«My girl, my girl, don't lie to me
Tell me where did you sleep last night»
Fueron de esos días libres en que intruseaba los cajones de mi pieza. Entre el tiempo libre y la pereza del retornar las cosas a su lugar me quedé dormido en el piso con los audífonos puestos. Dormí durante toda la tarde. Despierto por el ruido de la calle. Acto seguido siento la caída de un envoltorio, uno reconoce esos ruidos de algo envasado, era un disco: Nirvana: Unplugged in New York; ahí estaba sellado y polvoriento, olvidado.
Lo compré en la inauguración de una tienda de música, con motivo de esa ocasión todos los discos estaban rebajados a mitad de precio, como nunca se pueden encontrar en este país. Decidí llevarme tres. Cuando llegué con los tres discos los tiré sobre mi cama.
Al día siguiente nos cambiaríamos de casa, por lo que apurado eché las últimas cosas en unas cajas. Entre ellas el de Nirvana fue el disco que cayó separado del resto de la colección. La mudanza tuvo eso, una cuota de orden inicial donde se embalan ordenada y metódicamente las cosas, se etiquetan los vinos, los libros y los artículos frágiles, -es curioso que el logo “fragile” tenga sentido sólo para su dueño-. Al día siguiente la mudanza comenzaba temprano tipín siete de la mañana.
Tuvieron que pasar seis años para acordarme que tenía el unplugged de Nirvana entre mis cosas, el movimiento para ordenarlo en un cajón de mi pieza fue inconciente, con lo cual nunca retuve en la memoria que el disco lo tenía. Imaginaba que era un sueño o simplemente el deseo de tenerlo, pues lo había escuchado en muchas ocasiones.
Dio la circunstancia que el disco cayera al piso, lo abriera y comenzara a escuchar su contenido. Indiscutible de su calidad, quizás fue la ocasión perfecta para hacerlo. O fue el tiempo indicado, una casualidad necesaria.
El tener un disco, el efecto tangible me permite vislumbrar más detalles que no encuentras con sólo escuchar un escueto listado de canciones. Este disco es especial, uno de un descuido cuidado. Un reto en su época. Fiel reflejo y mensaje silente de los últimos momentos de Cobain en vida.
Alberto Fuguet en su libro “Primera Parte” habla al respecto: «Lo que Cobain hizo fue tratar de interpretarse […] Los artistas más desgarrados siempre mueren antes de tiempo. Esto no tiene nada de nuevo ni sorprendente…», «Lo que pasa es que el dolor a veces es demasiado. Cobain no trató de escupirle a nadie. Más bien, trató de tragar. Quizás lo matamos todos esperando demasiado de él».
Con el paso del tiempo, las letras cobran más sentido, los riffs de guitarra se tornan más intensos, el mensaje más claro, profundo, incombustible. Pese a sentirlo más actual que nunca, lo de Nirvana ya es un recuerdo, uno que se agradece.
Tell me where did you sleep last night»
Fueron de esos días libres en que intruseaba los cajones de mi pieza. Entre el tiempo libre y la pereza del retornar las cosas a su lugar me quedé dormido en el piso con los audífonos puestos. Dormí durante toda la tarde. Despierto por el ruido de la calle. Acto seguido siento la caída de un envoltorio, uno reconoce esos ruidos de algo envasado, era un disco: Nirvana: Unplugged in New York; ahí estaba sellado y polvoriento, olvidado.
Lo compré en la inauguración de una tienda de música, con motivo de esa ocasión todos los discos estaban rebajados a mitad de precio, como nunca se pueden encontrar en este país. Decidí llevarme tres. Cuando llegué con los tres discos los tiré sobre mi cama.
Al día siguiente nos cambiaríamos de casa, por lo que apurado eché las últimas cosas en unas cajas. Entre ellas el de Nirvana fue el disco que cayó separado del resto de la colección. La mudanza tuvo eso, una cuota de orden inicial donde se embalan ordenada y metódicamente las cosas, se etiquetan los vinos, los libros y los artículos frágiles, -es curioso que el logo “fragile” tenga sentido sólo para su dueño-. Al día siguiente la mudanza comenzaba temprano tipín siete de la mañana.
Tuvieron que pasar seis años para acordarme que tenía el unplugged de Nirvana entre mis cosas, el movimiento para ordenarlo en un cajón de mi pieza fue inconciente, con lo cual nunca retuve en la memoria que el disco lo tenía. Imaginaba que era un sueño o simplemente el deseo de tenerlo, pues lo había escuchado en muchas ocasiones.
Dio la circunstancia que el disco cayera al piso, lo abriera y comenzara a escuchar su contenido. Indiscutible de su calidad, quizás fue la ocasión perfecta para hacerlo. O fue el tiempo indicado, una casualidad necesaria.
El tener un disco, el efecto tangible me permite vislumbrar más detalles que no encuentras con sólo escuchar un escueto listado de canciones. Este disco es especial, uno de un descuido cuidado. Un reto en su época. Fiel reflejo y mensaje silente de los últimos momentos de Cobain en vida.
Alberto Fuguet en su libro “Primera Parte” habla al respecto: «Lo que Cobain hizo fue tratar de interpretarse […] Los artistas más desgarrados siempre mueren antes de tiempo. Esto no tiene nada de nuevo ni sorprendente…», «Lo que pasa es que el dolor a veces es demasiado. Cobain no trató de escupirle a nadie. Más bien, trató de tragar. Quizás lo matamos todos esperando demasiado de él».
Con el paso del tiempo, las letras cobran más sentido, los riffs de guitarra se tornan más intensos, el mensaje más claro, profundo, incombustible. Pese a sentirlo más actual que nunca, lo de Nirvana ya es un recuerdo, uno que se agradece.