuadro arranca además la historia de un chileno que, décadas atrás, se presenta a un concurso de los Sábados Gigantes, con la convicción de ser el Charles Bronson chileno, por su apariencia desafiante, su desplante rebelde y su bien cuidado bigote.

Habrá que ir más seguido para ver si nos encontramos con otro hallazgo, otro que arranque historias, crónicas, comentarios o cuñas.