sábado, 27 de noviembre de 2010

Episodio 36: Récord Guinness

« (…) este evento que busca potenciar este paraíso lacustre con una actividad a la altura de un gran Record Guiness (sic), todo con el objetivo de pulir este diamante en bruto que es Licán Ray».

Diario "La Opinión", 19 de julio de 2009


Los Récord Guinness son un verdadero misterio, una incógnita que si lo piensa carece de todo sentido. No es sorpresa que al común de los mortales nos llame la atención aspectos que sobresalen de nuestra propia cotidianeidad. Así el hombre más alto del mundo, el más enano, la mujer con las uñas más largas, la con los pechos más grandes, etc. La resistencia, habilidad; en fin, aspectos que salen de toda lógica quedan impresos en un registro llamado Guinness.

En nuestro país el tema no resulta indiferente. Es así como estuve presente en una de las más nobles hazañas en cuanto organización y unión para hacer de Licán Ray, ubicada en la décima región, la ciudad con el “asado más grande del mundo”.

En mis vacaciones familiares, mediados de los años noventa, nos quedamos en esta hermosa ciudad donde se ubica la rivera del lago Calafquén. Licanrade, como la llamábamos, es un pueblo tranquilo, perfecto para turistas que buscan un relajo, caminar por la playa, leerse un libro por la tarde o simplemente el diario. En el centro de la ciudad, el asado récord comenzaba a gestarse con días de anticipación. Carteles por toda la ciudad, hacían recordar a sus habitantes que el hito era importante, que debían aportar para esta gesta con su presencia. El alcalde de la ciudad, junto a los funcionarios municipales también estaban pendiente de este proyecto veraniego. Es así como a partir de las siete de la mañana, en la calle principal el asado comenzó a tomar forma. Se unieron mezas formando una interminable hilera donde iban a participar los comensales del asado más grande del mundo. Éste no iba a ser hecho en un horno gigante, y probablemente los propios productores del evento no habrán previsto que, quizá –pienso-, el asado más grande del mundo debió haberse efectuado en la parrilla más grande del mundo. Pero, en resumidas cuentas, era la larga fila de mezas unidas más grande del mundo. Sin embargo, todos estábamos convencidos de que esta ciudad iba a quedar impresa en la publicación de los Guinness del año siguiente. Se logró la meta, y muchos vecinos debieron sentir un espléndido regocijo, al haber participado para erigir a su ciudad en la cúspide de lo sublime.

En 1995, la ciudad de Curicó se unió a los buscadores de récord Guinness al preparar “La torta curicana más grande del mundo”. Montero, nombre de la empresa líder en la elaboración de este dulce en la ciudad, propuso realizar esta gesta heroica, también con el afán de escribir a Curicó en uno de los sitiales de estos registros que, a muchos, les genera un placer incontenible; un orgullo, aunque efímero, es orgullo de todas formas.

Muchos de los impulsores de ideas cómo éstas, lo hacen con el fin de beneficiar y potenciar el nombre de sus ciudades. Que se abran al mundo, y dejen ese oscuro anonimato que la propia historia ha hecho de ellas. Así, a primera vista, podría potenciar el aumento del turismo y otros factores con lo cual busque que dicha ciudad crezca, puede ser una buena interpretación al conseguir estos hitos. O simplemente un afán de querer demostrarle al resto del mundo que en una ciudad hay algo que el resto de las ciudades no tiene o que, incluso, nunca imaginó tener.

La idea de un récord Guinness es curiosa y alegre. Una buena instancia para unir fuerzas, de esparcimiento y convivencia entre los habitantes de una ciudad, o un grupo de personas que se unen en una labor poco común. Sin embargo ¿ha tomado un libro de Récord Guinness? Si es así ¿cuánto tiempo lo revisa hoja por hoja?

sábado, 20 de noviembre de 2010

Episodio 35: Me han dicho (Fetichismos)

«fetiche.
(Del fr. fétiche).
1. m. Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos».

Los fetichismos son parte de mi día a día, para las personas que viven de las simplezas que nos da la literalidad, estas líneas les resultarán absurdas con fundadas razones.

Esta semana caminando por las calles de Providencia me di cuenta que no puedo tolerar pasar por debajo de los cables de soporte del tendido eléctrico. Alguna vez escuché el mito urbano el cuál decía que eso daba mala suerte. Más aún si se trata de escaleras puestas en las tiendas, que por lo general usan la mitad de la vereda, tampoco puedo pasar por debajo de ellas. Me podré arriesgar a pasar por la calle transitada arriesgando más de algún bocinazo, sin embargo, me sentiré complacido del hecho de respetar el no transitar bajo una escalera. Dicen que da mala suerte.


Me tomo la licencia de utilizar el término situación fetichista. Estas situaciones se prolongan aún más para la celebración del año nuevo. No puedo desear un feliz año nuevo si el nuevo año no ha ocurrido hasta el momento, siempre me dijeron que era de mala suerte. Caso contrario era el hecho que la primera persona que debiese abrazar sea del sexo opuesto. Llegada la hora exacta mientras todos se abrazan para desearse un feliz año, me puedo hacer el desentendido si la persona que se aproxima es un hombre, no lo abrazaré. Tengo que cumplir, año tras año, la costumbre de abrazar a una mujer para esta festividad antes que el resto de las personas con las cuales me rodeo.

