sábado, 30 de enero de 2010

Episodio 15: J.D. Salinger y su propio Frankenstein



En el año 2008, un par de canales de televisión recordaban los casi 30 años tras de la muerte de John Lennon (1940-1980). Algunos dieron su biografía; otros en tanto, documentales sobre su asesino Mark Chapman y acerca del escritor J.D. Salinger. Para el groupie Beatle esta trilogía de personajes, le resulta clave a la hora de analizar lo ocurrido en el Central Park West de la ciudad de Nueva York la noche del 8 de diciembre de 1980. Sin embargo, sería del todo pasional considerar a uno de ellos responsable por el lamentable crimen, ese es Jerome David Salinger.

Salinger, murió el pasado jueves 28 de enero a la edad de 91 años. Conocido en todo el mundo por su obra más célebre: “El guardián ante el centeno/El cazador oculto”. En el testimonio del asesino de Lennon, Mark Chapman, cita a esta obra como su instructivo mediante el cual inicia su camino, que concluye matando al músico nacido en Liverpool. La lógica de Chapman fue que el protagonista de "El guardián..." Holden Caulfield, odiaba a los hipócritas. Tras leer otra obra “John Lennon: One day at a time” de Anthony Fawcett concluye que John Lennon era un hipócrita, Chapman era Holden Caulfield: John Lennon debía morir.

Luego que el “El guardián ante el centeno” se transformara en éxito de ventas, Salinger decide recluirse fuera de Nueva York, siempre se especuló que fue a raíz del acecho de fans obstinados. Alberto Fuguet comenta que «Cuando se publicó, a comienzos de los cincuenta, algunos críticos reaccionarios la tildaron de mala influencia y peligrosa. Quizás estaban pensando en futuros lectores como Mark Chapman» El libro era un pequeño Frankenstein, una bola de nieve que, a medida que iba avanzando, se hacía aún más real, tangible y realizable por personas con debilidad mental como la de Chapman quien declara: «Me sentía muy cerca de Holden Caulfield y The catcher in the rye. Los párrafos y las frases del libro penetraban mi cerebro e ingresaban a mi torrente sanguíneo. Mi alma se había transformado en las páginas de ese libro […]»

Al ser mencionado en el testimonio de Chapman, para Jerome David Salinger el episodio de los cinco balazos que le costaron la vida a John Lennon en la entrada del edificio Dakota, no le debió ser indiferente. Su propio Frankenstein había tomado un giro que, probablemente, nunca esperó.

Cuesta creer que uno de los más grandes compositores del siglo pasado haya muerto en tales circunstancias. Con “El Guardián ante el centeno”, Chapman no logra eximir, o cuanto menos atenuar, su responsabilidad de este cruento acto. A Salinger, por su parte, en sus cinco décadas recluido en los bosques de New Hampshire, con su obra que ha vendido más de 60 millones de ejemplares en todo el mundo, le pudo resultar inevitable someterse a una contradictoria dicotomía: La influencia de sus letras en un homicidio y el número de libros que habrá vendido después de 1980.

sábado, 23 de enero de 2010

Episodio 14: El Desahogo

Ignacio hace algunos días me preguntaba por qué tuve la idea de abrir un blog. Ante la pregunta no supe qué responder, por lo cual, daba motivo para detenerme un tiempo para explicar el porqué tengo este espacio, y de momento poder argumentar el de muchos otros que, para bien o para mal, están actualmente.

Luego de preguntarme acerca de la existencia de este espacio, a él le parecía una buena idea el tener uno, me llamó la atención que usara la palabra desahogo. Una válvula de escape ante un reclamo o un pensamiento en silencio que se pudiera expresar en un par de líneas.

Pues Ignacio, el término desahogo podría aplicarse de vez en cuando en este espacio. Éste se puede efectuar de distintas formas, hay personas que practican deportes y logran un desahogo, es más, liberan endorfinas con lo cual la ciencia médica adjunta la agradable consecuencia de sentirse sin presión y más felices. A otras personas les encanta gritar como forma de desahogarse; a otras les gusta que su desahogo sea realizado de forma gradual, indicando su disgusto acerca de las ideas que plantean sus pares. Y están las personas que acumulan rabia para un desahogo final, entre tantas otras formas.

