Soy un empedernido televidente del fútbol. Cada vez que se presenta la oportunidad me siento frente al televisor para verlo, disfrutarlo. Los partidos del Arsenal inglés o del Real Madrid español, son mis bocados favoritos. Tengo una serie de costumbres que sigo semana tras semana. Me gusta ver el fútbol sentado y no echado en mi cama. El televisor debe quedar de forma horizontal ante mi vista. El volumen de éste aumenta, dependiendo de la importancia del encuentro que pretendo ver.
Pero la situación cambia cuando juega la selección chilena de fútbol. Es tan poco continuo ver a estos equipos jugar, que el panorama cambia acorde a la entidad del partido que quiero presenciar. Estos equipos juegan, en promedio, siete partidos durante el año. Por consiguiente, el sentarse para seguir uno, es una regla que sigo ya por costumbre desde que tengo memoria. Durante el encuentro me concentro frente al televisor, no me gusta comer ni beber algo durante éste. Un vaso con agua o bebida es lo que tomo sólo en el entretiempo, me fumo un cigarrillo, pierdo mi vista en el paisaje y, pasados los quince minutos de receso, vuelvo a seguir el segundo tiempo. Es así como han pasado los años y muchas veces, yo como espectador, me vuelvo irritable cuando el equipo juega mal, en especial cuando noto que los jugadores son “pecho frío”, aquellos que no exhiben su máximo rendimiento. Aquellos que no mojan la camiseta.
Pero la situación cambia cuando juega la selección chilena de fútbol. Es tan poco continuo ver a estos equipos jugar, que el panorama cambia acorde a la entidad del partido que quiero presenciar. Estos equipos juegan, en promedio, siete partidos durante el año. Por consiguiente, el sentarse para seguir uno, es una regla que sigo ya por costumbre desde que tengo memoria. Durante el encuentro me concentro frente al televisor, no me gusta comer ni beber algo durante éste. Un vaso con agua o bebida es lo que tomo sólo en el entretiempo, me fumo un cigarrillo, pierdo mi vista en el paisaje y, pasados los quince minutos de receso, vuelvo a seguir el segundo tiempo. Es así como han pasado los años y muchas veces, yo como espectador, me vuelvo irritable cuando el equipo juega mal, en especial cuando noto que los jugadores son “pecho frío”, aquellos que no exhiben su máximo rendimiento. Aquellos que no mojan la camiseta.
A algunos de mis amigos les he advertido que me gusta ver los partidos de fútbol en mi pieza, solo. Puedo verlos con otro amigo entendido en el fútbol y así comentamos, aunque sepamos en el fondo que las instrucciones que hagamos, los cambios de estrategia; y los alegatos de cobros de faltas, off-sides o penales, son sólo expresiones que quedan en el lugar de cada cual.
Más allá de una transmisión televisiva imagínese que, muchas veces, una vorágine multicultural es la que se encuentra matizada tras los colores del equipo afín. Católicos, agnósticos, judíos, protestantes, conservadores de extrema derecha, liberales de izquierda, entre otros. Todos se parecen al momento de ir a las taquillas, comprar un boleto y dirigirse hacia la tribuna donde alentarán a su escuadra favorita. Imagínese la imponente imagen que dejan las selecciones de fútbol como el caso chileno. Donde el estadio se llena hasta las banderas, son setenta y dos mil personas que, en su mayoría, tienen el color rojo lo cual confirma lo que planteo.
Es tanto el matiz que existe, que ya pensarían los alemanes que en un futuro no muy lejano jugadores de color iban a formar parte de su seleccionado, defendiendo la misma causa, dándole una alegría a su propio pueblo. El fútbol tiene esa energía que, muchas veces, trasciende el contexto de discriminación y racismo aún insertos en el mundo. Es así como encontramos a la selección de fútbol francesa que ganó la Copa del Mundo en su propio país en 1998. Ésta estaba conformada por un gran número de jugadores inmigrantes, Eduardo Galeano escribe al respecto: «El padre de Zidane fue uno de los albañiles que levantaron el estadio donde su hijo se consagró como el mejor de todos. Zidane es de familia argelina. Thuram, elevado a la categoría de héroe nacional por dos golazos, nació en el Caribe, en la isla Guadalupe, y de allí llegaron a Francia los padres de Henry. Desailly vino de Ghana, Viera de Senegal, Karembeu de Nueva Caledonia. Djorkaeff es de origen ruso y armenio. Trezeguet se crió en Argentina […] Una encuesta, publicada en esos días por Le Figaro Magazine, reveló que la mitad de los franceses quería la expulsión de los inmigrantes, pero el doble discurso racista permite ovacionar a los héroes y maldecir a los demás».
En lo que a partidos de la selección de Chile se refiere, me gusta ver los programas previos al partido que se realizan con unas dos horas de antelación a éste. Ya veinticuatro horas antes del encuentro, la impaciencia para que comience es grande, el tiempo faltante eterno. La idea que llegue la hora se vuelve una utopía. La espera es casi peregrina. Soy otro ferviente feligrés del fútbol, quizás a muchos les cueste entenderlo.
Comento esta vez por acá entonces.
ResponderEliminarMe parece increíble y hermoso el sincretismo cultural y dogmático que se da en un partido de fútbol lo que me permite seguir creyendo que el fútbol une a la gente.
Un beso.
Sí, el fútbol logra unir ciencias diferentes. Pese a que siempre ha sido resistido por intelectuales. Basta recordar el caso de Jorge Luis Borges quien dictó una conferencia el mismo día y a la misma hora del debut de la selección de fútbol argentina en el mundial del 78 en el mismo país.
ResponderEliminarPese a todo, creo el trasfondo del fútbol se les "fue de las manos" a sus propios creadores. Y ahora, nos encontramos con que, este deporte, en su esencia, es patrimonio de todos sus seguidores. Ya si te alegra el día siguiente el triunfo de la selección nacional, da pie para percibir ese sentimiento de pertenencia hacia el fútbol mismo.
Un beso Nat.-