sábado, 29 de diciembre de 2012

Episodio 50: Leer


Pensando en el año que recién nos deja, concluí que la cantidad de libros leídos durante éste fue superior a la cantidad de películas que, dedicado, comencé a ver en el cine. Descontando aquellas que vi, de forma incidental. Cuando tan sólo, por inercia o el azar, llegué al encuentro de unos cuantos trozos de filmes que nunca averigüé cuáles eran los nombres que llevaban por título. No sé si es un tema de edad o sólo costumbre, pero los libros, en general, me parecen espléndidos y necesarios. La mayoría de los que tengo pendientes hablan de cosas cotidianas, y una que otra novela. En pocos rincones tengo libros que sean de una complejidad angulosa. Esos últimos, como decía el profesor Montecinos, eran aquellos que te secaban las retinas, como lo que ocurría al Quijote al leer innumerables novelas de caballería. 

Hace un par de días, pocos antes de finalizar el año, me dio el impulso instintivo de querer visitar nuevamente algunas librerías. Quería un libro en particular, «Algunos adioses» de Pancho Mouat. Un ejemplar que atrae mi atención, una cuenta pendiente. Primero por la forma de escribir que tiene, tan fresco, ágil, sincero y elocuente. Muchas veces veo en Mouat una inconsciente intención de plasmar en todos sus libros y columnas, ese afán de querer contemplar, vivir el momento y, más aún, disfrutarlo sin peros. Sin embargo, ya en la librería, al llegar a su encuentro aparece otro del mismo autor, «Calendario 2008-2011»; comencé a hojearlo y, sin dudas, se apoderó de mi curiosidad.

Días después, decidí que me hiciera compañía en un viaje por la Ruta 68, camino a Santiago. Calendario era el compañero perfecto en la travesía. La forma en que va relatando cada mes desde los años 2008 a 2011, es magnífica en su sencillez. Entre tanta estridencia literaria, Mouat tiene el reparo de referirse al detalle tanto de sus autores favoritos, como de aquél amigo entrañable suyo que ya no está. Puede escribir con el mismo celo sobre una pareja de ancianos que, con un hábito marcial, van a almorzar cada semana al restorán San Marco, en Viña del Mar. El mismo ojo posee, a su vez, al referirse a su pequeña amiga villalemanina, que gusta de la literatura a sus cortos catorce años; de su señora Marisol, así como de su hija Antonia. Mouat pasa por el detalle todo lo que observa, lo contempla y lo hace suyo. Todo lo anterior bajo el tamiz de la sensatez.

Mientras leía, me detuve en revisar el reverso del ejemplar, una cita del propio Mouat, quien opina sobre lo que es, para él, la magia de la literatura «que nos arranca de la realidad conocida (aquello que dice que todos nos vamos a morir) para sumergirnos en otra realidad, alternativa, una forma muy interesante de la utopía, como dice Vila-Matas, donde incluso cabría preguntarse si puede la muerte ser definitiva allí donde habita la palabra». Intento con mis propias palabras conservar el mismo significado de lo anterior. Leer es dejar de ser víctima o victimario, culpable o inocente. Es el botón de pausa a la rutina o un contrasentido a esta vida que nos han querido plantear. Aquella en que el proceso productivo es ley y moneda corriente en todos los ámbitos del ser humano. Leer podría darte todo lo anterior, teniendo al tiempo como nuestro único verdugo

sábado, 1 de diciembre de 2012

Episodio 49: Las respuestas del mudo







«No me considero marginal si entendemos por ello al escritor huraño, que vive escondido, que se desentiende de su obra, que jamás concede entrevistas o participa en reuniones literarias(...)»

Julio Ramón Ribeyro


Las respuestas del mudo lleva por título una selección de entrevistas efectuadas al escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Desde un comienzo, se ve a un Ribeyro reticente ante la afirmación más brillante, demostrando poca pretensión en sus respuestas. Para él, el tener que dar entrevistas, era sólo la responsabilidad que le corresponde al escritor. En primer lugar, por respeto a su casa editorial; en segundo lugar, por respeto a su público.

Mudo fue el adjetivo utilizado por Jorge Coaguila, encargado de esta prudente selección. El entrevistado nos muestra su visión de la vida en una breve síntesis. Ribeyro no pretende salirse del margen, es más, él afirma que intenta dar respuestas preconcebidas, que luego intercala para no resultar monótono. Sin embargo, al leerlas todas ellas, nos encontramos con un Ribeyro intranquilo y pensante, que nos da cuenta de lo opuesto.

Preguntas tipo de sus entrevistadores, tales como, cuándo se dio cuenta de ser escritor, cuándo fue su primera obra, por qué eligió la novela, por qué su repudio al verso y su amor a la prosa. En aquellas preguntas se vislumbra a un Ribeyro cauteloso, dando a entender que aquella respuesta la tenía macerada y pensada detenidamente desde hace un buen tiempo. El eventual mudo, reticente a la publicidad, no se va a los extremos de caer en lo ermitaño de muchos autores. El peruano responde, y más que una respuesta concreta sobre sus obras, también aporta asuntos no requeridos. En esta entrega, se refiere a la sociedad de aquella época, así como sus concepciones sobre la historia. Para él, la historia es un proceso cíclico: «Tengo una concepción circular de la historia, de que los hechos que tanto nos impresionan y nos comprometen ahora, son hechos que ya han ocurrido años antes con otros nombres, con otros objetivos, pero que en el fondo son la misma cosa(…)».

Sin mezquindades, Ribeyro confiesa, entre otras cosas, su tedio al estilo narrativo de Unamuno, su vida en París y el consiguiente abandono de su natal Lima. Al referirse a sus libros publicados, hace referencia, entre los distintos entrevistadores, del por qué su acotado historial de obras. El por qué ha abandonado obras comenzadas, pasando por trivialidades sobre, cuál es su hora del día favorita para escribir. El mudo, da a conocer su visión de la vida, sin siquiera sospecharlo.

Lo que al comienzo resulta la impresión de un hombre parco, se convierte con el paso de las hojas, en un hombre desasosegado de sí. Así, Ribeyro nos entrega algo más que una sencilla entrevista, sino una con cierto grado de humanidad. Esa maravillosa sensatez hace que el creador de sus renombradas “Prosas Apátridas” deje una huella indeleble en la literatura latinoamericana. Como le place a él dar una buena respuesta, al entrevistador le place formular una buena pregunta, cuestión que no es moneda de cambio en el periodismo actual, tan entregado a la inmediatez. Lo anterior es fiel testimonio de aquello.