«Tiendo a pensar que quienes leen en verano son los mismos que leen en invierno, en otoño y en primavera: gente más bien reacia a la propaganda, que pasa con gusto de las novedades»
Alejandro Zambra
Se dice que el verano es la estación del año propicia para leer aquellos libros que no han sido leídos. Así, editoriales sacan ejemplares durante esta época para que, todo aquel que no ha tenido tiempo durante el año para leer novelas, se ponga al día. Esa deuda literaria que sigue a muchos y que, ahora, piensan saldar. Sin embargo, ¿cree usted en esa suerte de rehabilitación literaria?
En mis últimos veranos he llevado algunos libros para ser leídos en la playa, o en el lugar que sea. Admiro mucho a las personas que disfrutan de su verano, pero cuando te vas a un lugar recóndito, hay tiempos de espera en que no se hace nada y es el momento indicado para sacar un libro y comenzar a quemar el tiempo, o mejorarlo. Esto de la lectura de verano ha derivado, para todos aquellos a los cuales les gusta categorizar, en que exista un género en particular: el de la literatura veraniega. Alejandro Zambra, desmistifica ese género afirmando que de género tiene bien poco. Hay libros, que no son leídos, por ese placer de no leer, un oculto arte. Rafael Gumucio recomienda a Zambra un libro de Marcelo Lillo, autor que, para él, es un excelente cuentista. Afirmando que «no lo he leído y no pienso leerlo, pero es muy bueno, no necesito leerlo para saber que es muy bueno».
En “No leer” algunos extractos aparecen de manifiesto. Me pasó con "Fahrenheit 451", un obsequio desde Argentina hace un (muy) buen par de años. Muchas personas escriben en sus bitácoras este título como uno de sus favoritos y, convengamos también otros opinan que esto es casi una saga al subsumirlo en una especie de ruta de la ficción la cual es tarea seguirla, así si la obra de Bradbury es la primera parada, "Un mundo feliz" de Huxley vendría a ser la segunda estación de este pequeño sendero que, para los más pretensiosos, se podría extender aún más. Idea que no comparto, el que se quiera hartar con champaña y luego quiera cerveza, allá él.
He llevado a Fahrenheit a un par de veraneos en distintos lugares. Me ha acompañado en playas y piscinas. El libro se ha llenado de arena, y sólo eso. De vez en cuando ha sido mi equipaje de mano. Me preguntan si lo he leído, me critican porque no lo leo cuando lo llevo porque, en ese caso, debe ser para leerlo. Y mi respuesta es siempre que no, que lo leeré cuando haya que leerlo. Así han pasado los años y esas ciento setenta y cinco páginas no he leído todavía. No sigo a Frahrenheit y creo no tener el derecho para ponerlo entre mis novelas favoritas. Tal vez este no sea el minuto para sacarlo y saldar la cuenta pendiente, porque no hay nada que saldar. Pero, al igual que Gumucio, es un buen libro.
No leí Farehrenheit 451 y no lo leeré. No sé cuándo será mi minuto para comenzarlo y, probablemente, puede que ese tiempo nunca llegue. Es probable que las últimas ideas de Tom Wolfe acerca de la ruta mortuoria a la que van encaminadas las novelas de ficción, hayan calado en mi perspectiva de la literatura en general. Además de esa idea, he agregado las propias, ese mejunje que la realidad siempre ha superado a la ficción es algo que me aleja aún más de esta última. Idea sensata es pensar que mi afición son las historias reales bien escritas, de preferencia, las costumbristas que te indican lugares que conoces.
Lo más saludable sería afirmar que el verano es la estación del año propicia para patear un buen volumen de libros, de distinto género y autor. Claro, no botarlos a la basura y pensar en que no existe una enfermedad de avidez literaria y menos una fecha para su cura. Probablemente, y en la época menos esperada del año, tome un libro y pase un buen momento al hacerlo.
En mis últimos veranos he llevado algunos libros para ser leídos en la playa, o en el lugar que sea. Admiro mucho a las personas que disfrutan de su verano, pero cuando te vas a un lugar recóndito, hay tiempos de espera en que no se hace nada y es el momento indicado para sacar un libro y comenzar a quemar el tiempo, o mejorarlo. Esto de la lectura de verano ha derivado, para todos aquellos a los cuales les gusta categorizar, en que exista un género en particular: el de la literatura veraniega. Alejandro Zambra, desmistifica ese género afirmando que de género tiene bien poco. Hay libros, que no son leídos, por ese placer de no leer, un oculto arte. Rafael Gumucio recomienda a Zambra un libro de Marcelo Lillo, autor que, para él, es un excelente cuentista. Afirmando que «no lo he leído y no pienso leerlo, pero es muy bueno, no necesito leerlo para saber que es muy bueno».
En “No leer” algunos extractos aparecen de manifiesto. Me pasó con "Fahrenheit 451", un obsequio desde Argentina hace un (muy) buen par de años. Muchas personas escriben en sus bitácoras este título como uno de sus favoritos y, convengamos también otros opinan que esto es casi una saga al subsumirlo en una especie de ruta de la ficción la cual es tarea seguirla, así si la obra de Bradbury es la primera parada, "Un mundo feliz" de Huxley vendría a ser la segunda estación de este pequeño sendero que, para los más pretensiosos, se podría extender aún más. Idea que no comparto, el que se quiera hartar con champaña y luego quiera cerveza, allá él.
He llevado a Fahrenheit a un par de veraneos en distintos lugares. Me ha acompañado en playas y piscinas. El libro se ha llenado de arena, y sólo eso. De vez en cuando ha sido mi equipaje de mano. Me preguntan si lo he leído, me critican porque no lo leo cuando lo llevo porque, en ese caso, debe ser para leerlo. Y mi respuesta es siempre que no, que lo leeré cuando haya que leerlo. Así han pasado los años y esas ciento setenta y cinco páginas no he leído todavía. No sigo a Frahrenheit y creo no tener el derecho para ponerlo entre mis novelas favoritas. Tal vez este no sea el minuto para sacarlo y saldar la cuenta pendiente, porque no hay nada que saldar. Pero, al igual que Gumucio, es un buen libro.
No leí Farehrenheit 451 y no lo leeré. No sé cuándo será mi minuto para comenzarlo y, probablemente, puede que ese tiempo nunca llegue. Es probable que las últimas ideas de Tom Wolfe acerca de la ruta mortuoria a la que van encaminadas las novelas de ficción, hayan calado en mi perspectiva de la literatura en general. Además de esa idea, he agregado las propias, ese mejunje que la realidad siempre ha superado a la ficción es algo que me aleja aún más de esta última. Idea sensata es pensar que mi afición son las historias reales bien escritas, de preferencia, las costumbristas que te indican lugares que conoces.
Lo más saludable sería afirmar que el verano es la estación del año propicia para patear un buen volumen de libros, de distinto género y autor. Claro, no botarlos a la basura y pensar en que no existe una enfermedad de avidez literaria y menos una fecha para su cura. Probablemente, y en la época menos esperada del año, tome un libro y pase un buen momento al hacerlo.