viernes, 12 de noviembre de 2010

Episodio 34: La logia

Comienzo esta historia con la inquietud acerca de cómo se escribe realmente esta palabra inserta en el vocablo inmobiliario: «La logia». Estás en Viña del Mar, son los últimos días de febrero, el verano presenta una leve retirada, comienza el «Festival de Viña», no tienes entrada para ir. Sin embargo estás en la ciudad y, al no ser grande, sí puedes escuchar el ruido de lo que allí ocurre.

Me preparo un café, quedan pocos días para volver a la rutina anual, ese marzo que nadie quiere que se apresure en aproximarse, pero que al precederlo el mes más corto del año, su aparición es inminente. Cerca de mi casa se pueden escuchar los ruidos de las presentaciones del festival. Para todos los que vivimos en los alrededores de la Quinta Vergara, un detalle es ostensible: en el primer día de este evento, los fuegos artificiales que ve en su televisor son sobrepuestos, éstos los tiraron el día anterior.

Desplazándome por los rincones de mi casa, encuentro un lugar para fumar. Pretendo evitar el humo del cigarro para no molestar. Abro la puerta de la cocina, luego sigo y me encuentro con esto: La logia. Sólo tengo que cerrar la puerta trasera de la cocina y otra puerta de la pieza de servicio y el lugar es mío. Al interior de éste está la lavadora y la secadora, un tendedor de ropa y un fregadero; el resto del espacio está disponible. Abro la ventana para fumarme un cigarro, y comienzo a descubrir este –hasta ahora- anónimo lugar de la casa. Está a mi merced, quedé de fumar ahí antes de irme a dormir. Así fue como en el primer día podía ver al fondo como los gritos, las luces y más gritos del festival hacían gala en una noche de febrero. Al día siguiente lo mismo, hasta el último día con el cierre. Luego, seguía en mi ya nueva adquirida tradición el fumar cigarrillos en la logia. Podía ver que era el mismo escenario, la calle de al frente, la Quinta Vergara de marzo, esa que permanecen con una solemne quietud esperando para el próximo año ensordecer nuevamente con ruidos de artistas que visitan esta ciudad. Seguimos, y en abril el cuento es el mismo, y así sucesivamente. Había adquirido un espacio, un hábito, la logia era mía.

Luego empecé a acompañar mis jornadas con música, desde el mismo. Las noches de estudio también estaban acompañadas de una visita a la logia para mirar el ambiente. Quizá se pueda objetar ese hecho, debido a que en cada vista físicamente se ve lo mismo. Calle, césped, vereda, las azoteas de uno que otro edificio, un cerro lejano lleno de puntitos con luces; pero la percepción es errónea. Cada día se ve algo distinto. Cada hora la vista cambia, también varía con los estados de ánimo que tenga. Así podía ver a las cinco de la mañana como el sol aparecía con una luminosidad verde, espléndida. Podía ver las tardes lluviosas, primaverales, estivales en general. Para navidad y año nuevo lo mismo.

Me llama la atención el toque humano, que los lugares estén ahí y que nosotros actuemos para darles forma. Así es como en una simple logia puede contarse una historia, de esos tres años en que estuve ubicado por las noches antes de irme a dormir. Se hace historia que está siempre presente. Luego de ésta quedan vestigios o pistas, en este caso una simple, quemaduras de cigarrillos en el marco del ventanal ¡una historia queda impresa! Así como grandes historias en otros espacios, en palabras de Francisco Mouat «…las historias encuentran, tarde o temprano, su particular forma de ser narradas».

1 comentario:

  1. "Así es como en una simple logia puede contarse una historia"

    Esos espacios que pasan desapercibidos son los verdaderamente mágicos.

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