jueves, 26 de noviembre de 2009

Episodio 9: El Cura Fernando

«Los seres humanos sí que somos jodidos;
retorcemos episodios una y otra vez,
y a eso llamamos experiencia»

Fernando un cura de Chillán Viejo, no se esconde tras las costumbres que su credo le impone. Luego de cada eucaristía puede conversar durante varios minutos con alguno de sus feligreses. Y como en pueblo chico el infierno es grande; el curita se suma a cualquier actividad que vecinos del sector realicen en su tiempo libre.

Sentado viendo televisión en el living de la casa de mis abuelos me encontraba cuando mi tía Sonia decía que luego de la ceremonia de bautizo de mi prima Martina, iba a pasar el cura Fernando a saludar a la familia un rato por la noche. Luego de escuchar a mi tía procedí con lo mío.

En la noche todo transcurría como cualquier celebración, la gente hablando cada uno de sus asuntos hasta que llega el cura Fernando. Cuando él llegó yo ya me iba retirando de la mesa, no sé porqué siento el dedo acusatorio de la religión. Sin embargo esta no fue la razón de mi retirada, cada uno se iba donde se le antojara, la sobremesa ya había terminado.

El cura Fernando llega a la casa y se sienta a conversar. Por razones que sólo él conoce no se lleva bien con mi primo Óscar. Nunca había visto un cura que le llegase caer mal a un feligrés. Con eso la visión del cura local comenzó a tornarse en un giro particular.

Esta autoridad eclesiástica se sentó junto a mis tíos, y pidió únicamente un vasito de coñac. El segundo cuestionamiento interior: Los curas beben coñac. Yo pensaba que eran figuras tan importantes que, así como deben respetar su voto de castidad, no podían beber alcohol salvo el vino que utilizan en misa.

El cuestionamiento llegó a un punto crítico. Ya que no era propiamente eso, simplemente una forma poco convencional de conocer a una persona con la que no compartes en una casa y que solamente ves los días domingo en misa. Pero el “es humano como yo” apareció reconfortando y limpiando mi ignorancia.

Pasadas las horas, yo seguía viendo televisión. Seguía mi familia conversando con el cura. Mi primo Daniel por enésima vez pedía que le prestara mi teléfono celular para jugar un rato, pero que al hacerlo sabía que estaba obligado a decirle “quién era quién” de las personas a las que tengo anotadas en mi listado de números. Y luego por enésima vez la respuesta fue no. Sin embargo algo raro había de todo esto, el cura Fernando ya se iba de la casa, yo me iba a despedir de él -aquí también hay una mezcolanza entre miedo y vanidad- me paré del asiento para darle la mano; pero el padrecito se quedó mirando fijamente la bosca de la sala. Luego comenzó a hacerle la cruz, la estaba bendiciendo. Acto seguido comenzó a bendecir el televisor, luego un cuadro que había en el lugar, una foto de mi familia, el padrecito comenzó a bendecirlo todo.

No me explico porque fui yo el único presente de semejante acto.

3 comentarios:

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  2. No entendí lo primero.

    Lo segundo, sólo hay que imaginar que un cura con tragos en el cuerpo comience a bendecir todas las cosas que encuentre a su paso y que lo haga fuera de una misa, a las 2 de la madrugada. Eso sí es gracioso y poco común.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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