«No olvido la tarde de sábado en que leí en el diario la noticia del hallazgo de Julio Riquelme Ramírez en el desierto, con todos sus huesos tendidos al sol. Guardé el recorte como un tesoro, sin saber aún para qué, pensando que alguna vez podía hacer algo más a partir de esa historia…»
Francisco Mouat, El Empampado Riquelme
Hace dos años estuve en una capilla de Chillán, ubicada al frente de la avenida Bernardo O´Higgins. Emprendí camino desde ese lugar. Quería seguir caminando y disfrutando el recorrido, por una ciudad que he visitado desde que era un niño. El trayecto siempre fue agradable, como es ciudad chica, no existen desagradables bocinazos. La gente disfruta de una sentada junto a sus cercanos; y ahí pueden permanecer durante toda una tarde.
Mi rumbo era incierto, sin embargo decidí ir hacia el centro, lo cual me tomaría unos treinta minutos desde la capilla. En la mitad del trayecto me detuve en un quiosco, en Chillán se suele acostumbrar que, pequeños boliches, se llamen derechamente “supermercado”, aunque en la práctica no lo sean. Una cajetilla de Belmont de 10 era lo que buscaba. La señora que me atendía era cariñosa. Me miró y me reconoció, ella conocía a mi familia. Luego de entregarme los cigarrillos, el agradecimiento fue como si la conociese de hace muchos años. Ella decía que me conocía cuando yo era bien chico. Uno de los detalles de una ciudad sureña es la constante amabilidad de su gente. Seguí mi trayecto con un matiz de pertenencia hacia esa ciudad que ha ido incrementando con el paso de los años. Ella, al igual que yo, lamentaba la partida de mi querido abuelo Pedro.
En mi camino, la tarde avanzaba y el frío aumentaba. El viaje había sido inesperado, era de aquellos que uno no desea realizar, no por tenerle desprecio a la ciudad. Simplemente hay viajes que uno nunca quiere. Con la prisa de la partida desde Viña del Mar, agarré lo que encontré. Un grueso chaleco verde y mi mochila. Daba la coincidencia que en ese tiempo estaba leyendo “El Empampado Riquelme” de Francisco Mouat. La obra, justamente, mencionaba a la ciudad de Chillán, con una generosa descripción.
Las frías noches de agosto en Chillán hay que tomárselas en serio. Llegué al centro de la ciudad, luego de caminar y reflexionar acerca de la partida de un gran hombre, de aquellos que siempre permanecen en el recuerdo. Es inevitable referirse a algunos detalles de la ciudad. Eso de no percibir lo que Cristián Warnken en una columna alega como avidez inmobiliaria presente en Santiago. Chillán no pretende sorprender a quien lo visita. Su gente la reconoce como “ciudad chica”. Que, muy de vez en cuando, destaca en las noticias nacionales. Donde algún pequeño suceso, para los ojos capitalinos, se transforma en el centro de la discusión local, aquella en donde se agrega el detalle infalible, ese que los periodistas de los grandes del país, no pueden percibir. Es el estar ahí para luego contarlo.
“El Empampado Riquelme” es una investigación para explicar la desaparición de don Julio Riquelme Ramírez. Chillán sirvió a Mouat a reconstruir una vida, lugar que también lo logra con la mía.
Mi rumbo era incierto, sin embargo decidí ir hacia el centro, lo cual me tomaría unos treinta minutos desde la capilla. En la mitad del trayecto me detuve en un quiosco, en Chillán se suele acostumbrar que, pequeños boliches, se llamen derechamente “supermercado”, aunque en la práctica no lo sean. Una cajetilla de Belmont de 10 era lo que buscaba. La señora que me atendía era cariñosa. Me miró y me reconoció, ella conocía a mi familia. Luego de entregarme los cigarrillos, el agradecimiento fue como si la conociese de hace muchos años. Ella decía que me conocía cuando yo era bien chico. Uno de los detalles de una ciudad sureña es la constante amabilidad de su gente. Seguí mi trayecto con un matiz de pertenencia hacia esa ciudad que ha ido incrementando con el paso de los años. Ella, al igual que yo, lamentaba la partida de mi querido abuelo Pedro.
En mi camino, la tarde avanzaba y el frío aumentaba. El viaje había sido inesperado, era de aquellos que uno no desea realizar, no por tenerle desprecio a la ciudad. Simplemente hay viajes que uno nunca quiere. Con la prisa de la partida desde Viña del Mar, agarré lo que encontré. Un grueso chaleco verde y mi mochila. Daba la coincidencia que en ese tiempo estaba leyendo “El Empampado Riquelme” de Francisco Mouat. La obra, justamente, mencionaba a la ciudad de Chillán, con una generosa descripción.
Las frías noches de agosto en Chillán hay que tomárselas en serio. Llegué al centro de la ciudad, luego de caminar y reflexionar acerca de la partida de un gran hombre, de aquellos que siempre permanecen en el recuerdo. Es inevitable referirse a algunos detalles de la ciudad. Eso de no percibir lo que Cristián Warnken en una columna alega como avidez inmobiliaria presente en Santiago. Chillán no pretende sorprender a quien lo visita. Su gente la reconoce como “ciudad chica”. Que, muy de vez en cuando, destaca en las noticias nacionales. Donde algún pequeño suceso, para los ojos capitalinos, se transforma en el centro de la discusión local, aquella en donde se agrega el detalle infalible, ese que los periodistas de los grandes del país, no pueden percibir. Es el estar ahí para luego contarlo.
“El Empampado Riquelme” es una investigación para explicar la desaparición de don Julio Riquelme Ramírez. Chillán sirvió a Mouat a reconstruir una vida, lugar que también lo logra con la mía.