sábado, 19 de marzo de 2011

Episodio 42: Don Manuel Montecinos


La labor educativa de los profesores llega a ser noble cuando van más allá de los contenidos que deben enseñar. Don Manuel Montecinos Caro era parte de este grupo que, iba más allá de lo que una pauta educativa prescribía. Durante sus clases hacía relucir algo que todo hombre quiere obtener en esta vida: Amar lo que se hace.

Don Manuel nos dictaba sus clases de literatura medieval, con principal ahínco en la Época Dorada Española. Labor que muchos de los que fuimos sus alumnos recordamos con gran nostalgia. Al llegar al auditorio donde él efectuaba sus clases, se acercaba junto a su bastón, su boina, su chaqueta y con su ayudante del curso ayudándolo a no perder el equilibro. Pese a ser un curso menor en cuanto al promedio, las clases eran realizadas en uno de los auditorios de la Universidad, don Manuel lo agradecía, sólo dos peldaños eran los necesarios para llegar hacia la sala de clases. Él, producto de su edad, podía estar maltrecho pero nadie podía discutir las ganas de querer explicarnos aspectos importantes de la literatura del medioevo. Una vez que llegaba, dejaba su boina, acomodaba su bastón y se sentaba en el borde del escritorio y comenzaba sus clases.

Nos llamaba “gringos” y bien teníamos puesto ese nombre si consideramos todas las usanzas adquiridas del país del norte. “Bien gringos, la clase ha terminado” decía al final. Llama la atención que el educador, con el paso de los años, haga sus clases con contenidos que van más allá de lo establecido. La propia experiencia de don Manuel, junto a sus viajes y anécdotas en general, hacían que la clase mereciera ser atendida por todos y cada uno de sus alumnos. Así, una tras otra eran sus anécdotas que hacían llamar más la atención de los temas que él trataba.

Literatura medieval, centrada en España era su especialidad. Así, los contenidos del mester de Juglaría y de Clerecía, junto a cada una de sus creaciones hacían una clase que valía la pena existir para estar en ella. Se enfocó durante un tiempo considerable en la imagen del Cid Rodrigo Díaz de Vivar, esta obra clásica escrita en castellano antiguo era un destino obligado. Destacaba la imagen de Rodrigo Díaz al hacer abandono de sus seres más queridos. Dentro del propio texto nos indicaba: «Lloran todos con gran pena, como nunca se vió tal. Como la uña de la carne, siéntense así desgarrar». Nos decía “fíjense gringos”, y que notáramos cuánto dolor sintió el Cid al abandonar a los suyos, como el dolor de quien se saca una uña: "Imagínense ese dolor, terrible". Ese mismo dolor que deben sentir sus seres queridos al verlo partir, angustia mitigada por el recuerdo perpetuo de sus cátedras, publicaciones e historias personales.

Dentro de otras anécdotas que cabe recordar es aquella en uno de sus viajes a España, donde efectúo estudios de doctorales en la Universidad Complutense de Madrid. Él nos decía que la versión original de “El Cantar de Mío Cid”, estaba cerrada “bajo 7 llaves” agregando, en tono de humor, que no pensáramos que efectivamente eran 7 las llaves que mantenían la seguridad de la primera obra. Para él debió ser un día especial el viajar a su encuentro. Nos contaba que, al ser presentado el texto en una vitrina; él, envalentonado, se acercó y comenzó a revisar la primera hoja de la versión original de esta obra y empezó a leer: «Tañen allí las campanas en San Pedro con clamor/ escúchanse por Castilla voces diciendo el pregón: Cómo se va de la tierra nuestro Cid Campeador». Todos los académicos estaban sorprendidos, en un castellano antiguo vieron cómo don Manuel había logrado descifrar las primeras líneas de una ininteligible letra, producto del deteriorado estado en que permanecía. Sin embargo, don Manuel se sabía de memoria ese comienzo. A todos nos causó gracia, más aún cuando veíamos cómo él disfrutaba, al igual que nosotros. En sus clases el tiempo era un sólo accidente.

Los últimos días que tuve la oportunidad de verlo paseaba con su bastón por la calle Álvares en Viña del Mar. A veces se tomaba un café y conversaba. Era de esas personas que merecen ponerles suma atención. Esa bola de nieve de experiencias, éxitos, risas y enseñanza hacen que uno se detenga a pensar más de alguna vez en don Manuel, a quién es justo recordar. Desde aquí adiós don Manuel, nos veremos en un tiempo. Sé que usted seguirá disfrutando de los brochazos creativos eternos de Cervantes. De la historia del Quijote, la cual formó parte de su vida. 

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