« (…) este evento que busca potenciar este paraíso lacustre con una actividad a la altura de un gran Record Guiness (sic), todo con el objetivo de pulir este diamante en bruto que es Licán Ray».
Diario "La Opinión", 19 de julio de 2009
Los Récord Guinness son un verdadero misterio, una incógnita que si lo piensa carece de todo sentido. No es sorpresa que al común de los mortales nos llame la atención aspectos que sobresalen de nuestra propia cotidianeidad. Así el hombre más alto del mundo, el más enano, la mujer con las uñas más largas, la con los pechos más grandes, etc. La resistencia, habilidad; en fin, aspectos que salen de toda lógica quedan impresos en un registro llamado Guinness.
En nuestro país el tema no resulta indiferente. Es así como estuve presente en una de las más nobles hazañas en cuanto organización y unión para hacer de Licán Ray, ubicada en la décima región, la ciudad con el “asado más grande del mundo”.
En mis vacaciones familiares, mediados de los años noventa, nos quedamos en esta hermosa ciudad donde se ubica la rivera del lago Calafquén. Licanrade, como la llamábamos, es un pueblo tranquilo, perfecto para turistas que buscan un relajo, caminar por la playa, leerse un libro por la tarde o simplemente el diario. En el centro de la ciudad, el asado récord comenzaba a gestarse con días de anticipación. Carteles por toda la ciudad, hacían recordar a sus habitantes que el hito era importante, que debían aportar para esta gesta con su presencia. El alcalde de la ciudad, junto a los funcionarios municipales también estaban pendiente de este proyecto veraniego. Es así como a partir de las siete de la mañana, en la calle principal el asado comenzó a tomar forma. Se unieron mezas formando una interminable hilera donde iban a participar los comensales del asado más grande del mundo. Éste no iba a ser hecho en un horno gigante, y probablemente los propios productores del evento no habrán previsto que, quizá –pienso-, el asado más grande del mundo debió haberse efectuado en la parrilla más grande del mundo. Pero, en resumidas cuentas, era la larga fila de mezas unidas más grande del mundo. Sin embargo, todos estábamos convencidos de que esta ciudad iba a quedar impresa en la publicación de los Guinness del año siguiente. Se logró la meta, y muchos vecinos debieron sentir un espléndido regocijo, al haber participado para erigir a su ciudad en la cúspide de lo sublime.
En 1995, la ciudad de Curicó se unió a los buscadores de récord Guinness al preparar “La torta curicana más grande del mundo”. Montero, nombre de la empresa líder en la elaboración de este dulce en la ciudad, propuso realizar esta gesta heroica, también con el afán de escribir a Curicó en uno de los sitiales de estos registros que, a muchos, les genera un placer incontenible; un orgullo, aunque efímero, es orgullo de todas formas.
Muchos de los impulsores de ideas cómo éstas, lo hacen con el fin de beneficiar y potenciar el nombre de sus ciudades. Que se abran al mundo, y dejen ese oscuro anonimato que la propia historia ha hecho de ellas. Así, a primera vista, podría potenciar el aumento del turismo y otros factores con lo cual busque que dicha ciudad crezca, puede ser una buena interpretación al conseguir estos hitos. O simplemente un afán de querer demostrarle al resto del mundo que en una ciudad hay algo que el resto de las ciudades no tiene o que, incluso, nunca imaginó tener.
La idea de un récord Guinness es curiosa y alegre. Una buena instancia para unir fuerzas, de esparcimiento y convivencia entre los habitantes de una ciudad, o un grupo de personas que se unen en una labor poco común. Sin embargo ¿ha tomado un libro de Récord Guinness? Si es así ¿cuánto tiempo lo revisa hoja por hoja?