La línea entre la costumbre y la maña es muy fina. Hace un par de días atrás con unos amigos fuimos a tomarnos un café a una conocida tienda de Viña del Mar, mi experiencia anterior en esa multinacional había sido en Estados Unidos y algunas cuantas tazas en Santiago.
El precio de cada café era considerable, pero no exorbitante ni alejado al de uno estándar. Ya entrando a la tienda notamos el ambiente agradable que rodeaba el lugar. Aire acondicionado tibio, buena iluminación y detalles como las cartas de cada tipo de café y merchandising afín; obviamente por las experiencias anteriores ya se sabe que el entorno es maqueteado, pero no llegando al desagrado.
De la breve observación nos disponíamos a elegir el café que cada uno iba a tomar. Ahora último he elegido el mokka, es un café de mi completo gusto. Para nuestra sorpresa el precio del café más pequeño era un cuarenta por ciento mayor que el de esa misma tienda en Santiago: "Porque somos de provincia nos miran las caras de huevones" -pensé-. Luego nos fuimos a otro café también recién inaugurado.
El precio de cada café era considerable, pero no exorbitante ni alejado al de uno estándar. Ya entrando a la tienda notamos el ambiente agradable que rodeaba el lugar. Aire acondicionado tibio, buena iluminación y detalles como las cartas de cada tipo de café y merchandising afín; obviamente por las experiencias anteriores ya se sabe que el entorno es maqueteado, pero no llegando al desagrado.
De la breve observación nos disponíamos a elegir el café que cada uno iba a tomar. Ahora último he elegido el mokka, es un café de mi completo gusto. Para nuestra sorpresa el precio del café más pequeño era un cuarenta por ciento mayor que el de esa misma tienda en Santiago: "Porque somos de provincia nos miran las caras de huevones" -pensé-. Luego nos fuimos a otro café también recién inaugurado.
Tanto con la fallida visita a la multinacional y la cafetería a la que finalmente fuimos, he comenzado a desarrollar ciertas costumbres. No en la mayoría de los casos, pero sé distinguir la diferencia entre un buen café y uno de calidad mediocre. En mis días de estudio y otros de lectura, el optar por un lisonjero Nescafé ya no pasa inadvertido, sino que conozco el sabor de éste, monótono y hostigoso.
La costumbre de tomar un buen café, para mí una buena práctica, para otros una simple maña. Porque me agrada tomar un sobre de buen Haití o Copacabana en grano, molerlo y echarlo en la cafetera. Ya sé los pasos exactos que tengo que hacer para que quede con el sabor perfecto. Un gusto amargo pero dulce a la vez, de milésimas de segundos de crudeza en cada sorbo para concluir con un sabor más dulce.
La costumbre de tomar un buen café, para mí una buena práctica, para otros una simple maña. Porque me agrada tomar un sobre de buen Haití o Copacabana en grano, molerlo y echarlo en la cafetera. Ya sé los pasos exactos que tengo que hacer para que quede con el sabor perfecto. Un gusto amargo pero dulce a la vez, de milésimas de segundos de crudeza en cada sorbo para concluir con un sabor más dulce.
El olor que expide la cafetera en la cocina de mi casa me parece único, los olores pueden hacer la diferencia entre el buen y el mal café, así como en otros puntos de la vida donde la relación olor-recuerdo se me presenta de vez en cuando.
Y sobre las mañas en particular; sí, confieso tener algunas que camuflo con la denominación sana costumbre, pero que al final de cuentas son mañas. Porque ahora sé que el tomar un café de mala calidad es una diferencia notoria que muchas veces me arruina el minuto. Lo que para algunos es una maña de un perfecto amargado, para mí es costumbre. Acerca de los olores el recuerdo de la obra El Perfume de Patrick Suskind se hace presente; la figura de su protagonista y asesino me hace mucho sentido al hablar sobre la distinción del café.
Y sobre las mañas en particular; sí, confieso tener algunas que camuflo con la denominación sana costumbre, pero que al final de cuentas son mañas. Porque ahora sé que el tomar un café de mala calidad es una diferencia notoria que muchas veces me arruina el minuto. Lo que para algunos es una maña de un perfecto amargado, para mí es costumbre. Acerca de los olores el recuerdo de la obra El Perfume de Patrick Suskind se hace presente; la figura de su protagonista y asesino me hace mucho sentido al hablar sobre la distinción del café.
No todo es olor y sabor, un buen lugar donde sentarse a disfrutarlo es algo importante. En las cafeterías me agradan las de estilo vintage. Esas que se jactan de despreocupación, pero que uno sabe que detrás de toda esa fachada hubo una mente y un esfuerzo para causar una buena impresión.
Ahora admito mi ignorancia sobre el té. No logro hacer una distinción porque no tengo mañas aun sobre éste.
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