La nana de un buen amigo siempre nos decía que mascar chicle hacía mal. Te dejaba la mandíbula endeble, y apuntaba a la gente que “se le salía el cajón” fue víctima del consumo diario de chicle. Luego seguía argumentando que la composición de la goma de mascar está conformada por tripas de cerdo que “luego le ponen colorantes y con eso se forma el chicle”.

Así las mañas, costumbres buenas o malas y fetichismos siguen. Sigo creando mi propia sugestión. La última que encontré fue el último día de universidad. Hace un par de semanas esperaba el resultado de un examen. Los minutos pasaban, y tenía que estar acompañado de un cigarro para seguir la espera. Como no tenía cómo encender los cigarros, le pedí a una niña cara conocida de Viña que me prestara su encendedor, fueron unas cuatros veces las cuales solicité que me facilitara su encendedor, había que prender un cigarrillo tras otro, con el paso de los segundos la espera se hacía más intensa. Logrado el resultado recordaba su encendedor fluorescente color verde. Tenía que reconocer ese hecho ¡Ha nacido un verdadero fetiche! En ese mismo día quise ese encendedor, pues creí que me traería recuerdos después. Ese encendedor me iba a recordar que ese preciso día era un día bueno. Seguiré en busca de días buenos. Son fetichismos de un ser normal, no me malinterprete, claro.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Episodio 34: La logia

Comienzo esta historia con la inquietud acerca de cómo se escribe realmente esta palabra inserta en el vocablo inmobiliario: «La logia». Estás en Viña del Mar, son los últimos días de febrero, el verano presenta una leve retirada, comienza el «Festival de Viña», no tienes entrada para ir. Sin embargo estás en la ciudad y, al no ser grande, sí puedes escuchar el ruido de lo que allí ocurre.

Me preparo un café, quedan pocos días para volver a la rutina anual, ese marzo que nadie quiere que se apresure en aproximarse, pero que al precederlo el mes más corto del año, su aparición es inminente. Cerca de mi casa se pueden escuchar los ruidos de las presentaciones del festival. Para todos los que vivimos en los alrededores de la Quinta Vergara, un detalle es ostensible: en el primer día de este evento, los fuegos artificiales que ve en su televisor son sobrepuestos, éstos los tiraron el día anterior.

Desplazándome por los rincones de mi casa, encuentro un lugar para fumar. Pretendo evitar el humo del cigarro para no molestar. Abro la puerta de la cocina, luego sigo y me encuentro con esto: La logia. Sólo tengo que cerrar la puerta trasera de la cocina y otra puerta de la pieza de servicio y el lugar es mío. Al interior de éste está la lavadora y la secadora, un tendedor de ropa y un fregadero; el resto del espacio está disponible. Abro la ventana para fumarme un cigarro, y comienzo a descubrir este –hasta ahora- anónimo lugar de la casa. Está a mi merced, quedé de fumar ahí antes de irme a dormir. Así fue como en el primer día podía ver al fondo como los gritos, las luces y más gritos del festival hacían gala en una noche de febrero. Al día siguiente lo mismo, hasta el último día con el cierre. Luego, seguía en mi ya nueva adquirida tradición el fumar cigarrillos en la logia. Podía ver que era el mismo escenario, la calle de al frente, la Quinta Vergara de marzo, esa que permanecen con una solemne quietud esperando para el próximo año ensordecer nuevamente con ruidos de artistas que visitan esta ciudad. Seguimos, y en abril el cuento es el mismo, y así sucesivamente. Había adquirido un espacio, un hábito, la logia era mía.

Luego empecé a acompañar mis jornadas con música, desde el mismo. Las noches de estudio también estaban acompañadas de una visita a la logia para mirar el ambiente. Quizá se pueda objetar ese hecho, debido a que en cada vista físicamente se ve lo mismo. Calle, césped, vereda, las azoteas de uno que otro edificio, un cerro lejano lleno de puntitos con luces; pero la percepción es errónea. Cada día se ve algo distinto. Cada hora la vista cambia, también varía con los estados de ánimo que tenga. Así podía ver a las cinco de la mañana como el sol aparecía con una luminosidad verde, espléndida. Podía ver las tardes lluviosas, primaverales, estivales en general. Para navidad y año nuevo lo mismo.

Me llama la atención el toque humano, que los lugares estén ahí y que nosotros actuemos para darles forma. Así es como en una simple logia puede contarse una historia, de esos tres años en que estuve ubicado por las noches antes de irme a dormir. Se hace historia que está siempre presente. Luego de ésta quedan vestigios o pistas, en este caso una simple, quemaduras de cigarrillos en el marco del ventanal ¡una historia queda impresa! Así como grandes historias en otros espacios, en palabras de Francisco Mouat «…las historias encuentran, tarde o temprano, su particular forma de ser narradas».