El desahogo por este medio, en mi caso, no es tal. Tengo este espacio como un punto de partida para tratar otros ámbitos de conversación o simplemente pensamientos apresurados que podrían transformarse en un asunto digno de comentar. Impulsado por la idea de un buen amigo, él me instó a que muchas cosas merecían ser escritas, y que la forma en que estos episodios diarios fueren expresados sean de la forma más correcta. El escribir y hacerlo bien siempre puede ser un buen punto de partida para idear lo anterior.

Sobre un diario de vida, recuerdo a mi hermana cuando era una niña. Escribió algunos pasajes en su diario, una agenda rosada en la que relataba distintos episodios personales. El gesto es un regalo para sí misma, imagino el agrado que debe ser abrirlo luego de un par de años y ver en qué andaba su mente por esos días.

Escribir, sobre un papel, sobre madera o mediante una enclenque máquina de escribir puede ser un gran ejercicio para la mente. El episodio más genuino es el vivido por su autor, con esto cito a Mario Benedetti, en uno de sus relatos donde explica un peculiar encuentro amoroso: «Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia. […]Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades». La sinceridad de este texto, el existir para luego relatarlo. La tarea de quien esté interesado deberá reflejar con el mejor de los detalles aquellas vivencias. Los capítulos están ahí. Vivir y no echar al tacho de la basura detalles de lo vivido es algo que impulsa a muchos -como yo- a intentar seguir. Yo, en tanto, lo hago por medio de estos episodios.

sábado, 9 de enero de 2010

Episodio 13: Hermosos Plagios

«I really want to see you
Really want to be with you
Really want to see you lord
But it takes so long, my lord
»
“My Sweet Lord”, George Harrison

En el mundo de las creaciones podemos encontrar, en algunas situaciones, un debate que no deja de suscitar interés: Lo original y la copia de lo primero. Ambas ideas –iniciales- tienen virtudes.

Para el caso de la primera idea, la original. En ella va envuelto el asunto de que fue creada en primera instancia, de la nada. El mérito de la copia de lo primero, va dirigido más a si esa copia fue para mejor o para peor. En muchos casos encontramos que una segunda idea más perfeccionada y meditada, pueda conducir a un mejor resultado, dejando a esa primera olvidada, durmiendo entre laureles de haber sido célebre en su tiempo por haber sido la original.

Se darán cuenta que en el plano musical lo que planteo no parece indistinto. Conversando con un buen amigo en un café cerca de la avenida Pedro de Valdivia, él en su opinión y obviamente diciendo que su impresión era humilde, y sin un soporte literario que pudiese justificar lo que él proponía, quitándose, de paso, responsabilidad de responder a posteriores cuestionamientos. Su planteamiento era sencillo, pero sin dejar de ser interesante: «Muchas veces la música es como las matemáticas, si miras los trastes de una guitarra te darás cuenta que cada espacio marca un sonido, que la combinación de algunos marcan sonidos diferentes. Y que coordinadamente vas logrando claves diferentes que implican otros sonidos». En lo sencillo, él quería decir que «llega un punto en que la conjugación entre distintas notas iba a llegar a que el sonido se iba
a repetir inevitablemente». Me pareció válido lo dicho. Quizá la solución a los problemas de la música será ponerle más cuerdas a la guitarra convencional, o sencillamente someternos al mundo de los sintetizadores y la música envasada, sin embargo esa impresión era apurada e infantil.

Por más que mi amigo hiciera un bosquejo de una idea que, si se tuviera más literatura al respecto, se podría plantear de forma categórica: Los plagios siempre serán inevitables.

Siguiendo con lo anterior. Encontramos, de momento, en la música muchas canciones que han sido objeto de plagio. Para bien o para mal, pero cabe recordar algunas que son memorables. Así es el caso de George Harrison y su tema My Sweet Lord, en que el ex beatle fue acusado de plagio por seguir de forma inconsciente la misma melodía de He's so fine de The Chiffons. Si bien la demanda fue acogida con total razón, el tema de Harrison no deja de ser de una sinceridad poderosa, que bien vale acuñarle el término de ser un hermoso plagio.

Otro caso más próximo, sería con Bittersweet Symphony, de The Verve. Agrupación británica que, posteriormente fue acusada de plagio. Se argumentaba que dicho tema, seguía el ritmo de The Last Time de los Rolling Stones.

A mi parecer algunas copias merecen existir, pues son canciones tan memorables que son ellas las que, muchas veces, quitan las telas de araña de las anteriores, las originales, que se jactan de ser las primeras, pero que sienten un silente agradecimiento por esa segunda, a la que acusan de copia.