«Este es el ensayo más progre que pueda encontrar de este espacio. Pues en mi humilde opinión, la delincuencia no se soluciona construyendo más cárceles, sino con una mejor educación»
En Chile no se lee, o mejor dicho, no se lee lo que un país debiese leer, para poder salir de las garras del tercermundismo que ha sido disfrazado, hasta nuestros días, por el apellido "en vías de desarrollo”. Si bien los libros se encuentran en las librerías y bibliotecas, curioso resulta hacer referencia a lo primero: Las librerías.
Este país es bien singular, el libro es tomado como un privilegio. Pocos tienen como costumbre acercarse a las tiendas para comprar un libro del contenido que sea. Los libros son caros, no he descubierto América con esa última afirmación, pero lo curioso es que, frente a este problema, existen dos posturas. Los que detectaron este problema (no descubridores de América) y a los que el tema no les importa en lo absoluto.
Frente a este primer grupo de ¡nosotros los descubridores! Están los que abogan por la derogación de la carga impositiva presente en cada uno de los libros. Ese diecinueve por ciento hace que los libros sean -aún- más caros. Sin embargo, existe otro grupo de descubridores de América –donde más me siento identificado- que piensa que quitar ese diecinueve por ciento seguirá siendo un absurdo, por más que la buena intención y benevolencia esté presente en esto. Pues bien, me explico, la operación es básica: el diecinueve por ciento de un libro promedio, por ejemplo, de un valor cercano a los quince mil pesos es un despropósito. No se necesita ser un experto en las matemáticas para constatar que, dicho porcentaje de posible rebaja en el precio, es un ápice del real valor de las obras.
Sigamos en nuestro llanto. Para las librerías el negocio no resulta del todo rentable, sin embargo, sobreviven. Porque “los mismos de siempre” ingresan a sus tiendas y con eso se logra vivir y bien. ¿Qué hay de las librerías? Pues lo que usted ve al acercarse a ellas. Personal de atención parados, apoyados sobre los libreros que, a veces, te saludan. Siempre me ha llamado la atención que tenemos el derecho a desmerecerlos. Claro, con excepciones –en este lado del mundo es común no atreverse a afirmar nada ni defender nada y anteponer puros condicionales como el “tal vez” o el “quizás”-. Ese trabajo dentro de la librería lo puede hacer cualquier mortal, claro, si cada libro está etiquetado con su respectivo código de barra. Los tipos hacen una labor menos ardua que los conserjes. Me explico, equiparemos sus funciones. Tienen una función física, como es la noble tarea de mover libros, algunos pesados, y ponerlos en su correcto lugar. Ayudarse por las escaleras para llegar al estante más alto donde poder dejarlos. Pues, el conserje, se puede mover de un lado hacia otro y también, algunos cautos, se ganan sus pololitos limpiando vidrios, entre otras labores extra.
Me dirán, con razón, que lo de los tipos de las librerías es una labor intelectual. Debiese ser, hay buenos casos de personas que aman las letras y la literatura en general, uno los observa porque, muchas veces, están en sus mesones de atención con libracos de cinco kilos sobre sus manos, leyendo. Pero la realidad es otra, los tipos que te atienden –si es que lo hacen- toman el libro, buscan el código de barra y lo pasan por la maquinita, la cual señala el nombre del autor, el título de la obra, la editorial y el valor de este. ¡Nada más! ¿Me podrá decir ahora que la labor de los conserjes es más ardua que la de estos sujetos?
Sobre otro plano, en el que no sigo descubriendo América, más bien digo puras obviedades. No está en el común del chileno, comprar un libro. Y, el tema ha llegado a tal nefasto nivel que muchos en gestos vanidosos se pasean con libros en las plazas y los cafés. Inclusive existen otros que anuncian la obra que están leyendo en ¡las redes sociales! Todo para atestiguar frente a sus pares el “yo leo, yo soy culto”.
Los flaites no compran libros y no les importa ese hecho de no hacerlo. Me permito citar al gran historiador Gabriel Salazar que describe a estas personas: « (…)¿Cuál es el pobre típico hoy? Ya no es el cabro harapiento y sin zapatos, no es la vieja con el saco pidiendo lechuga: el pobre de hoy es el flaite. Y el flaite, que no estudia, es una especie de vago, tiene blue jeans de marca, zapatillas de marca, polerón de marca, celular, peinado con estilo que necesita de una serie de cuestiones para dejar el pelo parado. Y, por lo tanto, no se siente pobre». Me permito además agregar que, con el valor de las ultra-blancas zapatillas Lacoste, que más de algún flaite ostenta, podría comprarse un buen par de libros. Pero no es prioridad y no tiene por qué serlo, la poca aspiración como sociedad hacia la cultura hacen que para ellos, leer sea una lata.
Gabriel, que genial que estés leyendo Gabriel Salazar ( o que lo hayas leído). Tiene unas tesis increíbles.
ResponderEliminarEspero que estés muy bien. Muchas felicidades para ti y tu familia en esta Navidad.
Nat.