«Luego volví a mi reacción real, lo que hace el común de los chilenos:
No hacer nada».
Hace un par de años que vivo practicándolo, caminar por las calles de Viña del Mar me resulta una actividad alentadora. El escenario teatral de sus calles me permite imaginar distintas situaciones a las que, los personajes protagonistas, es decir los peatones, se someten día a día. Hay unos cuantos que ya son dueños de la calle como las personas encargadas de cuidar los autos, o la gente que pide limosna en la berma de la calle.
Mi forma de caminar la mayoría de las veces es rápida. Muchos amigos me han dicho que han intentado acercarse a saludarme pero que no lo hacen porque yo, sin verlos, he cruzado la calle o desaparecido. Situación lamentable, pero es la velocidad que empleo de costumbre a fin de cuentas.
Casi concluyendo mi trayecto en una caminata de día lunes, llegué a la avenida San Martín. También como de costumbre miré hacia el mar y sol ya anunciaba el ocaso. Luego de observar hacia el lado regreso a mirar hacia el frente. Me llamó la atención que un sujeto apareciera corriendo de forma afanosa. El tipo de unos diecinueve años, vestía unos shorts, gorro de marca y la polera del Everton. Se movía de forma desesperada. Detrás de él lo perseguía un tipo de pelo crespo y tez blanca. Tenía puesto un traje de baño e iba a pies pelados. Lo había asaltado.
El hechor corría con los ojos desorbitados. Cruzó la transitada calle San Martín de forma fugaz, haciendo de los autos un detalle del paisaje. Por otro lado la víctima perseguía al ladrón a una menor velocidad, guardando cuidado con los vehículos que pasaban por la calle. Por lo cual, en su intento de atrapar a su victimario, se detuvo para cruzarla. Regresó a los cinco minutos sin fortuna.
El ladrón había logrado su objetivo: Unos pantalones cortos, un par de zapatillas con los respectivos calcetines y el motín más apetecido, un bolso negro. Era lo más querido por la incertidumbre que suscitaba el encontrar objetos de valor en su interior. El dilema de ver si el ilícito había tenido sentido, o simplemente se encontraba frente a una Caja de Pandora.
Al ver a este ladrón corriendo y que haya cruzado a un metro de la distancia en la que yo me encontraba caminando, me hizo pensar en que si mi actuar había sido el correcto. Dentro de las escenas que imaginaba me vi deteniendo al sujeto de un codazo en seco contra su rostro. Sin embargo eso me traería consecuencias desfavorables, probablemente el seco iba a ser yo en la cárcel por haber lesionado al delincuente.
Otra forma de ayudar era detenerlo y arrojarlo hacia el suelo, para que luego, y en una acción mancomunada, lo detuviésemos con el perjudicado del delito. Sin embargo, esta situación también me dejaba disconforme: probablemente sería citado de testigo, lo cual considero una tarea tediosa.
Luego volví a mi reacción real lo que hace el común de los chilenos: No hacer nada. Critiqué mi no actuar, sin embargo no encontré una respuesta más adecuada a lo que allí estaba ocurriendo. El recuerdo de que muchos han caído por querer ser héroes, y que la mejor respuesta era la resignación entregando todas las cosas materiales que se tienen en ese momento. La razón me parece de mucha lógica. No obstante, lo malo sería no hacer nada y además quedarse a mirar por un largo tiempo cómo una persona sufre luego del robo. Pero miserable no soy.
No hacer nada».
Hace un par de años que vivo practicándolo, caminar por las calles de Viña del Mar me resulta una actividad alentadora. El escenario teatral de sus calles me permite imaginar distintas situaciones a las que, los personajes protagonistas, es decir los peatones, se someten día a día. Hay unos cuantos que ya son dueños de la calle como las personas encargadas de cuidar los autos, o la gente que pide limosna en la berma de la calle.
Mi forma de caminar la mayoría de las veces es rápida. Muchos amigos me han dicho que han intentado acercarse a saludarme pero que no lo hacen porque yo, sin verlos, he cruzado la calle o desaparecido. Situación lamentable, pero es la velocidad que empleo de costumbre a fin de cuentas.
Casi concluyendo mi trayecto en una caminata de día lunes, llegué a la avenida San Martín. También como de costumbre miré hacia el mar y sol ya anunciaba el ocaso. Luego de observar hacia el lado regreso a mirar hacia el frente. Me llamó la atención que un sujeto apareciera corriendo de forma afanosa. El tipo de unos diecinueve años, vestía unos shorts, gorro de marca y la polera del Everton. Se movía de forma desesperada. Detrás de él lo perseguía un tipo de pelo crespo y tez blanca. Tenía puesto un traje de baño e iba a pies pelados. Lo había asaltado.
El hechor corría con los ojos desorbitados. Cruzó la transitada calle San Martín de forma fugaz, haciendo de los autos un detalle del paisaje. Por otro lado la víctima perseguía al ladrón a una menor velocidad, guardando cuidado con los vehículos que pasaban por la calle. Por lo cual, en su intento de atrapar a su victimario, se detuvo para cruzarla. Regresó a los cinco minutos sin fortuna.
El ladrón había logrado su objetivo: Unos pantalones cortos, un par de zapatillas con los respectivos calcetines y el motín más apetecido, un bolso negro. Era lo más querido por la incertidumbre que suscitaba el encontrar objetos de valor en su interior. El dilema de ver si el ilícito había tenido sentido, o simplemente se encontraba frente a una Caja de Pandora.
Al ver a este ladrón corriendo y que haya cruzado a un metro de la distancia en la que yo me encontraba caminando, me hizo pensar en que si mi actuar había sido el correcto. Dentro de las escenas que imaginaba me vi deteniendo al sujeto de un codazo en seco contra su rostro. Sin embargo eso me traería consecuencias desfavorables, probablemente el seco iba a ser yo en la cárcel por haber lesionado al delincuente.
Otra forma de ayudar era detenerlo y arrojarlo hacia el suelo, para que luego, y en una acción mancomunada, lo detuviésemos con el perjudicado del delito. Sin embargo, esta situación también me dejaba disconforme: probablemente sería citado de testigo, lo cual considero una tarea tediosa.
Luego volví a mi reacción real lo que hace el común de los chilenos: No hacer nada. Critiqué mi no actuar, sin embargo no encontré una respuesta más adecuada a lo que allí estaba ocurriendo. El recuerdo de que muchos han caído por querer ser héroes, y que la mejor respuesta era la resignación entregando todas las cosas materiales que se tienen en ese momento. La razón me parece de mucha lógica. No obstante, lo malo sería no hacer nada y además quedarse a mirar por un largo tiempo cómo una persona sufre luego del robo. Pero miserable no soy.
xq esta entrada ya no tiene 2 partes?
ResponderEliminaroie taba cachando que tus ojos son curiosos no me habia dado cuenta de ese detalle. Debo decirle sr Ramos q ud tiene unos ojos muy lindos(pa seguir con la formalidá del bló hahahahaha)
besos
supongo que cachaste quien soy XD
Las "primeras partes" suponen una 2nda. Y como no sé si existirá esa 2nda parte, le borré ese detalle. Quizá en el futuro la tenga
ResponderEliminar¿Debo agradecer lo de los ojos? Jajaja :) Tú sí que tienes lindos ojos.
Y sí, sé quien eres obviamente. La Coté Colushi del concierto de los Faith No More. Jajajajaja
Un beso,