Tiempo sin tiempo - Mario Benedetti
Christian es de esos amigos con los que se puede contar. En la semana tenía programado ir a verlo a su departamento en Santiago Centro. Habíamos acordado que él me iba a hacer la paleteada de arreglar mi computador. Debido a que, entre virus y troyanos, era difícil trabajar con un aparato en ese estado. Llegué a eso de las ocho de la noche a su departamento. Obviamente teníamos cosas qué conversar. Él vive junto a su polola Daniela y su hermano Andrés. Es bueno saber que se es bienvenido en la casa de un gran amigo en cualquier ciudad en la que se encuentre. Con prescindencia del lugar, el estado emocional y los problemas de momento. Me senté, y comencé a conversarme unos cigarrillos con Christian, mientras él intentaba darle una solución a mi computador.
Él estaba muy cambiado. Desde hace un par de años que se corta el pelo seguido, se lo peina hacia el lado; y usa la camisa dentro del pantalón. En su trabajo le exigen estar vestido de esa forma. Cómo ha pasado el tiempo. Atrás quedaron nuestras andanzas por Viña del Mar, donde jugábamos fútbol a la hora que se nos antojara. Inventábamos canciones graciosas; él hacía otras más para hacer reír a todo el grupo. Alguna vez llegó con una tapa de la rueda de un auto a la sala de clases, se justificó diciendo que la había encontrado en la calle nada más. También las salidas por las calles de Valparaíso, donde me invitaba a la casa de sus abuelos en el Cerro Cárcel, cuya vista se dirigía hacia una quebrada magnífica llena de coloridas casas achoclonadas, en la cual se podía apreciar, en su esplendor, toda la bahía del puerto de Valparaíso.
Ahora Christian está distinto, enfrentando la vida de un hombre y no de un niño. Siempre me ha llamado la atención esa empatía y preocupación que siente por sus cercanos; además de la entereza para sobrellevar dificultades. Su forma calmada de ver la vida, y las posibles soluciones que se han concretado a su favor.
Montserrat está lejos de su familia de Viña, se fue de viaje a Nueva Zelanda por un par de meses, en busca de nuevos horizontes. Mantenemos contacto permanente, que han dado como coincidencia el comunicarnos los días viernes. Ella está muy bien, hace un par de días atrás vivió la fiesta de la vendimia. Se dedica a trabajar, ha sorteado aventuras, conocido gente de lugares recónditos a Chile; ahora planea un viaje a Tailandia, pero tenía un sutil dilema si ir o no ir. Yo le recomendé que hiciera ese viaje; que, a lo mejor nunca más se le presentaría la ocasión de hacerlo. Ella me comenta sobre su vida por chat, intuyo que es con mucha emoción. La última vez que nos logramos comunicar, hablábamos de la importancia de la palabra a la distancia. El mensaje de apoyo que, a lo lejos en Blenheim, se traduce en un abrazo afectuoso, se convierte en cuerpo.
La Monse estaba preocupada a miles de kilómetros por el terremoto que ocurrió acá. Aquí se agudiza la idea anterior, las palabras se hacían necesarias. Al final, logró comunicarse con los suyos, y el resto logramos contactarla para decirle que aquí todo estaba bien y no tan mal como se mostraban en las noticias en el exterior.
Cómo pasan los años. Sólo coincidencia podría ser el hecho que, pese a conocer a mis dos amigos en el colegio, ninguno de ellos haya estado en el anuario el año en que egresamos del cuarto medio. Nunca me expliqué porqué el Christian y la Monse no tuvieron un espacio en la, en su tiempo, cotizada semblanza. Siquiera un trocito de papel entre las socarronas y producidas sonrisas de algunos, y los discursos de "concurso de belleza" de otros que ya nadie debe recordar. Las semblanzas de otros que habrán sido olvidadas, o botadas al tacho de la basura. Me tomo la plena libertad de hacer una por ellos. Por dos grandes personas de las cuales siento un profundo cariño y admiración. Más que una hoja, un abrazo y un brindis, un fuerte deseo de que la próxima vez que nos veamos sea para reírnos a carcajadas un buen rato.
Él estaba muy cambiado. Desde hace un par de años que se corta el pelo seguido, se lo peina hacia el lado; y usa la camisa dentro del pantalón. En su trabajo le exigen estar vestido de esa forma. Cómo ha pasado el tiempo. Atrás quedaron nuestras andanzas por Viña del Mar, donde jugábamos fútbol a la hora que se nos antojara. Inventábamos canciones graciosas; él hacía otras más para hacer reír a todo el grupo. Alguna vez llegó con una tapa de la rueda de un auto a la sala de clases, se justificó diciendo que la había encontrado en la calle nada más. También las salidas por las calles de Valparaíso, donde me invitaba a la casa de sus abuelos en el Cerro Cárcel, cuya vista se dirigía hacia una quebrada magnífica llena de coloridas casas achoclonadas, en la cual se podía apreciar, en su esplendor, toda la bahía del puerto de Valparaíso.
Ahora Christian está distinto, enfrentando la vida de un hombre y no de un niño. Siempre me ha llamado la atención esa empatía y preocupación que siente por sus cercanos; además de la entereza para sobrellevar dificultades. Su forma calmada de ver la vida, y las posibles soluciones que se han concretado a su favor.
Montserrat está lejos de su familia de Viña, se fue de viaje a Nueva Zelanda por un par de meses, en busca de nuevos horizontes. Mantenemos contacto permanente, que han dado como coincidencia el comunicarnos los días viernes. Ella está muy bien, hace un par de días atrás vivió la fiesta de la vendimia. Se dedica a trabajar, ha sorteado aventuras, conocido gente de lugares recónditos a Chile; ahora planea un viaje a Tailandia, pero tenía un sutil dilema si ir o no ir. Yo le recomendé que hiciera ese viaje; que, a lo mejor nunca más se le presentaría la ocasión de hacerlo. Ella me comenta sobre su vida por chat, intuyo que es con mucha emoción. La última vez que nos logramos comunicar, hablábamos de la importancia de la palabra a la distancia. El mensaje de apoyo que, a lo lejos en Blenheim, se traduce en un abrazo afectuoso, se convierte en cuerpo.
La Monse estaba preocupada a miles de kilómetros por el terremoto que ocurrió acá. Aquí se agudiza la idea anterior, las palabras se hacían necesarias. Al final, logró comunicarse con los suyos, y el resto logramos contactarla para decirle que aquí todo estaba bien y no tan mal como se mostraban en las noticias en el exterior.
Cómo pasan los años. Sólo coincidencia podría ser el hecho que, pese a conocer a mis dos amigos en el colegio, ninguno de ellos haya estado en el anuario el año en que egresamos del cuarto medio. Nunca me expliqué porqué el Christian y la Monse no tuvieron un espacio en la, en su tiempo, cotizada semblanza. Siquiera un trocito de papel entre las socarronas y producidas sonrisas de algunos, y los discursos de "concurso de belleza" de otros que ya nadie debe recordar. Las semblanzas de otros que habrán sido olvidadas, o botadas al tacho de la basura. Me tomo la plena libertad de hacer una por ellos. Por dos grandes personas de las cuales siento un profundo cariño y admiración. Más que una hoja, un abrazo y un brindis, un fuerte deseo de que la próxima vez que nos veamos sea para reírnos a carcajadas un buen rato.
Esos son los amigos q aunque pasen días, meses, años siempre estarán ahí :)....
ResponderEliminarbonitass palabras Gabriel...
Que amor...
ResponderEliminarbuena estructura y buen remache.
Que lindo es contar con esas personas mágicas por así decirlo en nuestras vidas.